Ayer me encontré en Movie
City con Asesinos por Naturaleza de
Oliver Stone y me quedé viéndola. Hacía años que no me topaba con ella, aun
cuando es una de esas películas que, en su lanzamiento, me partieron el marote
en tres mil millones de pedazos. Lo
recuerdo muy bien. No pude verla en el cine porque en mi pueblo los habían
cerrado, así que tuve que esperar a que saliera en video. Esperé y esperé y
esperé, hasta que finalmente llegó a mis manos cuando me viene a estudiar a Buenos
Aires. Un amigo muy querido, a quien le
debo la gracia de haber estudiado cine, me regaló la película y su
correspondiente banda sonora. Yo, literalmente, había enloquecido. La película
se me había metido en la sangre. Sí, ustedes me dirán que es caca en
galleta, pero me importa un bledo. Me
sigue gustando, tal vez no de la misma manera que en aquellos años, pero si
muchísimo. Hay un espíritu joven y
salvaje en esa cinta, que Stone capturó y, si uno le hace verdadera justicia,
debe decir que pocas veces ha sido encontrado de forma tan destellante y
brutal.
La película te entraba en el
bocho como una bala, sobre todo si andabas entre los 16 y los veinte y estabas
en esa etapa en la que fantaseás con asesinar a cuanto ser te rompe las pelotas.
Si, para rematarla, estabas enamorado bué, el chaleco de fuerza te perseguía
por la calle y ya llevaba tu nombre grabado. Y, como ustedes ya saben, yo soy de esas
personas a las que no las asusta el manicomio. Es más, lo vemos casi como un
amigo al que, eventualmente, llegaremos fatigados y contentos de haber gastado los
tamangos contando historias y alcanzando cosas que se parecen a los sueños.
De pendeja, la película se
me antojaba extremadamente romántica y peligrosa. Y hacía que yo me creyera romántica
y peligrosa también. En aquellos días, luchaba contra dragones mil veces más
grandes que los de ahora, pero mi fuerza estaba multiplicada por las hormonas y
la avidez del deseo insaciable. Mi cuerpo era mucho más sano y perfecto y mi
mente, aunque tormentosa, estaba mucho más limpia de mierda. O vaya a saber,
tal vez en esa época, la mierda oliera a rosas… La juventud extrema tiene ese
tipo de propiedades alquímicas. La
cuestión es que, la cinta de Stone, se alzaba como una especie de faro
interpretador de fantasías adolescentes. Y eso señores, acarrea el poder de
Romeo y Julieta, al que solo un tonto menospreciaría y que solo un ingenuo de
proporciones épicas subestimaría. Un poder peligroso y oscuro.
Mickey y Mallory Knox eran
convertidos en héroes por Stone, que creyó que realizaba una sátira de los
medios de comunicación y su manía de ensalzar criminales. Pero, lo
increíblemente peculiar y misterioso de todo el asunto, es que terminó haciendo
exactamente lo mismo. Sus dos asesinos despiadados terminaban retratados en el
film, como dos héroes desenmascaradores de la hipocresía, el materialismo y la
exaltación banal de los sentidos a la que la sociedad se somete sin chistar (y
hasta con disfrute) guiada por los medios, en especial por la TV. Lo llamativo de todo esto es que, la mente
juvenil funciona exactamente así y percibe al universo a través de esa
distorsión. Es decir, Stone concibió la cinta, como si hubiera sido parida por
un pibe de 17 años, que quiere que sus padres desaparezcan, para irse a vivir
con la novia. Aun cuando la intención primigenia era la de parodiar a la cultura consumista
adolescente, que se sube al tren de cualquier cosa, la cinta terminaba
resultando reivindicadora de todo eso y se mandaba hasta el fondo justificando
redondamente el asesinato.
Una papa caliente…
La crítica no tardó en
compararla con Badlands de Terrence
Malick su justa predecesora (ambas abrevan en mayor o menor medida en la pareja
de asesinos reales compuesta por Charles Starkweather y Caril Ann Fugate) y, por supuesto, en las comparaciones, el bebé
de Stone salió perdiendo. Pero, desde
donde estoy parada hoy, creo que esa comparación fue un tanto desajustada
porque, no hay que olvidar que Stone filmó la suya en los 90´s, en medio del
auge del culto a la imagen, a la tv y a las supermodelos. Mientras que Malick
hizo la suya en los 70´s, cuando todavía no se habían terminado de desprender
todas las esquirlas de Vietnam, y los norteamericanos no estaban tan compelidos
aun a lanzarse al consumo para llenar el agujero existencial que les dejaría la
derrota. Todo eso vino después… Tal vez sea por este motivo, que el retrato de
Malick sea más ajustado y menos propenso al barroquismo y la romantización que
el de Stone.
La cinta de Oliver era
completamente decadente. Cometía excesos de todos los sabores y afiebraba
verdaderamente los sentidos. Era como estar dentro del cerebro de un escolar
perturbado. Era lisa y llanamente una
trompada enguantada. El guante era de colores vivos y centellaba, pero la piña
venía adentro, contundente. Uno no
podía evitar compararla, en la tripa, con esa extraña sensación de lujuria que
dejaba Caracortada.
Es muy raro estar frente a
una película que trae recuerdos sensoriales y emocionales tan claramente al
presente. La experiencia se vuelve bastante lisérgica. La mente la juzga en el
presente, pero el alma la siente en el pasado. Mickey y Mallory ya no son los
mismos para la cabeza, pero para el corazón parece que sí; y para ciertos deseos
innombrables, también. Asesinos por
Naturaleza es una cinta que no sobrevive al paso del tiempo, pero no al
tiempo general, si no al tiempo interno de las personas. Es como ver fotos
viejas, con extraños cortes de cabello. Pero una parte del espíritu sigue allí, sigue
anhelando la percepción de antaño, tal vez porque era esa percepción y no la
edad, la que nos hacía jóvenes, la que nos hacía peligrosos, la que elevaba nuestra
conciencia por encima del misterio.
Oliver Stone la montó con
una clara factura televisiva y pensó que con eso bastaba para pararse en un
púlpito y pontificar acerca de toda la mierda que nos venden por tv. Pero le falló el pálpito y terminó haciendo
una especie de oda sanguinaria a toda la cultura de la pantalla chica, sus
canallas, sus bebés de pecho y, por sobre todo, a las maravillosas criaturas
que se educaron en su sombra. El film es
un monumento a la estupidez, la violencia y el salvajismo desatados y la
simbología en la que se unta, es la que le va de perillas: la simbología de la
cultura pop.
Por supuesto, todo esto ya
es muy viejo. Hacer una crítica a la tv, hoy es casi como agarrarse peste
bubónica. Ha quedado en el pasado, junto con su decadencia.
Bah, qué se yo, tal vez paso
demasiado tiempo frente al televisor…