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CRÍTICAS - CINE

Medianoche en París, según Tomás Maito

Una fábula mágica que reivindica al cine actual

Siempre ante un nuevo film de Woody Allen las expectativas son muy grandes y acordes a la gran carrera del cineasta estadounidense. Quizás se lo cuestionó porque sus últimas películas, a pesar de ser muy correctas, no estaban a la altura de las mejores que había realizado; pero se puede decir que con Medianoche en París, su nueva obra, nos presenta uno de los trabajos más destacados de su carrera.

Ya desde el comienzo se puede apreciar una maravillosa sucesión de planos que resaltan la bella París, como en su momento Allen había hecho con New York en Manhattan. Cada imagen es de una lucidez encantadora, que acompañadas por los ya inmortales acordes de jazz, manifiestan desde ese momento que se dará pie a una obra destacada.

En Medianoche en París, Gil (Owen Wilson) y su prometida Inez (Rachel McAdams) deciden acompañar a los padres de ella a la ciudad parisina y disfrutar de un viaje antes de su boda. La cuestión es que él no se encuentra del todo feliz siendo guionista de Hollywood, sueña con terminar de escribir su novela y el sitio en el que se encuentra será el que lo inspire a realizar un cambio en su monótona vida.

Es ahí que el film tendrá un quiebre mágico, cuando una medianoche perdido por la ciudad invitan a Gil a que se suba a un auto antiguo que lo llevará a la década de 1920, una época soñada para él, en dónde se relacionará con el círculo intelectual de los más destacados artistas del período.

Medianoche en Paris tiene un giro nostálgico de una calidez sublime, algo similar a lo que Allen había mostrado con los tiempos dorados de los programas radiales en Días de Radio o con lo fascinante del cine en La Rosa Púrpura del Cairo y aquel homenaje a El Moderno Sherlock Holmes de Buster Keaton. En este nuevo film, esto sucede cuando el protagonista se transporta a un mundo paralelo, donde se codeará con los artistas que siempre admiró como los escritores Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, el pintor Pablo Picasso o el músico Cole Porter.

La cuestión es que esa realidad fantástica que Gil comienza a frecuentar cada noche lo termina atrapando como no lo hace su vida habitual y más aun cuando conoce a Adriana (Marion Cotillard), una carismática joven que tiene un amorío con Picasso y que anteriormente había estado con el solemne artista plástico Amedeo Modigliani.

El nuevo film de Woody cuenta con un guión majestuoso, la transición entre las distintas épocas en las que transcurre la narración es brillante; y los diálogos están a la altura de los mejores del director, sólo basta con observar una escena fenomenal en la que Gil se encuentra en un bar con un grupo surrealista integrado por Salvador Dalí (ilustres minutos interpretados por Adrien Brody), Man Ray y Luis Buñuel. Cada frase que emiten los personajes es de una comicidad brillante y sumamente ingeniosa, provocando que el hilo de la historia profundice en cada detalle.

Medianoche en París es una película encantadora, tan bien narrada que su ritmo es avasallador, que junto a la bella fotografía de Darius Khondji provocan ese clima nostálgico acerca del pasado. Para Gil que vive el presente, su tiempo y lugar ideal es Paris de 1920, pero para Adriana que vive 90 años atrás será la misma ciudad en 1890 mientras transcurría la Belle Époque. El realizador neoyorquino destaca muy poéticamente el sentimiento por los períodos pasados y con hacer real el sueño de escaparle a los inconvenientes actuales para experimentar una existencia diferente.

Allen demuestra que está en su mejor estado creativo, Medianoche en París es su más destacada comedia desde Los Secretos de Harry en 1997; en tanto que respecto al panorama del cine actual, no alcanzarían los calificativos para decir que no solo es la mejor película del año, sino el más lúcido film de la joven década.

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