MEGA ESPECTÁCULO
La anterior entrega de Megalodón incluía, entre sus tantas premisas, la de “magnificar” todo elemento presente en el film, desde la utilización del término “mega” en su título, hasta el tamaño de una criatura acuática (tiburón) de millones de años encontrada en las profundidades del océano, o la de llevar al extremo acciones, escenas y voluntades. Todo era grandilocuente en aquella película, y lo es en su continuación inmediata, dirigida por Ben Wheatley, ejemplificado al inicio: vemos cómo un megalodón devora a un T-Rex. El tamaño sí importa.
Si bien la primera también tomaba del ya clásico Tiburón, también lo hacía de desprendimientos como fueron Piraña 3D y Piraña 3DD, Mar abierto, Miedo profundo y tantas otras. Es Jason Statham (encarnando a Jonas Taylor) quien vuelve con un personaje que se impone como una especie de héroe de acción, al que en las primeras escenas inclusive se lo describe como un James Bond ecologista tras detener a una banda que tiraba sustancias tóxicas en containers desde un buque en altamar. Pero el Taylor de Statham nada tiene de Bond, sino que está impuesto en este menjunje de coproducción china-estadounidense para también “magnificar” el resultado del producto en otras latitudes e influir sobre una taquilla asegurada. Recurso nada nuevo y utilizado numerosas veces en productos cinematográficos de cualquier género.
Volviendo a Megalodón, esta secuela, titulada Megalodón 2: El gran abismo, lidia con varios factores que terminan por convertirla en un largometraje que solo permite su visión por inercia. Nada de lo mostrado, descripto y presentado genera sorpresa/atracción alguna, el resultado es una mezcolanza de géneros, escenarios, étnias y subplots. Por un lado tenemos a una empresa de explotación minera; por otro, a una investigación liderada por el magnate Jiuming Zhang (Jing Wu), quien cuenta con un dispositivo con el que puede tener una conexión con un megalodón mantenido en cautiverio y así poder controlarlo. Esto de un momento a otro parece no funcionar como debería y genera uno de los conflictos a resolver tras la incursión al gran abismo. Por parte de la empresa minera, quiere tener a todos bien abajo, con la única misión que es la de, como toda minera, extraer algo de la naturaleza para comercializarlo. Algo sale mal y liberan no solo a una manada de megalodones sino también a un pulpo. Adivinen su tamaño.
Aquí la acción ya deriva en un divertimento, y tras la utilización de DJ (Page Kennedy) y Mac (Cliff Curtis) como una dupla de comic relief, cae en una isla paradisíaca en Filipinas en la que los ricachones de turno se encuentran vacacionando, haciendo hincapié en que se deleitan con comidas salidas del agua y minutos después ellos serán el alimento de estos mismos mariscos gigantescos y bien vivos. Jiuming pasa a convertirse en una especie de Jackie Chan, y Statham en moto acuática, bueno, mata a todo lo que se le interpone.
En cierta manera no sorprende que un director británico como es Ben Wheatley -de quien su prometedora obra inicial, conformada por Kill List, Sightseers y Free Fire, presentaba interesantes atisbos de cómo incursionar en diferentes géneros- haya elegido trabajar para un producto comercial tan mayúsculo con han sido sus desaciertos High-Rise o la nueva versión de Rebeca.
(Estados Unidos, China, 2023)
Dirección: Ben Wheatley. Guion: John Hoeber, Erich Hoeber, Dean Georgaris. Elenco: Jason Statham, Jing Wu, Shuya Sophia Cai, Cliff Curtis, Page Kennedy, Sergio Peris-Mencheta. Producción: Belle Avery, Lorenzo di Bonaventura. Duración: 116 minutos.