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CRÍTICAS - CINE

Reas

PASAR EL RATO

El momento más llamativo de Reas viene al final. Más específicamente en sus planos finales, cuando una película que se había mantenido muy sobria en cuanto sus decisiones visuales decide hacer espectacular para sus parámetros estéticos. 

Allí, un grupo de presidiarias comienza a hablar sobre sus sueños más extravagantes. Estos incluyen los de volverse estrellas de Hollywood hasta heredar una fortuna para no tener que trabajar más. 

El escenario en el que lo hacen semeja al de una playa, lo que hace pensar (aunque sea por unos instantes, porque el escenario es claramente artificial), que estas mujeres quizás estén libres. No obstante, un plano cenital nos muestra lo que ya sospechábamos: que estas reas siguen presas, y que ese escenario está pintado en el patio de la cárcel de Ezeiza.

El plano se va alejando cada vez más y lo que obtenemos hacia el final es una vista amplia que incluye la cárcel mirada desde arriba, rodeada por calles y veredas. La imagen tiene algo de agridulce. Por un lado parece un triunfo de la imaginación, la amistad y el espíritu lúdico. Después de todo, en ese espacio reducido, donde prima el encierro, hay lugar para una conversación agradable y humor. 

Pero también no deja de ser una afirmación de que estas mujeres están en un lugar donde uno preferiría no estar, donde esas calles y veredas que vemos por primera y única vez en toda la película, están vedadas a estas mujeres que hacen lo que pueden por encontrar espacios de felicidad.

Estas mujeres no son actrices. O digamos que lo son y no lo son al mismo tiempo. Son ex presidiarias que la directora Lola Arias conoció hace unos años, cuando enseñaba teatro y cine en la cárcel de Ezeiza. Reas es un film donde estas mujeres cuentan su historia de vida e interpretan en más de una ocasión cosas que vivieron durante el presidio. La cuestión de la tensión entre el documental y la ficción es clara. Por un lado actúan y hasta hacen números musicales, pero por otro lado no hacen otra cosa que interpretarse a sí mismas y contar situaciones supuestamente verdaderas.

En este contexto uno de los primeros juegos de Las Reas es salirse del cliché de cualquier film carcelario.  

De este modo, el tema de la violencia y las peleas entre presidiarios está casi ausente de la película. Incluso al principio del film Arias hay escenas (como una discusión futbolera que parece que va a terminar a los golpes, o una escena de una mujer que pide a los gritos que bajen la música) donde lo que parece que va  a escalar a algo violento termina resolviéndose o con bromas o respetuosamente.

Sólo hay una escena en toda la película donde aparece la violencia y esta está (como es esperable) casi por completo fuera del campo visual. Cuando esta termina, el plano posterior es el de la presidiaria que fue golpeada en su celda, con moretones en la cara pero no particularmente angustiada. 

Esta negación a ser sórdida tiene que ver con un film obsesionado con su sobriedad. Digamos, el no querer mostrar violencia tiene relación también con una película que se niega a caer en escenas melodramáticas. Acá hay una pareja que se forma pero que nunca se besa apasionadamente, historias familiares tristes pero ni una sola persona llorando emocionada en un primer plano. Por el contrario, si hay muchas escenas que muestran una armonía en la vida carcelaria insospechada y quizás más cercana a la realidad de la que uno piensa.

Esta mirada distante, de calculada sobriedad, tiene la ventaja de rehuir de cualquier efectismo e incluso de cualquier cliché relacionado con el cine carcelario. La desventaja es que esa mirada desapasionada puede hacer que la narración esté tan ajustada a un sistema estético tan opuesto a cualquier desborde que por momentos termina viéndose como demasiado calculada y poco interesante.

Como contraposición a esto las mejores escenas del film son aquellas donde aparece el baile y el canto como expresión de pena o deseo de estas presidiarias.

Son momentos muy simpáticos donde la película encuentra espacios para la impredecibilidad. 

Estos momentos parecen estar expresando varias cosas. Desde la idea del arte como forma de sublimar la angustia, pasando por un deseo cariñoso por parte de la directora de hacer de estas presidiarias unas divas. Así y todo, quizás el costado más interesante de estos números musicales no sea otra cosa que la expresión de un deseo simple y compartido por muchísima gente, el de llamar la atención y aspirar a uno de los sueños más comunes que es el de la fama. Y acá está una de las cuestiones más interesantes de Reas. Su mérito no está tanto en representar la vida de las cárceles sino mostrar la posibilidad de que esa vida atípica, llena de historias que uno podría pensar como sórdidas o totalmente fuera de lo común, nos pueden ser tan cercanas como cualquier otra.

Desde este lugar, la película de Arias tiene una habilidad secreta. De todos los clichés que evade, el más interesante es el de hacer una película con mujeres en las cárceles, que habla de personas transgénero y procesos judiciales sin caer en un panfleto directo contra la discriminación o sobre la desigualdad ante la ley, o en discursos sobre libertad. En vez de eso, se nos invita a conocer a estas personas y establecer una suerte de relación con ellas. Quentin Tarantino incluso tiene una palabra para este tipo de cine: “las hang out movies”, films hechos para que uno se dedique a pasar el rato con unas personas agradables y hacerse amigo de ellas por unas horas. Quizás, el costado más político de este film esté en la apuesta de acercarnos a esas personas a las que calificamos de marginales, menos por las condiciones de ellas que por nuestros propios prejuicios.

(Alemania, Argentina, Suiza, 2024)

Dirección: Lola Arias. Duración: 82 minutos.

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