(Estados Unidos, 2014)
Dirección: José Padilha. Guión: Joshua Zetumer. Elenco: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael Keaton, Abbie Cornish, Samuel L. Jackson, Jackie Earle Haley. Producción: Marc Abraham, Brad Fischer, Eric Newman. Distribución: UIP. Duración: 118 minutos.
Sin corazón pero con dignidad.
De antemano la remake de RoboCop jugaba con -al menos- dos goles en contra. Primero por el simple hecho de ser una versión del clásico de Paul Verhoeven, el cual englobaba a su favor varios rasgos de la ciencia ficción y coqueteaba con la clase B pero que nunca dejaba de mantener un tono crítico, incluso desde varios ángulos (todo esto bajo una capa de ultraviolencia y bestialidad indeleble). En segundo lugar, la presencia de José Padilha como director bajaba aún más las expectativas, basta recordar su prontuario en su país: el díptico Tropa de Elite y el documental Ómnibus 174, las tres películas cortadas por el mismo filo fascista… alguno podría pensar que fue precisamente esta característica de su filmografía la que lo llevó a tener su oportunidad en Hollywood.
Padilha parece ser consciente de estos apremios preestablecidos, más los de los propios estudios, dueños de los derechos de la franquicia, orientados a limitar la violencia para que este nuevo RoboCop sea un film accesible a casi todos los públicos. En la historia, hay un cambio fundamental con respecto al film de 1987. El cambio está en la oscilación de RoboCop como máquina que no siente, lo que era indefectiblemente el Murphy de la película original. Este detective Murphy humano reconoce a su mujer e hijo pero en la carcasa metálica y con su cerebro manejado por terceros. Esto provoca el desvarío en la trama, que la hace bien dinámica, amparada por un montaje acelerado y nutrido de escenas cortas. La táctica de Padilha es efectiva, ya que este concepto de “mucha acción corta” disminuye la sustancia más crítica (imposible de profundizar por la limitación de ser un film para mayores de trece años). A pesar de ello están los segmentos de The Novak Element, un programa político pro-robot conducido por un desatado Samuel L. Jackson, en el que hace lobby Raymond Sellars (Michael Keaton), el dueño de Omnicorp, para derogar una ley que prohíbe poner en la calle a sus drones más letales. Es decir, el único villano de turno pasa a ser el dueño de una corporación, quedando en un segundo plano el malo más malo de la ciudad que atentó contra la vida del Murphy, en oposición al armado narrativo del guión original del film de Verhoeven.
En tiempos de pastiches, reversiones y replicas absolutas (e innecesarias) RoboCop 2014, con sus errores y limitaciones, levanta el nivel con respecto a los desastres ya estrenados -en apenas un mes y medio- sobre historias y personajes míticos, clásicos, icónicos, todos reversionados hasta el hartazgo (recordemos los casos de La Leyenda de Hércules, Yo Frankenstein y 47 Ronin). La participación de un Gary Oldman recargado de oficio (como el científico con conciencia) y el humor de Samuel L. Jackson funcionan, también, como apoyo para esta película sin corazón (en muchos sentidos) pero con la suficiente autoconciencia para no someterse a la ridiculez, algo que parece inherente en las nuevas versiones de personajes y obras consideradas intocables.
Por José Tripodero
YouPorn.
Aun existen personas que se lamentan ante la noticia de una remake. Creo que esto ya es inútil: se hicieron -incluso con buenos resultados- y se seguirán haciendo. Por lo tanto nuestra mejor opción es sentarnos en la butaca del cine, despojados de toda desconfianza, y con los ojos abiertos para atrapar alguna inesperada sorpresa. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿asombra el modelo 2014 de RoboCop? Muy poco, ¿aporta en algo su visión? Sí, para agigantar el genio de Paul Verhoeven. A su favor hay que concederle que es una mejor remake que El Vengador del Futuro, aunque tampoco había que esforzarse demasiado. Al menos por las venas de este film corre un poco más de sangre que la que corría por el último intento de Colin Farrell en pos de interpretar a un proletario.
El director de esta remake es José Padilha, vapuleado por muchos críticos ante su controversial Tropa de Elite, que incluía el lema cinematográfico del “hay que matar a todos”. RoboCop, como en su versión original, se desarrolla en Detroit, una ciudad históricamente abrumada por la tasa criminalística, por lo cual se entiende la decisión de los productores de elegir a Padilha. Aunque en un momento de la película se hace una breve comparación entre Río y Detroit, el territorio nunca parece amenazante; por el contrario, es una ciudad absolutamente opuesta a la creada por Verhoeven. Por lo tanto, la aparición de RoboCop -como sujeto para implementar la ley- nunca se encuentra justificada desde la puesta en escena, lo que debería llamar a replantear también la necesidad de un mejor villano -uno que desate un verdadero caos, no un mafioso colorado como Ed Sheeran- en caso de una secuela.
La historia es casi la misma: un policía malherido sólo puede ser salvado de la muerte si es conectado a una maquina, pero si en la primera película el policía Alex Murphy recibía un brutal fusilamiento (ay, años ’80), en esta sufre una explosión, que parece dolorosa pero se ve menos fuerte de lo que es. Sea como sea, acá está RoboCop otra vez.
Ahora bien: tenemos al director de la mencionada Tropa de Elite, dirigiendo un tanque hollywoodense sobre un policía implacable con la delincuencia… si eso no es satisfacer un sueño húmedo, díganme qué lo es. A Padilha no le importa demasiado el oficial Murphy y sus intentos por humanizar la trama con su esposa e hijo evidencian un manejo penoso del costado dramático del relato; lo que quiere es verlo usar sus armas, conducir su moto a alta velocidad, correr en busca de justicia. Los planos del personaje central usando su arma indiscriminadamente rozan el erotismo entre el realizador y su protagonista, iluminado con los destellos producidos por las balas al ser disparadas. Padilha hasta exhibe con ternura a su RoboCop de traje negro como una novia que muestra orgullosa a su nueva pareja frente a sus amigas. Hay que admitir que en el cine actual, ya no hay historias de amor y locura como estas.
Al regreso de su amnesia sexual, Padilha recuerda que tiene una película que hacer pero deja que la hagan los otros. Entonces, el casting florece. Y nos ofrece inesperadas clases de actuación. Por ejemplo, en las escenas protagonizadas por Michael Keaton, libre como nunca y aprovechando todas las extremidades de su cuerpo, interpretando al empresario (distinto al trastornado Bruce Wayne, que ya se hubiese ocupado del asunto antes de la explosión robótica) a cargo del proyecto RoboCop. Pero a Keaton no le interesa hacer humano el capitalismo más salvaje y la política más descarnada, sino tratar de pasarla lo mejor posible en una película imposible de comparar con la original. También está Gary Oldman (ya da placer escribir su nombre) como el doctor que ayuda a Murphy a incorporarse dentro de su cuerpo metálico, pero lo de él es profesionalismo puro, innato, que brota incluso en estos films menores.
El problema de esta nueva RoboCop radica en que Padilha está más enamorado (y atontado) del robot que del humano. No es muy inteligente una película que pretende unificar al hombre y a la maquina pero que termina siendo parcial con uno de ellos. Cuando vuelve en sí, el realizador usa a un Samuel L. Jackson dispuesto a todo como un nacionalista conductor de TV, pero ya nada importa: RoboCop es menos un film que la exploración de la sexualidad del director. ¿Cumpliste la fantasía de tu vida? Padilha sí.
Por Luciano Mariconda
¿Amor después del amor?
Te volvés a encontrar veinte años después. Es mucho tiempo, vos cambiaste, ya no sos igual. Has experimentado diversas situaciones y conocido a muchas otras personas. Pero ha vuelto y, si bien observás y evaluás con cierta desconfianza, sabés bien que tarde o temprano aquello que alguna vez fue, hoy podría volver a ser. No, no es la descripción de un reencuentro con tu primer gran amor, sino del regreso de Alex Murphy, de RoboCop.
Para los más jóvenes ver a un ciberpolicía en las carteleras puede resultar toda una novedad. Pero para aquellos que en su momento disfrutaron del original, una remake significa mucho más: es todo un desafío.
Este RoboCop es bien distinto por sus pequeñas diferencias. Los ejes temáticos varían lo suficiente para modificar la premisa motor de la historia: la violencia, la sangre y la delincuencia ya no son el núcleo de esta nueva versión del director José Padilha. En esta oportunidad el elemento humano por sobre la técnica, los valores como el amor, la ética y la responsabilidad, acompañados por la dicotomía política-empresa, son los tópicos que se ponen en primer plano durante toda la obra.
El color negro con el que Omnicorp decide “pintar” al protagonista, en lugar del tradicional plateado, lleva consigo gran parte del devenir de la trama. En el año 2028 los robots controlan la seguridad en el mundo y han logrado sorprendentes resultados, ganando incluso guerras contra el “terrorismo”. Así lo muestra la primera secuencia de la película.
Raymond Sellars (Michael Keaton), CEO de la firma, busca convencer a la opinión pública y -en especial- al poder político de que Estados Unidos necesita vigilancia robótica, algo prohibido por esos días. Así las cosas y en pos de imponer sus criterios, surge el proyecto RoboCop de mano del doctor Robert Norton (Gary Oldman). Por supuesto que el atentado ocasional contra Alex Murphy (Joel Kinnaman) lo hace encuadrar perfectamente con el perfil buscado. Para conseguir una rápida aprobación del público, una estratégica decisión de marketing pinta al héroe completamente de oscuro. ¿Un gran golpe al orgullo de los seguidores de la exitosa saga iniciada por Paul Verhoeven? Definitivamente… Todo entra en una zona confusa y problemática para Omnicorp cuando descubren que, por detrás del esqueleto metálico, Alex conserva su naturaleza humana intacta.
La primera media hora atrapa y promete. Pero luego la historia cae en vacíos narrativos, pierde movimiento e interés. Estas situaciones son subsanadas por dos factores. Primero, la excelente interpretación de Gary Oldman, luchando contra situaciones que lo colocan en contradicción con su ética profesional y a su vez siendo inevitable cómplice de Omnicorp. Segundo, el rol de los medios, simbolizados en las picarescas apariciones del excéntrico Pat Novak (Samuel L. Jackson), personaje que intenta -en buena forma y con dosis de humor- guiar al espectador a través de otro de los conflictos presentes en la trama: el sector empresario en oposición al poder político.
Esta reencarnación de RoboCop, luego de 21 años de su última aparición en salas cinematográficas, era un proyecto riesgoso y podría haber caído en la indiferencia. Pero también tenía mucho para ganar: un par de generaciones que saben poco y nada del personaje central. Precisamente con esta poderosa carta juega el director José Padilha, la cual nos sirve para comprender determinadas diferencias para con la versión de Verhoeven: de género (drama pausado en vez de acción violenta), en detalles del diseño de producción (una moto en lugar de un auto de policía), y en personajes (la ausencia más notable es la de Anne Lewis, compañera de trabajo del cyborg durante toda la saga).
El sorpresivo final deja la esperanza de que en una próxima entrega los fanáticos de la franquicia puedan sentirse más cómplices con la propuesta en cuestión…
Por Darío Cáceres
1 comentario en “RoboCop”
En ‘RoboCop’ (2014), Joel Kinnaman interpreta al oficial Alex Murphy, quien es transformado en un cyborg después de sufrir graves heridas en el cumplimiento de su deber. La película ofrece una visión contemporánea de la historia original, con efectos visuales avanzados y una trama que aborda la relación entre la humanidad y la máquina