La siguiente cobertura del vigésimo sexto Festival de Cine Documental de Salónica tiene una característica central: describir y ponderar en un párrafo cada obra enfocada en las exploraciones del documento audiovisual. Por tal brevedad, estos comentarios no pretenden ser críticas exhaustivas.
Sí nos detendremos en cómo informan, preservan, cuestionan y exploran materiales de índole sonoro y visual (incluido lo escrito), más allá de que sean obras que abordan temas, situaciones y personajes verificables fuera de la estructura propuesta por sus realizadores. Por lo tanto, que la diferencia entre documental y ficción siga siendo oportuna hoy en día carece de pertinencia para las búsquedas de esta cobertura.
En el caso de 01 (Dimitris Mouzakitis, 2024), la rutina del artista de 98 años Nanos Valaoritis está intercalada por sus reflexiones creativas y filosóficas, y sus anécdotas sobre el contexto artístico de las épocas y ciudades donde vivió. Una secuencia en su cuarto de estar resume el múltiple valor documental de la obra: un plano fijo muestra cada una de las fotografías que se van apilando. Tomadas por Louis de Stoutz, son imágenes del rostro de Marie Wilson, artista y esposa de Valaoritis, cuando era más joven. La voz en off del protagonista reconoce, entre otras cosas: “Después de todo este tiempo, ella es una parte de mí, estamos conectados aun si no nos comunicamos mucho ella seguramente es una parte de mí, ¿me explico? Como si fuera una mano, una pierna, uno de mis ojos…”. Entre estas palabras, una foto del artista se cuela en las fotografías que él ha ido apilando y la imagen se va llenando así de cada nueva foto y lo que queda al descubierto de las imágenes debajo. Esta escena, reiterada en otros momentos con distintos rostros, muestra las innumerables capas de sentido de una sola (meta)imagen, volviendo de corto alcance cualquier análisis.
Por su parte, A New Kind of Wilderness, de Silje Evensmo Jacobsen, aborda el duelo familiar luego de la muerte de Maria Gros Vajne. A través de distintos materiales de archivo, incluido el de su voz; el realizador noruego cuenta de forma intercalada cómo han crecido y se han transformado los integrantes de este grupo con cada decisión en torno a vivir en el campo. El uso de videos caseros y fotos viejas le da mayor perspectiva al tiempo presente, así la iluminación y la banda sonora hacen sentir mayor aceptación a la naturaleza voluble del presente. También las misivas entre las hermanas ponen en palabras los cambios por los que pasan todos como grupo; junto a la apertura del papá a sus propias fragilidades, incertidumbres y su compromiso de flexibilizarse para que sus hijas tengan una educación que les permita integrarse al entorno mientras él trabaja.
Finalmente, Topli Film (o Warm Film), de Dragan Jovićević intercala un recorrido por fragmentos de la historia del cine queer en Yugoslavia y Serbia, y la preparación de dos actores para un próximo proyecto cinematográfico de temática LGBTIQA+ subvencionado por el Estado. Sus ensayos mantienen el tono de muchas de las escenas citadas: intenciones poco creíbles, juegos homoeróticos en muchos casos velados. La película consiste en una provocación, documentada y con pocas pretensiones de rigor, que recorre la homofobia institucionalizada en la cinematografía yugoslava y serbia. Así, desde el inicio con la escena del primer beso entre dos hombres en 1911 hasta el final con un corte a rojo, la obra busca tentativas de representaciones más frontales ante las minorías.