El erotismo (no) es cosa de adultos.
El amor apasionado sólo puede tener lugar en los primeros años de la pubertad o pre-adolescencia, porque es la etapa en la que el descubrimiento del otro, y por lo tanto el deseo sexual latente, nacen de una curiosidad por completo ignorante. Si bien ante cada amante vamos a estar descubriendo siempre un cuerpo nuevo y nuevas sensibilidades, en esos años lo desconocemos todo, el otro es una isla por conquistar, es un misterio. Un Reino Bajo la Luna es el continente negro de Freud. Suzy (Kara Hayward) lee libros de aventuras y expediciones, anhela explorar desde sus binoculares a través de la ventana de su habitación, mezcla de heroína melodramática y exploradora valiente del género de aventuras. El rojo de su pelo, de sus labios, de sus mejillas la convierte en ansia y apetito, subyugados por el rosado y blanco de sus ropas. Hay en ella una mujer contenida pero deseante. Sam es un boy scout huérfano, héroe solitario en apariencia seguro de sí mismo, pero a su vez niño, hijo en busca de una madre y haciéndose hombre a los ponchazos. Pero aunque no sepa definirlo sabe lo que quiere y va tras ello.
A la aventura se lanzan juntos dejando atrás el incompetente mundo adulto que los rodea y al que no quieren asemejarse (en realidad, nadie lo querría) y es porque estar destinada a ser una mujer deslucida por la falta de cuanta cosa la haga feliz, casada con un cornudo consciente, y con un policía local inoperante como amante, no es un panorama demasiado alentador para una chica; tampoco hay un horizonte positivo para un chico huérfano de padre y madre, cuyos padres adoptivos aprovechan la “fuga” para sacárselo de encima, y liderado por elScout Master Ward (Edward Norton), un tipo que pese a su edad se encuentra ante el mismo dilema que todos estos chicos: no la puso en su vida. Hay en el mundo adulto una incapacidad emocional que se contrasta con el exacerbado amor entre Suzy y Sam, el que es posible por la inmadurez del dolor y las decepciones que llegan con los años y las rutinas. En uno hombre y mujer se dividen por hechos naturales, inherentes a cada género, diferencias que terminan uniéndolos en pos del aprendizaje y la búsqueda del placer mutuo, recíproco. En el otro, están distanciados por distracciones mundanas e individuales.
Wes Anderson sigue trabajando sobre la estética que le otorgó sello propio desde su tercera película, Los Excéntricos Tenembaums, con planos generales fijos, movimientos de cámara circulares o mediante travellings, un uso del zoom brusco, una puesta en escena barroca, formas que lo acercan al cine de Stanley Kubrick (hay incluso un claro homenaje a Lolita) de quien también tiene una influencia marcada en el uso de la música. Si alguna vez la música fue importante para el cine de Anderson, en Un Reino Bajo la Luna lo es todo. Michel Chion dijo que es un error considerarla como un elemento que acompaña al cine, es también parte de su lógica estética. El cine está íntimamente unido a la danza y a la música por el movimiento, sin embargo Anderson deposita el movimiento interno de estos personajes físicamente estáticos en la potencia (o falta de ella) musical y en la naturaleza, elemento fundamental de esta película. Así como el cine del viejo Kubrick, el de Anderson también puede generar distanciamiento por esta suerte de “planos diapositivas”, con una puesta excesivamente controlada y autoconsciente de su estética, pero lo que probablemente le juegue a favor y lo vuelva cercano es que decide exponer las debilidades más tiernas del ser humano, hay emociones sinceras debajo de estos personajes deliberadamente amojamados.
Quiero repetir un término que usé en mi crítica de Infancia Clandestina de Benjamín Ávila: “erotismo seráfico”, porque eso es lo que encontramos en esta historia (incluso para trazar más paralelismos, en la nacional el nene se hace pis en la cama soñando con ella, y en esta Sam le anticipa que probablemente moje el colchón cuando duerman juntos en la carpa) pero lo que las diferencia es la concreción de ese deseo, algo que a mi parecer aleja bastante del final felizUn Reino Bajo la Luna. Juan/Ernesto en Infancia… por conocer el amor en el momento y el lugar menos indicados, conserva la imagen de su amada desde la sublimación, él es un idealista. Sam logra conquistar de forma medianamente planificada a su chica, él es un pragmático. Pero todo para retornar al lugar del que escaparon y concluir en que más allá de la pasión desenfrenada no hay más que costumbres, que los llevan a repetir la historia que nunca hubieran querido vivir.
Por Nuria Silva