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CRÍTICAS - STREAMING

Wham!

HISTORIA DE DOS IDIOTAS

Quizás mi primera sorpresa con el documental de Wham! fue haber descubierto que no se trataba de una miniserie de dos o tres capítulos sino de una película de modesta hora y media. Acostumbrado como uno está a documentales de plataformas que dicen más de lo que uno necesita, que ponen mano en el archivo y empiezan a acumular entrevistas por pensar que la extensión las hace mejores o más prestigiosas, no deja de ser una sorpresa agradable que esta película no quiera contar más de lo que precisa. 

Es más, el espíritu de síntesis es una de las bondades mayores de este documental y sirve a uno de los propósitos: reflejar un ritmo de vida acelerado.

Rápidamente, el documental nos habla de cómo los dos jóvenes se conocieron en la escuela, y a los cinco minutos nos define la personalidad de cada uno de ellos. Enseguida se nos empiezan a contar los primeros pasos profesionales de estos chicos, y no mucho después se nos habla de cuando se paseaban de discográfica en discográfica tratando, sin éxito, de que los contraten. En ese momento, los cantantes que formaban el dúo decían sentirse devastados e inseguros respecto de su talento.

Como es esperable, los chicos encuentran el éxito, y uno de ellos (George Michael) comienza a rememorar los tiempos en los que llenaba estadios con una facilidad pasmosa y en los que, en vista de los resultados obtenidos, ya podía considerar que era un músico talentoso y una estrella pop.

La ilusión momentánea que nos da el documental es que para llegar de esos inicios al éxito se necesitó un esfuerzo descomunal, un acto de persistencia que terminó dando sus frutos. No obstante, el velo se descorre cuando uno se da cuenta de algo: estos chicos tenían apenas 18 años cuando estaban caminando entre discográficas y sentían el peso de un fracaso detrás de otro, y 20 cuando se encontraban llenos de dinero y popularidad, mientras uno de ellos ya se había convertido en un compositor y productor de sus propias canciones. Entre esos 24 meses hubo apenas un par de inconvenientes y luego un éxito que no pudo venir más rápido y tener menos momentos frustrantes.

El tema es, claro, que la película trata sobre dos jóvenes en descubrimiento permanente y alejados de toda rutina. No sólo es la excepcionalidad de sus vidas, es también su rango etario lo que influye en esa lógica que va de la decepción inmediata a la ilusión de grandeza, a la euforia del éxito, y que hace que nos olvidemos por un rato de que todo ese esfuerzo dio frutos a una velocidad insólita. 

Mientras, se termina dando una historia de maduración. De distintos tipos de maduración, incluso. Por un lado, la de George Michael, que va descubriendo al mismo tiempo tanto su sexualidad como sus dotes artísticas. La otra es la de Andrew Ridgeley, que por el contrario se va dando cuenta de que su gran amigo y compañero de dúo lo excede en mucho en talento y que no tardará poco en abrirse camino como un solista exitoso.

Parte de lo fascinante de este documental es que ambos músicos terminan siendo igualmente interesantes. Uno, por la obviedad de que siempre es atractivo ver un camino a la fama; el otro, porque terminó siendo alguien dueño de un sentido de la ubicación increíblemente noble y despojadado de todo divismo. Ridgeley casi se asemeja a esos cowboys de las películas de John Ford que, por un lado, provocan el progreso, pero deben alejarse de él. Es el amigo que impulsa la carrera de su compañero para después alejarse, consciente  de sus limitaciones y -a diferencia de los cowboys de Ford- feliz de haber tomado esa decisión. Parte del logro del documental es hacernos sentir que es Michael el dueño de una personalidad más sufrida (con sus ambiciones que se van volviendo más y más enormes, y que conviven con sus profundas inseguridades), que la de un Ridgeley que supo construir una forma personal de felicidad aprovechando su suerte momentánea y sabiendo dar un paso al costado a tiempo. 

Con el correr del documental también es fácil darse cuenta de otra cosa: que acá se va a prescindir del famoso recurso de las cabezas parlantes. Es decir, entrevistas actuales a gente que hable de este dúo. También se va a prescindir una voz en off explicativa, que didácticamente nos ubica en años y nos relata hechos curiosos. En vez de esto, esta película toma una decisión notable: reduce los testimonios a las voces en off del dúo, mezclado con material de archivo. Hacer algo así da un aire intimista, como el de dos amigos que nos están contando una experiencia curiosa. 

Dicho tono incluso está marcado por el prólogo. Justo antes de empezar los títulos de crédito, vemos lo que parece ser una grabación casera del dúo. Si bien los dos ya son famosos, la imagen que despiertan está lejísimos del divismo. Es más, la pregunta que ambos se hacen es como “dos idiotas” llegaron adonde estaban.

Por supuesto que lo de “idiotas” es un chiste, y el documental está lejísimos de querer insinuar eso o de querer anular la dignidad de nuestros dos protagonistas. Pero si es verdad que Wham! quiere ser menos la celebración de una banda de pop que el relato de una amistad, y busca más concentrarse en la parte más “ordinaria” de los dos cantantes que en su excepcionalidad. 

Sólo eso explica que la película se saque de encima muy rápidamente todos los clishés que pueda haber sobre cualquier documental de una banda musical. Acá no hay menciones a drogas, ni a otro tipo de excesos. Algo que, sospecho, tiene que ver menos con la realidad que con las decisiones de este documental de narrar lo que le conviene. El ejemplo máximo de esto es el momento en el cual se habla de cuando Andrew Ridgeley salía con muchas mujeres durante su etapa como famoso. Ahí donde cualquier otro documental hubiera aprovechado para hablar de noches descontroladas, se limita este hecho a mostrar un par de recortes de diarios que duran segundos en pantalla. En el fondo, lo que termina realmente importándole es que este aspecto mujeriego de Andrew haya servido como distracción de la prensa para que no se enfocara tanto en la personalidad de George Michael (a quien el documental retrata como alguien que vivía encerrado componiendo y hacía lo que podía en esa época porque no se haga pública su homosexualidad).

Hay un episodio de este documental que funciona como una suerte de inversión de esto. Se trata del momento en el cual George Michael está cantando junto a Elton John en el Live Aid de 1985 la conocida versión en dueto de “Don´t let the sun go down on me”. Allí no es Andrew el que distrae las miradas sobre George, sino que es George el que está en el centro de la escena (literalmente), mientras Andrew se encuentra atrás, entre los coros, feliz de que su amigo haya tenido el gesto de invitarlo. Nuevamente, lo que al documental le interesa no es tanto el clishé de hablar del ascenso de George Michael como estrella individual, sino algo mucho más intimista como el gesto de un amigo de darle al otro el escenario y la sabiduría de Andrew de admitir sin problemas la superioridad de su amigo como artista.

Por supuesto que hay mucho de luminoso en esta idea de pensar que una historia de algo tan común como una amistad sincera es tan o más interesante que en un ascenso a la fama, pero así y todo, no deja de haber una melancolía subterránea en este documental. Este efecto se da gracias a esta sensación constante de estar viendo una historia de amistad y respeto mutuo hermosa que ya no existe más, que se ha transformad en un recuerdo lejano narrado de protagonistas, que terminaron tomando caminos muy distintos. De hecho, hay también un efecto interesante en nunca decirnos los años en los cuales Ridgeley y Michael hablan desde la distancia. Sus voces en off parecen tener una característica misteriosa, de quienes hablan desde un año que no puede estimarse pero que se sabe de un tiempo distinto en el que eran más jóvenes, tenían más energía y estaban todo el tiempo juntos como grandes amigos. 

Uno sabe, a rasgos generales, que es lo que pasó con cada uno de ellos después de Wham! y le basta uno una búsqueda rápida y superficial por la Wikipedia para enterarse algunos detalles curiosos.

Este documental podría habernos ahorrado que busquemos eso, podría haber extendido su metraje unos minutos más y hablar del disco Faith, de los famosos escándalos de George Michael, e incluso de la predeciblemente fallida carrera como solista que tuvo Andrew.  Incluso pudo haber puesto unos carteles a posteriori, como quien rellena una información por pura convención.

Sin embargo, nada de eso sucede. Ni bien  Wham! da su último concierto, en “la separación más amigable de la historia del pop” tal y como la definía George Michael, la película decide ir a sus títulos de crédito. 

Es ahí, en esa negativa del documental de querer informarnos de todo lo que siguió, donde se advierte un pudor hermoso de no querer arruinarnos una historia de amistad. Es en ese pudor, paradójicamente, donde la melancolía puede brillar con más fuerza por motivo de su ausencia. Como decía el buen Hemingway, para saber escribir hay que saber tachar, frase que aplica tanto al acto de saber reescribir un texto como al acto de saber no sólo cuándo relatar sino cuándo dejar de hacerlo para que aquello que no sea vea tenga tanta fuerza como aquello que contemplamos. Justamente, en la conciencia del peso de esa ausencia, en su negativa a caer en la tentación de contarnos todo, reside el mayor rasgo de inteligencia de esta película entrañable.  

(Reino Unido, 2023)

Dirección: Chris Smith. Producción: John Battsek, Simon Halfon. Duración: 92 minutos.

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