Una nueva edición del Bars se terminó, y con él, muchas conclusiones que penden cuan bamboleantes telarañas en el aire: la indiscutible realidad de la buena aceptación y avidez por el cine de género, que poco a poco va imponiéndose en el público argentino, como así también una nueva camada de jóvenes directos que aceptan el desafío de complacer esas demandas.
Junto con ello surge también la presencia de un auténtico cine independiente (mucho más que el que así se autoproclama en otros festivales como el BAFICI) que se financia con aportes de amigos, familiares y colegas o eventos realizados especialmente para solventar la realización de estos films. Los circuitos alternativos de distribución son otra respuesta de estos jóvenes realizadores a la falta de espacios donde exhibir sus realizaciones, y así surgen los films subidos a redes sociales o centros culturales que se convierten en salas de cine para dar respuesta a un mercado cada vez más creciente.
Pero el BARS no es solo un interesante espacio donde nuevos directores muestran su arte y logran contactarse con colegas de otros países, sino que también es un lugar donde convergen otras manifestaciones artísticas como la literatura, y esto se vio demostrado en las jornadas de lectura organizadas donde se presentaron obras de género realizadas en talleres de escritura (e impresas en papel. ¡Sí, señores, papel!) o exhibiciones de clásicos en formato 35 mm para las delicias de una generación que no tuvo la oportunidad de verla en las salas cinematográficas y valora una experiencia que sabe que será única.
Para las próximas ediciones solo resta pulir ciertos aspectos organizativos (respetar horarios de los comienzos, verificar que las películas estén completas antes de su exhibición para no suspender funciones, etc.) y comprender que el entusiasmo por este tipo de cine debe ir de la mano con un serio enfoque del evento.
Si deseamos que nuestro cine de género sea tomado en serio, solventado y apoyado por el público en general (y los entes encargados de la financiación de emprendimientos cinematográficos) debe partir de sus impulsores un enfoque responsable y adulto que demuestre que se está frente a un pujante movimiento que día a día crece más y más.
Fuera de eso, el BARS es fiesta pura, es celebración de lo mejor del cine, son funciones que se cierran con aplausos y gritos y directores que cara a cara se encuentran con su público y, por qué no, con futuros colaboradores. Es la conmemoración de un cine pasado que se reinventa en el presente con la mirada de aquellos niños que se criaron viendo cine clase B, leyendo literatura fantástica o disfrutando comics y hoy son realizadores cinematográficos.
El BARS debe convertirse en esa inmensa telaraña donde cada producto, cada director aporte sus hilos para entretejer un espacio nuevo, donde finalmente también terminen quedando atrapados los moscardones del presupuesto y los circuitos de exhibición. Poco a poco esta red invisible comienza a conformarse y perfeccionarse, como así también el desafío de convertir a este festival en un referente latinoamericano del cine de género, bizarro o clase B.