Como debe ser, como debe ser el Cine, el ANTIcin3 de P3rron3 vuelve a sublimar, en esta oportunidad, desde los claroscuros particulares de su nuevo opus, 3SCOMRO5, la sutileza de la cópula de la luz con la sombra que ha subido la temperatura ambiente plástica de sus últimas películas, para diseñar una nueva orgía de oscuridad, que es lacerada por haces de luz indómitos, que estrena mundialmente como película de cierre en la edición presente del DOC Buenos Aires junto a lo último del rumano Radu Jude, otra de las firmas contemporáneas del cine habilitadas para sorprender a cada aparición presentes en la muestra.
A la media hora de relato más o menos, con el hombre en muletas de espaldas a cámara, suspendido en su tiempo ante una danza de cortinas de plástico ametralladas por orificios creados para el pragmatismo eólico, el dominio lumínico de P3rron3 se evidencia con una estrategia de resultados aún más fehacientes que en el resto de la película, casi siempre en blanco y negro. De una manera profesional, artística y concretamente fotográfica. Pero durante la intervención de la Virgen, transcurrida un poco más la película, el valle de las sombras y las luces alcanza su apoteosis celestial en la reducción del encuadre a un primer plano. La melodía de los afiladores de cuchillos ambulantes que escuchábamos en las siestas estivales de los barrios se adueña de la poesía de P3rron3 al grado de permeabilizarse en él y capturar por completo el reborde barrial ubicuo de su poética. De un lado, los técnicos profesionalizados del cine se podrán reír con arrogancia de la tecnología que utiliza P3rron3, que hasta hace uso de un dispositivo tecnológico considerado réprobo por la burguesía del sector cinematográfico, como la cámara GoPro y sus accesorios. Del otro lado, el público quedará boquiabierto. Así de simple porque el cine es simple; el cine es madera rústica por la que se cuelan las grietas del lenguaje, no una superficie lisa con aroma a lustramuebles. La furia y el silencio dialogan en la cosmogonía perroniana. No tiene ninguna importancia la vistosidad de la imagen en el cine si lo que comunica es lengua muerta. A esto lo vieron todos los críticos de cine y cineastas de la historia del cine que dispararon contra el academicismo en el que incurre este arte acaparador y superador cada tanto, bamboleado por los vaivenes del dinero, materia oscilante y peligrosamente inestable como las moléculas del nitrato.
De todos modos, P3rron3 nunca fue un improvisado. Al contrario, detrás de su fecundidad de dos o tres películas por año se agazapa un controlador nato riguroso y concentrado sin cuya presencia dicha fecundidad naufragaría en el mar de los quilombos más terribles. El acto de rodar determina el tamaño de la película y el tacto del director le da su forma en la etapa subsecuente, el montaje. Estamos mencionando etapas de la manufacturación de una película –aunque el término “manufacturación” está perimiendo por la digitalización de todos los órdenes de la vida– que P3rrone tiene a su cargo individualmente. La intransigencia catastral de este individualista, que prácticamente sólo filma en su barrio residente de Ituzaingó, su templo, le sigue dando resultados óptimos y esta radicalidad se justifica en tanto que no interviene en la cualidad que mejor sobresale en la última etapa de P3rron3, y nos referimos a la de la última década aproximadamente: su cualidad ‘fénica’. Fénica, no porque las andanzas cinematográficas de P3rron3 deriven del fenol, sino por su condición renacentista; renacentista, a su vez, no por un dominio enciclopédico y práctico de las artes, si bien en su microcosmos barrial de rodajes P3rron3 es una suerte de mandamás orsonwellesiano, como quedó testimoniado en el documental de Martín Farina, El profes1on4l (2016). Sino por su voluntad metafísica de renacimiento constante, como el Ave Fénix, por su deseo de resetearse como artista a cada paso, como si mirar para atrás fuera para P3rron3 directamente una discapacidad, pero bienvenida e irrenunciable.
La productora personal de P3rron3, Las ganas que te deseo, ha proscrito de su catálogo cualquier interferencia mínima del mercado que no interpele al deseo, justamente; a su exégesis. Es una obviedad que debemos machacar como comunicadores del cine mientras el hierro autoral esté caliente porque el cuello de la botella del cine industrial contemporáneo se viene achicando a pasos exponenciales: mientras más grandes son nuestras pantallas hogareñas, más pequeñas son las muestras gratis que provee el cine –el Cine– que surge como puede entre patadas y empujones de este nido de víboras regido por el totalitarismo de la especulación financiera, de la cantidad como vector de calidad.
Quizás haya que analizarlo en otra oportunidad, pero es probable que el cine de P3rron3 rebusque una y otra vez el blanco y el negro como cimiento estético para su enunciación, por su condición de reverso negativo inapelable de la idiocracia mikejudgeiana que fomenta (¿fermenta?) ese cine colorinche que estrena las salas del circuito comercial, un basural a donde va a parar todo lo que brille y tenga cada centímetro de sus encuadres bien iluminado, decente, lustroso, límpido y aséptico como una bocanada de desodorante de ambiente. El arraigo cuasi-fóbico de P3rron3 a Ituzaingó es una bendición del cine argentino que debiera replicarse más a conciencia si queremos erigirnos en soldados eficientes contra la gentrificación corporativa del arte cinematográfico.
Por cierto, como es una película de P3rron3: no hay sinopsis: hay sinapsis: precaución, neuronas trabajando.
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(Argentina, 2021)
Dirección, montaje, diseño de sonido: Raúl Perrone. Guion: Raúl Perrone, Roberto Barandella. Elenco: Valeria Roldán, Leonel Alexis Sgro (aka León el afro), Luca Capone, Eliss Vas Albornoz, Antonio Cavazzo, Déborah Fideleff, Fernando D’Amico. Duración: 75 minutos.