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[22] BAFICI | El baldío

[22] BAFICI | El baldío

Pequeño refugio de libertad: 

En medio de la noche la linterna ilumina un baldío y pronto vemos aparecer el destello de un par de ojos que brillan en medio de la oscuridad. Enseguida son varios más y un par de gatos salen de su escondite para acercarse curiosos hasta la fuente de luz y la cámara. 

El lugar es un baldío que da a un pulmón de luz rodeado por edificios en el barrio porteño de Colegiales. Allí una colonia de gatos, en estado de naturaleza, apartados de la influencia del hombre, se mueven entre la maleza como verdaderos felinos que reinan en medio de la selva. La calle es un lugar hostil durante el día, amenazado por el paso de los transeúntes, de sus perros y del tráfico. Y solo por la noche algunos valientes osan traspasar el portón derruido para explorarla. Pero el peligro no sólo proviene de la calle. A metros, hay una obra en construcción que avanza rápidamente, amenazando con destruir por completo ese pequeño paraíso de libertad. 

El baldío como espacio agreste subsiste fuera de lugar y fuera del tiempo marcado por el ritmo frenético de la gran ciudad. Algunas mujeres detienen su marcha, curiosas como ellos, y luego de un primer periodo de mutua desconfianza, comienzan a establecer un vínculo con los gatos. Se trata de una red de mujeres vecinas del barrio que se turnan para brindarles alimento y agua, limpiar sus deposiciones en el arenero que está al lado del árbol frente al portón, proporcionarles medicación o suplementos según sea necesario, y hasta rescatarlos para brindarles mayor asistencia, si realmente se encuentran en peligro de vida.

La primera pregunta que despierta El baldío (2021), largometraje documental de la realizadora argentina Liliana Paolinelli, es: ¿Por qué son mujeres las que se acercan a estos gatos y no hay ningún hombre? La directora describe entonces una afinidad particular entre las mujeres y los gatos, que capta una esencia que es común a ambos. 

El vínculo entre las mujeres y los gatos nunca es totalmente directo y completo. Siempre media cierta distancia porque son particularmente ariscos, o se establece a través de los resquicios y las hendiduras del portón derruido o de pequeños huecos en la pared, de los cuales rápidamente se escabullen. Los gatos responden a su llamado, generalmente cuando les traen comida, pero viven a su manera, se acercan cuando quieren. Si se tratara de perros, seguramente ya habrían seguido al amo que los alimenta. Pero los gatos son animales que habitan un lugar y se rehúsan a ser propiedad del amo. Y las mujeres aceptan estas reglas de juego con dulzura; sin forzamientos violentos o intentos de apoderamiento.

Aquí radica la común afinidad entre las mujeres y los gatos; como ellos la mujer responde al amo, pero no totalmente. Una parte de su goce está más allá del falo, se resiste a entrar en la lógica de la pertenencia y del intercambio y subsiste encapsulado en su propia contigüidad, enigmático e inaccesible. Algo en esos gatos y en las mujeres se basta a sí mismo. En esos gatos que vienen cuando quieren, que no responden a la orden del macho patriarcal, las mujeres identifican algo de sí mismas: el territorio inconquistado de su deseo femenino, lo que explica su particular e intensa conexidad. 

La red de mujeres se moviliza y protege de la depredación de las corporaciones inmobiliarias ese territorio de libertad de los deseos que representan el baldío y los gatos; como cada vez que peligra una de ellas ante la avanzada o el asedio del macho patriarcal en su goce propietario. 

Por otra parte, vemos que estas mujeres dedican su tiempo de manera desinteresada. Entre mujeres y gatos se forja un lazo afectivo que está claramente por fuera de todo contrato transaccional. En este punto, y teniendo en cuenta el imperativo de productividad que rige la sociedad capitalista contemporánea, la agudeza de Paolinelli subvierte el lugar común del baldío en tanto tierra improductiva, para transformarlo un fructífero refugio de esparcimiento y libertad. 

La singular mirada de Liliana Paolinelli logra captar con sutileza y belleza estética la particular conexidad afectiva que se establece entre las mujeres y los gatos. De allí desprende con genuina naturalidad El baldío como fábula ecológica y como alegoría de lo femenino. Quien se anime a incursionar en este territorio extraño y enigmático saldrá gratamente recompensado.  

calificacion_4

© Carla Leonardi, 2021
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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