Madame Hyde, de Serge Bozon (Francia, 2017 – Autores / Apertura), por Matías Orta
La novela El Dr. Jeckyl y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, nunca se cansó de inspirar al cine. Incluso Fredric March llegó a ganar el Oscar a Mejor Actor por su doble papel en El Hombre y el Monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1931), uno de los pocos casos en los que se premió a un papel vinculado al género fantástico y de terror. Luego llegaron versiones con actores de la talla de Spencer Tracy, y no faltaron las adaptaciones más originales del texto. El Profesor Chiflado (The Nutty Professor, 1964), dirigida y protagonizada por Jerry Lewis, es la más emblemática. Lo cierto es que la dualidad del ser humano jamás deja de ser un tema fascinante y universal. ¿Existe algo más inquietante que la certeza de ser dominados por nuestro lado oscuro, y que además eso provoque placer?
La francesa Madame Hyde (2017), también propone un enfoque diferente, y con Isabelle Huppert encabezando el elenco.
Huppert compone a la Señora Géquil, profesora de física en un colegio secundario industrial. Su carácter blando la vuelve el objeto de burla de sus propios alumnos, y ni sus colegas ni el rector (Romain Duris) son capaces de contenerla. Su marido (José García) le brinda cariño, pero tampoco la entiende. Su refugio consiste en un laboratorio donde prueba experimentos y teorías personales. Un accidente con una descarga eléctrica modificará su manera de ser… y su cuerpo: por las noches, una energía surge de su interior, convirtiéndola en un ser tan incandescente como mortífero.
El nuevo film de Serge Bozon pretende ser una mirada sobre el sistema educativo, explorando la relación entre profesores y alumnos, sin olvidar el rol de los directivos de la institución. Lejos de quedarse en el drama costumbrista, el lenguaje elegido es el de farsa con elementos sobrenaturales y diálogos sobre física como intentos de metáforas. A la par, muestra a Géquil devenida en una misteriosa dama lumínica que deambula por las madrugadas y acecha a unos jóvenes que practican hip hop, y hasta llegará a extremos de provocar muertes.
Como de costumbre, Isabelle Huppert vale la película entera gracias a una caracterización frágil, sutil, siempre con un aura de misterio, sin caer en exageraciones. La amistosa relación entre Géquil y Malik (Adda Senani), un alumno brabucón que carga con una discapacidad física, es otro de los puntos interesantes de film.
Madame Hyde propone una mezcla de géneros y una novedosa aproximación al mito de Stevenson, pero Bozon se queda en la pretensión y en el tedio. Sin embargo, Huppert levanta todo film que la incluya dentro del reparto, y sin necesidad de desdoblar su personalidad.
Ramiro, de Manuel Mozos (Portugal, 2017 – Competencia Internacional), por Alejandro Turdó
El librero de Lisboa
Tras ocho años de silencio, el director portugués Manuel Mozos vuelve a hacer ficción y en este caso presenta Ramiro (2017), un drama con tintes cómicos o una comedia con tintes dramáticos según veamos el vaso medio lleno o medio vacío.
António Mortágua interpreta al hombre del título, un escritor frustrado y algo bloqueado creativamente que también es dueño de un local de libros usados en la ciudad lusitana de Lisboa. Ramiro tiene a su cargo a Daniela, una adolescente embarazada que perdió a sus padres siendo aún muy pequeña y debe cuidar de su abuela, quien aún se recupera de un ACV. Nuestro protagonista se mueve en un círculo que nuclea lo cotidiano y lo bohemio, pero no parece sentirse completamente a gusto en ninguno de los dos ámbitos.
Mozos nos mete de lleno en la vida de un ermitaño de buen corazón, un tipo que lucha por comprender el mundo actual en el que irremediablemente le toca vivir. La librería, la casa, los bares, las calles oscuras de Lisboa son el marco de contención de un relato que transmite melancolía pero infunde cariño sobre sus personajes.
Sin un conflicto fuertemente marcado pero con una historia que logra transmitir sensaciones a través de las tribulaciones de sus personajes, Ramiro se vuelve un espejo que devuelve un reflejo interesante sobre temáticas como la soledad, la frustración y la búsqueda de ese pequeño confort que de sentido al día a día.
La Nostalgia del Centauro, Nicolás Torchinsky (Argentina, 2017 – Competencia Oficial), por María Paula Putrueli
El director de este documental -con algunos tintes de ficción- se encontraba en busca de locaciones para un proyecto distinto, cuando conoció a Alba y Juan, una pareja de ancianos tucumanos, quienes se convirtieron, sin buscarlo, en los protagonistas de La Nostalgia del Centauro (2017)
Ambos viven en un lugar recóndito donde pasan sus días y noches, bajo un silencio contemplativo, testigo de una vida austera; una vida que los encuentra unidos, aún cuando no comparten un solo momento en pantalla. Han sido compañeros tantos años que las palabras parecieran no necesitar ser pronunciadas, son sus cuerpos los que expresan todo aquello que los unió: el inicio de un amor, la constitución de una familia, las ausencias que se fueron dando para encontrarlos, ahora, bajo el mismo techo en una soledad que parece hacerles compañía a diario.
Torchinksy, a través de la cámara sigilosa, respeta los tiempos de cada acción, de cada plano que dura lo que esta realidad, a veces detenida en el tiempo, le propone. Una manera de mostrar otro tipo de vida, otra forma de vivir la tierra que nos acerca a paisajes y mundos que parecen mucho más lejanos de lo que realmente están.
Siguiendo la tradición gauchesca, como un estilo de vida, y como una manera de construir vínculos, la película se terminó de contar en la sala de montaje, gracias al talento de Ana Poliak, aquellas escenas icónicas de Juan recitando coplas al viento o Alba contando la fascinación de su marido por los caballos, componen un fluir narrativo con un nexo poético que conmueve gratamente.
