A Sala Llena

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FESTIVALES

3º Festival de Cine Nacional Leonardo Favio – Día 3

Domingo 17 de agosto.

El día de hoy en comenzó con un documental fuera de competencia (la competencia es sólo de películas de ficción) que gira en torno a la figura del legendario boxeador Ringo Bonavena. Soy Ringo, de José Luis Nacci, recopila testimonios de sus hijos, y de amigos y compañeros de ruta de Bonavena, así como material de archivo en distintos soportes que enriquecen la historia que cuenta prolija y cronológicamente una voz en off.

Si bien por momentos el relato resulta un poco extenso, el personaje de Ringo es tan rico e inabarcable que justifica la existencia de toda anécdota o dato técnico que se pueda aportar. Sus peleas, su talento para el marketing de sí mismo, su timing para las chicaneadas a sus contrincantes y hasta la incógnita acerca de su asesinato son algunas de las cuestiones por las que pasa la película. Un documental interesante sobre un hombre que le temía mucho más a la cobardía que a su propia muerte.

Luego fue el turno de los dos cortos y los dos largos en competencia. Sobre los largos (Liberen a García y Polvareda) ya se ha escrito en A Sala Llena, así que me voy a centrar en la que a mi entender fue la propuesta más interesante de la jornada: el cortometraje Cuchipanderos, de Agostina Gula.

No develaré nada del argumento, porque en parte en tratar de entender a estos cuatro hombres de alrededor de sesenta años que se juntan a festejar un cumpleaños, a emborracharse y a bailar es donde reside su encanto. Tratar de entender por qué cada tanto la mirada se les pierde, por qué la cámara los pesca pensativos en medio del festejo, por qué se escapa un gesto, un abrazo más largo, miradas entre ellos. La complicidad entre los actores, y la manera en que la cámara “espía” a este grupo de amigos, hace de Cuchipanderos un corto con un nivel de síntesis que lleva a entender el por qué del formato.

Un corto no es corto por su duración (o no debería serlo solamente) si no por esa capacidad de sintetizar, potenciar y enriquecer las cosas en pocas imágenes. En Cuchipanderos no hay mucho que explicar. Cuando se entiende todo, hay que abandonar la sala. Cuando esos hombres sueltan lo que ocultan hay algo que ya no es como hasta hace minutos. En fin, ojalá se estrenaran más cortometrajes en las salas, para que mucha gente pudiera ver Cuchipanderos: la prueba fehaciente de que lo bueno, muchas veces, viene en envase chico.

 

Liberen a García, de María Boughen (2013), por Matías Orta

Roma (Luna Sarsale) e Inéz (Manuela Piqué) son felices a su manera. Se la pasan dando vueltas por las calles y las terrazas de Buenos Aires, jugando, riendo, bailando, haciendo chistes entre ellas y a quienes se les crucen por el camino. Aunque tienen veintipico de años, son como niñas que, de esa manera, se evaden de una realidad no demasiado agradable. Y llega una gran aventura: liberar a García, el gallo embalsamado perteneciente al kiosquero.

En su ópera prima, María Boughen nos adentra en un mundo aparte, donde muchos adultos lucen de manera extraña (llevan cajas en la cabeza, con dibujos de sí mismos); un universo vital, engalanado por estas muchachas de espíritu libre, muy bien interpretadas por Sarsale y Piqué, dos verdaderas revelaciones. Otro acierto es la voz y los delirantes monólogos de García, a cargo del animador Ayar Blasco, responsable de Chimiboga y del opus postapocalíptico El Sol.

Aunque las bromas y las charlas van camino a volverse repetitivas en determinado momento, el film da un giro en el momento indicado y el interés nunca decae.

Liberen a García es la opción perfecta para alejarse un poco de la vida real y disfrutar junto a dos muchachas que te van a enamorar.

 

Polvareda, de Juan Schmidt (2013), por M.O.

Tras robar una importante financiera, cuatro ladrones llegan al poblado de Polvareda, donde esperan documentos que le permitirán cruzar la frontera y ser libres de una vez por todas. Dos de los criminales son originarios de esas calles, por lo que deberán lidiar con cuestiones del pasado. Cuestiones no muy agradables, que pueden estropear sus planes.

La ópera prima de Juan Schmidt funciona como un western urbano, en donde hombres duros se enfrentan a situaciones límite. También es posible rastrear una influencia crucial de Exiliados, de Johnnie To, ya que los personajes y muchas de sus vivencias son similares a los de aquel enorme film.

La película no está basada en la acción (algo hay, en determinado momento, pero con fines dramáticos) sino que se centra en la intimidad del grupo, donde los momentos de monotonía incluyen pasos de comedia que permiten empatizar con el cuarteto.

Casi sin estridencias, y con acento en las actuaciones y el guión, Polvareda llega para demostrar que, como Un Oso Rojo en su momento, se pueden hacer grandes westerns modernos y criollos.

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