Viernes 19 de agosto.
El festival se acerca a su fin, pero aun queda bastante por ver, y de gran calidad. Por la mañana, el documental Escuela Transhumante, de Alejandro Vagnenkos. Ya de noche, los cortometrajes La Sangre Mezclada y El Trabajo Industrial precedieron a Primero Enero y La Valija de Benavidez, respectivamente.
El Perro de Ituzaingó, de Patricio Carroggio (Competencia Documentales), por Ximena Brennan
Perro que ladra no muerde
Al fin a alguien se le ocurre hacer un documental sobre este personaje tan peculiar del cine independiente. Porque cuando decimos “Raul Perrone” (P3ND3JOS, 2013) hablamos de una marca ya registrada del cine de bajo presupuesto, minimalista, con rodajes de pocas horas y sin planificar, con equipo técnico pequeño y con un especial trato con sus actores.
Patricio Carroggio filma El Perro de Ituzaingó en blanco y negro-homenajeando al singular estilo de Perrone-. Viaja por los recovecos de la casa pequeña donde se está rodando una de sus obras. En un momento se lo escucha decir a Perrone “Labios de churrasco”, el nombre de uno de sus films, pero seguramente no sea ese del que se muestra todo el detrás de escena.
Aquí Perrone dirige con intensidad a actriz y actor contra una pared oscura de fondo, maquillados exageradamente, como si fueran mimos- ella más al estilo geisha. La mirada de Carroggio es por demás interesante desde el punto de vista de los planos y enfoques. Se anima con confianza a interponerse entre un cineasta con un carácter especial y los artistas que escuchan pacientemente -entre risas y algunos llanos- al director que por momentos muestra su costado más frío.
“No me gusta el dinero. No me sobra. Siento repulsión por aquellos que lo buscan”. Frase contundente que escuchamos mientras la cámara mira fijamente a los ojos a Perrone. Podemos disfrutar de éstas y otras declaraciones brillantes, como cuando se enoja porque la yerba del mate que le comparten no es la que él utiliza habitualmente. Los que seguimos su trayectoria y los que alguna vez tuvimos la suerte de hablar con él, sabemos cómo es este Perro. Y por eso amamos este documental.
La Sangre Mezclada, de Guido Villaclara (Competencia Cortometrajes), por X.B.
Lo primero es la familia
En La Sangre Mezclada, el director Guido Villaclara comienza a contarnos una historia como cualquier otra. La de una mujer que se enamora de un hombre, encaran juntos un negocio, les va bien y después se pelean.
No hay spoiler, dado que hasta este momento no pasa nada desopilante. Quien cuenta esta historia en primera persona es Mirta, que, como dijimos, se enamora de Patricio. Juntos se dedican a la tarea de chantajear familiares. Pero las cosas empiezan a salir mal.
La forma en que Guido Villaclara nos cuenta estos episodios es perfecta: buen ritmo, buenos y originales planos, tono cómico satírico. Todo está dado para que La Sangre Mezclada sea como una pequeña aventura para cada uno de nosotros. Un cortometraje que va mutando vertiginosamente en varios géneros, pero que nunca pierde su esencia.
Primero Enero, de Darío Mascambroni (Competencia Largometrajes), por X.B.
Sobre cómo criar a un hijo
El director Darío Mascambroni muestra en Primero Enero una historia costumbrista. Un padre que lleva de viaje a las Sierras a su hijo de ocho años, luego de separarse de su mujer (la madre del nene).
Lo pintoresco de la cuestión, además de los paisajes, sonidos y colores típicos del lugar, son las largas charlas que mantiene Valentino con su papá. El niño es bastante rebelde, cuestiona todo, le gusta estar solo y es extremadamente inteligente.
Por otro lado, en esa soledad convive la tranquilidad y el descanso para él, pero además cierto pesar por la lejanía con su madre. Por su parte, su papá intenta entretenerlo, inculcarle las tradiciones familiares y contarle cuentos… cuestiones normales de la crianza de los hijos. Pero el niño continúa con esa mirada perdida y nostálgica.
Este es un buen relato acerca de esta relación. Una historia simple que no pretende ser ambiciosa. De todas formas, en ese afán se vuelve lenta, con escenas demasiado largas, carente de giro y tensión. Si bien el vínculo entre ellos se representa claramente complicado, los elementos atractivos no son muchos en este largometraje. Todo es pura observación y disfrute de una fotografía increíble.
El Trabajo Industrial, de Gerardo Naumann (Competencia Cortometrajes), por X.B.
El agobio de la rutina
Después de estrenar comercialmente en 2013 Ricardo Bär, junto a Nele Wohlatz, Gerardo Naumann apuesta una vez más por cierta rebeldía al orden establecido en El Trabajo Industrial.
En Ricardo Bär, un joven hereda una chacra de sus padres, lo que le asegura su futuro. Pero él en realidad quiere convertirse en pastor, cambiando el rumbo de su vida. En El Trabajo Industrial el trabajador de una fábrica ve todos los días cómo las latas pasan por la cinta; hasta que toma una con las manos y comienza a leer las instrucciones de uso… y decide memorizarlas.
La fábrica simboliza lo mecanizado de nuestra vida, lo que ya hacemos por inercia. Pero pequeños hechos revisten un cambio en la rutina. La rebeldía es personal, está en cada uno de nosotros, es un planteo existencial. Con este cortometraje Naumann nos muestra una vez más que se puede torcer el curso de los acontecimientos, y que nosotros mismos somos los responsable de eso.
La Valija de Benavidez, de Laura Casabé (Competencia Largometrajes), por Matías Orta
Pablo Benavidez (Guillermo Pfening) no pasa por un gran momento. Su carrera como escultor parece acabada luego de críticas terribles y debe vivir a la sombra de su padre, un respetado artista, y de su esposa (Paula Brasca), una pintora en ascenso. Una noche, huye de casa y, con valija y todo, aparece en la residencia de su psiquiatra (Jorge Marrale), que también está vinculado al mundo del arte. El doctor le ofrece formar parte de una residencia secreta, ubicada en un sector oculto de la vivienda, donde artistas atormentados gozan de privacidad para concretar sus creaciones más personales y arriesgadas, siempre como parte de un tratamiento especial. Benavidez acepta una breve visita al lugar, pero pronto descubrirá que no puede salir de allí: se encuentra en un laberinto repleto de detalles que potencian todo lo que atormenta su mente. El doctor no deja de monitorear sus movimientos, ya que tiene planes muy específicos con él.
Basada en el cuento de Samanta Schweblin, La Valija de Benavidez es un extraño thriller psicológico con buenas pinceladas de humor negro. Justamente extrañeza y comedia negra eran lo que primaba en El Hada Buena: Una Fábula Peronista, la ópera prima de la directora Laura Casabé. Aquí vuelve a demostrar su capacidad para crear microcosmos extravagantes (en este caso, satirizando el mundo de las artes plásticas), aunque con connotaciones más tenebrosas.
Las actuaciones de Pfening y de Marrale, y la de Norma Leandro como una curadora, contribuyen a darle cuerpo a estos seres con ambiciones que los llevan a lugares pesadillezcos. Marrale en particular da cátedra a la hora de componer a un personaje oscuro pero entrañable, evitando caer en el grotesco.
Ver La Valija de Benavidez implica sumergirse dentro de una historia inusual, satírica, lúgubre, provista de giros bien orquestados, y funciona como la prueba de la madurez de una cineasta con ideas más que interesantes.
Ximena Brennan