POÉTICA DE LAS ENTRAÑAS
Si esta edición del Festival de San Sebastián arrancó con la proyección de la nueva película de Hayao Miyazaki fuera de concurso, la competición propiamente dicha se cerró con otra película japonesa, Great Absence, de Kei Chika-Ura, una de esas películas que lo condicionan todo a la estructura, todo lo alambicada posible como para aparentar una complejidad en la construcción que la trama no revela por ningún lado. Empezando por su mismo arranque, con las fuerzas de asalto de la policía rodeando una casa y disponiéndose a entrar cuando, de improviso, un viejecito trajeado y con una pesada cartera sale tan tranquilo de ella. Habrá que esperar hasta el final para conocer el porqué de este aparatoso arranque, pero es difícil no salir decepcionado, ya aviso. En realidad, Great Absence es otra de esas películas sobre la demencia senil y la relación entre un padre y su hijo que nunca parece tener claro qué es lo que nos quiere contar, de ahí, seguramente, que le lleve dos horas y media (no) descubrirlo. Al viejecito lo interpreta Tatsuya Fuji (¡el protagonista de El imperio de los sentidos!), premiado como mejor actor ex aequo con Marcelo Subiotto, por Puan, y cuyos agradecimientos en la gala de clausura (con un arigato para casi cada miembro del equipo) estuvieron en consonancia con el metraje de la película.
Otra película asiática de la competición, la taiwanesa A Journey in Spring, opera prima de Peng Tzu-hui y Wang Ping-wen, galardonadas con el premio a la mejor dirección, aborda un tema parecido, la soledad de los ancianos y los principios de la demencia, en solo hora y media. Pero esta es una película muy calculada, el prototipo de film asiático que bebé en las fuentes clásicas de cine japonés (Ozu) y que desarrolla una trama mínima en torno a la necesidad del duelo (Kawase). También una película que hace gala de su rodaje en 16mm, exhibiendo el soporte en la pantalla, con las perforaciones asomando en el lateral y los nervios del fotograma bien visibles arriba y abajo. ¿Para qué? No se me ocurre ninguna razón, así que prefiero entenderlo como una reivindicación del soporte fílmico con la que es difícil no solidarizarse.
El mismo día, pura coincidencia, pude ver otra película japonesa, esta en la competición de Nuevos Directores, que, con diferencia, me pareció la mejor de este trío, Beyond the Fog, de Daichi Murase. Los títulos internacionales de todas las películas asiáticas parecen responder al mismo patrón poético y tienden a confundirse. Quizás también sus tramas y sus influencias. Más en este caso, en el que nos encontramos con una producción de la mismísima Naomi Kawase. Pese a ello, no hay nada de su última retórica visual en Beyond the Fog, una película muy contenida, con encuadres muy sencillos y composiciones tan exactas como bellas (quizás la película mejor filmada que pude ver en el festival). Ambientada en un pequeño pueblo de las montañas, la película de Murase comparte con las dos anteriores el tema de la muerte y el duelo, en este caso a partir de una madre y una hija que regentan una posada junto al suegro y abuelo, el cual, al desaparecer, amenaza la supervivencia de su negocio, al igual que la despoblación progresiva lo hace con respecto a un modo de vida que conoció tiempos mucho más prósperos y boyantes. Una película elegíaca, una suerte de refugio de la polución visual y sus retóricas, también las más bienintencionadas.
En las antípodas de toda esta estética se situaría una de las películas más inclasificables de todo el festival, el mediometraje Mamántula, de Ion de Sosa. Para muestra, su sinopsis: “Mamántula es el chico que todos desean, pero también es, secretamente, una tarántula gigante travestida de humano, engendrada durante un breve encuentro en un paraíso lejano. En un presente alternativo de saunas brutalistas, interminables pasillos de metro y detectives con gabardina y sombrero, cada uno de los amantes de Mamántula cae víctima de su insaciable lujuria de sangre y semen…” Pues eso: una tarántula humana que hace mamadas (felaciones), de ahí su nombre, y que se adentra en clubs gays para seducir a sus víctimas y sorberles todas sus entrañas, dejando apenas un poco de piel, un caso de han de investigar dos mujeres policías por las calles de Berlín (aunque todos hablen castellano). De Sosa combina desde un rodaje naturalista en 16mm a secuencias de animación digital, pues nada en esta película parece querer responder a un patrón determinado o a un gusto consensuado. Sin duda, Mamántula será una de las películas de la temporada, como lo debería de ser la restauración de dos cortos del cineasta experimental español José Val del Omar que se presentan bajo el títulos común de Festival en las entrañas. Los cortometrajes formaban parte de un proyecto de diez piezas, Festivales de España, rodado en 1963 por encargo del Ministerio de Información y Turismo del gobierno franquista. Lo que se conserva es solo la imagen, pues no hay indicios veraces de su montaje sonoro. Pese a ser, en cierto modo, dos piezas esencialmente musicales, la fuerza de sus imágenes se impone incluso ante esta carencia esencial. Ese es el poder de Val del Omar, aún sesenta años después de su realización.