Más carne al asador.
Cuando comienza 300: El Nacimiento de un Imperio, aquel sacrificio de Leónidas y sus 300 parece haber sucedido miles de años atrás y casi no conectar con esta segunda parte. Murro nos ubica antes, durante y después de ese hecho haciendo de la presente una secuela y una precuela al mismo tiempo. Pero si hay algo que le cuesta más que conectar ambas historias, la de Leónidas y sus espartanos y la que nos convoca (Temístocles contra la furia de venganza de Artemisia), algo que parece hacer casi por obligación, es trasmitir fuerza y emoción.
Y si hablamos de fortaleza, el “héroe” protagonista Sullivan Stapleton, presentado con bombos y platillos como el paladín de Maratón, aquél que disparó la flecha que terminó con la vida del Rey Darío I (padre de Jerjes), no tiene ni un cuarto de la presencia que tenían los guerreros de capa roja. Leónidas era un héroe épico con todas las letras, cuya sola aparición en pantalla inspiraba autoridad o por lo menos atención. Stapleton no tiene pasta de protagonista ni autoridad ante sus hombres, que incluso lo cuestionan previo a la batalla llegándole a decir: “Nos has fallado”. Un comandante cuya fuerza, destreza de estratega y masculinidad son puestas en duda hasta por su rival, quien le dice: “Peleás más duro de lo que cogés”. Estamos frente a un personaje que ha fallado como líder, que no está a la altura de ninguna de las situaciones que se le han presentado.
Hasta aquí estamos famélicos de un rol masculino protagónico pero no podemos decir lo mismo de quien se opone a este pobre hombre indefenso, nada menos que la enorme Eva Green como Artemisia. Ella es la que lleva la sartén por el mango, la película no puede con ella y su potencia, su talento y su presencia. Es una fiera que se come a todos y no deja ni la más mínima chance a ninguno de sus oponentes masculinos de sobresalir en pantalla. Artemisia invita a Temístocles a unirse al “éxtasis del acero y la carne”, y justamente de eso se trata esta entrega, de un banquete de efectos especiales (algunos realmente logrados como el de la batalla inicial), de chorros de sangre por doquier, exceso de ralentí, batallas marítimas superestilizadas, y explosiones de testosterona tan artificiales como los abdominales digitales, con puestas de cámara que quieren meterse dentro de los cuerpos; manteniendo su enfoque en el poder femenino -aunque sea por un rato- con una fotografía mucho más oscura y una escena de sexo que bordea el ridículo.
Ahora bien, la gran pregunta es: ¿hay buenos y malos en 300: El Nacimiento de un Imperio? ¿Se puede pensar a Eva Green como “villana”? Sin lugar a dudas, sí como mujer fatal sedienta de venganza a quien nada ni nadie la desviará de su objetivo: destruir a los griegos que violaron y masacraron a su familia y la tomaron como esclava hasta abandonarla para luego ser rescatada por los persas. Aunque no hay claridad en cuanto a bandos, no cabe la menor sospecha que Artemisia es el único personaje con carnadura y fuerza; hasta se podría decir, con el único que empatizamos. Luego de conocer su historia, se hace evidente nuestro deseo como espectadores de que cumpla su objetivo, lo que pone en cuestión dónde está la heroicidad en la película. El hecho de que el film nos ubique del lado de los persas (o sea, de Artemisia, porque a fin de cuentas es quien puso a Jerjes en el trono) y que sepamos más de ellos que de los griegos -pareciera que lo único que nos concierne es que son atletas olímpicos- nos convierte casi automáticamente en defensores de esa historia que tiene potencia, esa que nos conmueve y queremos ver cómo sigue, la de Artemisia; que por cierto merecería una película aparte.
A pesar de haberse transformado en una figurita repetida en cuanto a su propuesta estética, los muchachos de 300 continúan dejando la puerta abierta para otra posible odisea con los persas…
Por Elena Marina D’Aquila