A Sala Llena

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61° Festival de San Sebastián – Palmarés

61° Festival de San Sebastián – Palmarés

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El Jurado ha tomado
una decisión peliaguda. Corren rumores que los miembros del Jurado han acabado
por tirarse de los pelos. Probablemente el Palmarés no ha sido una elección
demasiado Madur-ada. Parece que en la cuestión de la Concha de Oro la ocasión
la pintan calva. Todd Haynes no tiene ni un pelo de tonto… Todas estos chistes
fáciles y juegos de palabras circulaban ayer tarde alegremente por las redes
sociales según se iba teniendo constancia de la filtración que anticipaba lo
que luego se confirmó en la Gala de Clausura: la Concha de Oro a la Mejor
Película de la 61 Edición del Festival Internacional de San Sebastián iba a
parar a la venezolana Pelo Malo de
Mariana Rondón, una simpática y sencilla propuesta que denunciaba de forma
bastante inteligente la homofobia y otra serie de problemas que acucian a la
sociedad de aquel país a través de la historia de una madre soltera,
superviviente nata, que se esforzaba por sacar adelante a su familia mientras
su hijo peleaba con fruición por alisar su encrespada y rebelde pelambrera.

La decisión en lo que
al premio más importante del Palmarés se refiere, aquel por el que se recuerdan
los Jurados, no deja de ser un desatino, por más que Todd Haynes, presidente
del mismo y responsable último del fallo, insistiera en que dicha decisión
había sido unánime. Por más que Pelo
Malo
sea una de esas películas correctas y bien interpretadas con la dosis
justa de denuncia social sobre la que costaría encontrar alguien que hablara
mal de ella, había en mi opinión al menos tres títulos en competición que
reunían mayores méritos que la venezolana. Y no consolaba demasiado el hecho de
que dichos méritos se vieran reconocidos en otras categorías del Palmarés. San
Sebastián vuelve una vez más a las viejas costumbres, el espejismo de los
premios del año pasado a Dans la Maison
y Blancanieves, las dos mejores
películas vistas, fue flor de una edición. Con el paso de los años, esta 61
edición será recordada como aquella vez que ganó la película venezolana del
niño de los pelos en lugar de (inserte aquí el título que más le plazca) Y
seguiremos haciendo chascarrillos con los Jurados de San Sebastián y su innata
tendencia a obviar los títulos de mayor consenso a favor de otros a priori
menos relevantes ¿Hace falta recordar una vez más que Vértigo concursó aquí y
Hitchcock se fue de vacío? Pues eso… Consuela pensar, eso sí, que al menos esta
Concha de Oro sirve para colocar en el escaparate un cine pequeño pero digno
que de otro modo difícilmente llegaría a las pantallas comerciales. Y esa
también es la función de un Festival de Cine

La verdad es que
tampoco este año hemos contado con uno de esos títulos incontestables que
justifican una edición con su sola presencia y si a eso le sumamos que el resto
del Palmarés resultó un ejercicio de cierta coherencia, uno puede obviar el
elefante en la habitación y seguir tranquilamente. La Herida de Fernando Franco fue la otra gran vencedora de la
noche. La radical propuesta española que consistía en meter al espectador por
completo en la piel de una enferma mental que no es del todo consciente de su
condición trincó el Premio Especial del Jurado y el único galardón que nadie en
su sano juicio podría discutir, el de Mejor Actriz para el impresionante y
estremecedor trabajo de su protagonista, una Marián Álvarez que ya vio reconocido su talento en la misma
categoría en Locarno hace unos años con aquella joya que poca gente conoce
llamada Lo Mejor de Mí y que ayer
salió por la puerta grande directa hacia el Goya recorriendo el mismo camino
que siguieron María León por La Voz
Dormida
o Macarena García por Blancanieves.
Una actriz de apariencia engañosamente frágil que sostiene casi por completo
sobre sus hombros la dura propuesta de La Herida sin pestañear por largo que
sea el plano secuencia o cerca que esté la cámara de su intensa mirada. Una
actriz poderosa que ayer se llevó, con toda justicia, la mayor ovación del
público y de la prensa acreditada.

Jim Broadbent tendrá
que hacer un hueco entre su Oscar, su Bafta y su Globo de Oro para la Concha de
Plata al Mejor Actor que ayer le concedió el Jurado por su papel en Le Weekend, esa historia otoñal de un
matrimonio de largo recorrido que busca reverdecer unos laureles que a esas
alturas de la vida suelen estar inevitablemente marchitos regresando al Paris
donde vivieron su luna de miel. La película de Roger Mitchell puede ser
discutible por el empeño de Hanif Kureishi en trufar en todo momento de la
línea de diálogo justa y brillante el guión de una historia previsible aunque provista
de cierta retranca. El trabajo de Jim Broadbent no. Está soberbio como ese
hombre enamorado de su mujer que lucha con todas sus fuerzas para no perderla
definitivamente. No se puede hablar de premio injusto, aunque este cronista
habría preferido que el Jurado reconociera el estupendo trabajo de Antonio de
la Torre en Caníbal. Pero no deja de ser cierto que es más que probable que el
malagueño tendrá en su carrera otras oportunidades más adelante.

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Club Sandwich era junto con La
Herida
la otra película arriesgada de esta edición y sin duda una de las más
interesantes. Había que tenerle cierta paciencia a esta historia vacacional de
madre e hijo adolescente en un complejo fuera de temporada porque su comienzo
podía desmotivar a cualquiera. Pero la inteligencia de Fernando Eimbcke llevaba
la historia a una gran altura cuando sin cambiar un ápice el estilo narrativo
que hasta entonces nos podría parecer aburrido y mortecino, provocaba con sus
gags visuales de uso inteligente del off, encuadres ajustados y timing perfecto
tanto las carcajadas como la emoción más sincera al observar hacia donde
evolucionaba la historia. El premio a la Mejor Dirección se me antoja una buena
decisión, coherente y lúcida.

La pedrea quedó
repartida entre las otras dos películas notables que quedaban por nombrar. La
tan irresistible como corrosiva sátira política de Bertrand Tavernier en Quay D’Orsay que ponía a los pies de
los caballos la estupidez supina de los políticos que nos gobiernan, sea aquí o
en Francia, se llevó un premio quizás corto para sus méritos pero que era el
que mejor le cuadraba, el de ese guión afilado
y muy divertido basado en las propias experiencias de un atribulado asesor de
discursos al que todos mangonean. Y queda Caníbal, la película de Manuel Martín
Cuenca que sigue siendo la preferida de quien escribe estas líneas, una
historia de amor diferente, original y llevada de forma magnífica en la que un
sastre con tendencia a devorar mujeres veía como su mundo cambiaba por completo
cuando el amor llamaba a su puerta. La que quizás sea la película más
importante que va a dar el cine español este año solo entró en el palmarés de
la mano de la esplendida fotografía de Pau Esteve, que ha sabido sacar un
inmenso partido tanto de la Granada en la que transcurre como de la atmósfera
insalubre de los intrincados recovecos por los que se mueve este peculiar
encuentro entre el amor y la muerte. Merecía mejor suerte. Pero ya se sabe y no
importa repetirlo: los designios de los Jurados, como los de Dios, a menudo son
inescrutables. Aunque si exceptuamos – que ya es exceptuar – la incomprensible
y excesiva decisión del premio gordo a Pelo Malo, tampoco es que este año hayan
lo hayan sido demasiado.

Finalizo con una
reflexión: San Sebastián ha de hacer una reflexión. No es de recibo que en la
Sección Oficial a concurso nos hayamos encontrado con algunas de las propuestas
elegidas por José Luis Rebordinos y su equipo, decisiones incomprensibles
basadas en no se sabe muy bien qué criterios. Lo peor que puede hacer un
festival clase A como éste es suscitar legítimas dudas sobre su capacidad para
promocionar nuevos talentos y ensanchar un poco más las fronteras del cine
actual. Y menos cuando festivales como Locarno, Rotterdam o Karlovy Vary
demuestran un mayor sentido del riesgo y un mejor ojo clínico que un Festival
que por categoría y presupuesto debería albergar películas si no mejores al
menos que no nos hagan preguntarnos qué demonios pintan en San Sebastián. La
complacencia es el peor de los vicios en los que puede caer un festival
consolidado. Ojalá tomen buena nota de lo criticado este año y el año que viene
estemos hablando de nuevo de un gran festival. Este año no lo ha sido. Y no
creo que sea atribuible solo a una mala cosecha.

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