(Estados Unidos/ Grecia, 2014)
Dirección y Guión: Alex Ross Perry. Elenco: Jason Schwartzman, Elisabeth Moss, Jonathan Pryce, Krysten Ritter, Joséphine de La Baume, Jess Weixler, Dree Hemingway, Keith Poulson, Kate Lyn Sheil, Daniel London. Producción: Joshua Blum, Toby Halbrooks, James M. Johnston, David Lowery y Katie Stern. Distribuidora: Mirada Distribution. Duración: 108 minutos.
El ego insaciable.
El realizador Alex Ross Perry se hizo conocido en el ámbito cinematográfico internacional gracias a sus dos últimas películas, Queen of Earth (2015), una suerte de drama psicológico con elementos de thriller, y la que hoy nos ocupa, Analizando a Philip (Listen Up Philip, 2014), una comedia muy negra sobre el mundillo tragicómico de la burguesía intelectual neoyorquina. Ambas obras comparten el tema principal de fondo, léase la depresión, y las estrategias formales empleadas para retratar los vínculos entre los personajes, en esencia una fotografía de textura arenosa, primeros planos constantes y mucha cámara en mano. Hasta allí llegan las semejanzas porque los films se ubican en veredas opuestas en lo que atañe a su aproximación: Queen of Earth se centra en una óptica femenina cercana a la histeria y Analizando a Philip hace lo propio para con una neurosis altisonante y masculina.
Asimismo, este juego de espejos invertidos se extiende hasta el abanico de referencias de las propuestas, debido a la precisión de Queen of Earth y el carácter mucho más vago de Analizando a Philip. Mientras que la primera es una reinterpretación directa de Repulsion (1965) de Roman Polanski, Persona (1966) de Ingmar Bergman y Let’s Scare Jessica to Death (1971), aquel clásico de culto de John D. Hancock; la segunda en cambio incluye detalles varios de la carrera de cineastas como John Cassavetes, Robert Altman, Woody Allen, Wes Anderson y Todd Solondz, sin llegar al nivel cualitativo de ninguno de ellos aunque sorprendiendo -para bien- con su osadía y desparpajo. El título puede ser un tanto engañoso porque Philip Lewis Friedman (Jason Schwartzman), un novelista en una espiral de autoindulgencia y aislamiento, es en efecto el eje central de la película pero no el único.
Pasada la mitad del metraje, la historia se explaya largo y tendido acerca de la colección de padecimientos de sus dos satélites primordiales, su novia/ ex novia Ashley Kane (Elisabeth Moss), una fotógrafa con una personalidad frágil y dependiente de los caprichos del protagonista, y Ike Zimmerman (Jonathan Pryce), un escritor veterano que funciona como “mentor” de Philip, en especial en lo que respecta a su disposición nihilista, soberbia e insaciable. El mayor mérito del guión, firmado por el propio Perry, pasa por trabajar con astucia la delgada línea entre la misantropía fundamentalista -y casi caricaturesca- y la imposibilidad concreta, enraizada en el acervo emocional de cada personaje, de conectarse con los demás seres humanos. De hecho, el verosímil que construye el director está muy bien logrado porque pone el acento sobre las secuelas a largo plazo del desapego afectivo.
Lamentablemente la propuesta no va más allá de los estereotipos del cine indie de décadas pasadas, cayendo en la paradoja de saber aprovechar a actores maravillosos y maleables como Schwartzman, Moss y Pryce, y al mismo tiempo no innovar demasiado en materia de diálogos, los cuales en esta ocasión parecen exacerbar la dimensión taciturna/ desilusionada de sus homólogos de los opus de -por ejemplo- Peter Bogdanovich o de cualquiera de los realizadores anteriormente nombrados. Incluso así, Analizando a Philip es un intento más que digno en pos de recuperar aquel cine de los márgenes que disparaba verdades en torno a la burguesía académica y artística. Dicho de otro modo, Perry se luce en eso de exponer la vulnerabilidad e idiotez detrás de las carcasas más imperturbables, redondeando un film correcto que se enriquece gracias a la intervención de un narrador omnisciente y conciso…
Emiliano Fernández
Una piña suave.
A pesar de lo que propone el título nacional, Analizando a Philip no es una película psicologista ni tampoco una obra dedicada a seguir la vida de un solo personaje. Si tuviéramos que categorizarla podríamos encuadrarla dentro del cine independiente joven con aspiraciones filosas y filosóficas (lugar de pertenencia del primer Linklater con obras como, por ejemplo, Slacker, aunque hay acá una técnica mucho más pulida). Filosa porque intenta romper con ciertos moldes y lugares comunes del guión buena onda de las comedias románticas más suaves y banales que suelen estar repletas de personajes que buscan una felicidad de supermercado, generalmente a través de la aceptación definitiva de una eventual pareja heterosexual, y en donde no suele haber lugar para la reflexión. Filosófica porque el trabajo de los planos (sobre todo el acercamiento a los rostros desde el movimiento desprolijo de los 16 mm) se conjuga con diálogos cargados de ambición existencialista y una mirada poco amable con la corrección sentimental del actual estereotipo vegano new age trasnochado y las sensibilidades mal entendidas.
Philip, el encargado de sacudir el polvo -de sus relaciones afectivas y laborales- es un escritor al que quedar bien lo tiene sin cuidado; neurótico y solitario son dos de las características de este personaje que no busca generar empatía ni dentro de su universo ni con los espectadores de este lado del truco. Los otros dos personajes que completan esta película literaria -el propio director Alex Ross Perry dijo que le gustaría que el espectador salga de la sala sintiendo que leyó una novela- son su novia fotógrafa y un escritor consagrado que podría ser el reflejo futuro del propio Philip, y que además podría representar al escritor Philip Roth, héroe de Perry y su mayor influencia para esta película. Lo mejor de Analizando a Philip lo encontramos en su primera mitad, donde el jazz a la Woody Allen y la estética arty de la costa este estadounidense importan menos que ciertas decisiones formales interesantes; como, por ejemplo, el trabajo del fuera de campo en una escena en la que Philip se pelea de mentira -pero de verdad- con otro escritor y nunca vemos la piña en el estómago que le tira. Esa buena escena define un poco a la película, una buena historia que promete una fuerte trompada de sentido pero que nunca la llegamos a percibir del todo por un devenir que pierde un poco de intensidad; eso sí, el amague está muy bueno, y en una era en que la cartelera nos ofrece una mayoría de obras que incomodan por su subnormalidad, una con ecos de Cassavetes es más que bienvenida.
Ernesto Gerez