Los indicios son: desorientación, inmovilidad y una corta caminata hacia atrás, para culminar en un inevitable impulso suicida. El colectivo de humanos afectados busca entonces cualquier forma u objeto a su alcance para conseguir perpetrar su propia muerte. Sin rodeos, M. Night Shyamalan nos ubica desde las primeras imágenes en un Central Park a plena luz del día, repleto de personas que serán alcanzadas por estos síntomas. Perturbadora ya desde su presentación, con nubes que corren a velocidad y se vuelven cada vez más oscuras, The Happening mantiene alerta al espectador con el sólo movimiento de la vegetación al compás del viento. El diseño sonoro con los arreglos de James Newton Howard, junto al hiperrealismo en la iluminación y la maestría del director a la hora de plasmar suspenso, implantan una tensión que se mantiene sin pausa hasta el final, pero que también se expande aún más allá del mismo. Difícil olvidarla en aquellos días cuya serenidad nos refiere a esta atmósfera calma pero inquietante por la remota posibilidad que algo extraordinario suceda; sobretodo ahora, en esta aproximación de Apocalipsis que nos toca transitar.
El suicidio funciona como una metáfora notable, en la que el mundo vegetal que es fuente de vida cobra venganza por los años de devastación humana, convirtiéndose en fuente de exterminio. El fin de los tiempos, como fue traducido su título en Argentina, suele ser estar en manos de extraterrestres, zombis, o al menos un desastre natural considerable. Pero aquí el horror se agita sin tregua en el aire. Este enemigo invisible -por suerte bastante diferente al que nos toca- presenta al único portador y responsable de arruinar su propio hábitat. Así, la raza humana es la única afectada, ya que se preocupa en mostrar que las mascotas resultan ilesas. Estas muertes salvajes, insólitas y siempre en plano, no parecen condecirse con el cine sutil del director popular por sus finales con giros inesperados. Es porque el objetivo de esta película, que apoya al de instaurar conciencia ecológica, no es la catástrofe en sí.
Shyamalan elige poner énfasis en revelar la puerilidad con que se desenvuelve un grupo de personas común y corriente ante un suceso de tamaña característica y la frivolidad que sigue predominando aún dentro del caos. Esto genera también que se alterne la ciencia ficción, el suspenso y el terror con la comedia.
Lejos de un Tom Cruise todo terreno o de un Dennis Quaid que con claridad toma las riendas de la situación, tenemos a Mark Wahlberg, un profesor de secundario aferrado al método científico pero que carece de la practicidad del mismo y con un marcado nivel de inmadurez. También a su esposa interpretada por Zooey Deschanel, disconforme con su pareja, atormentada y sin muchas luces. Ellos junto a una niña tímida e inexpresiva, hija de un profesor de matemática que insiste en imponer porcentajes al azar (John Leguizamo), serán quienes nos acompañen en la torpe huida de un grupo (des)variado de humanos. No podemos esperar personajes inquebrantables con este casting y sería ingenuo creer que su objetivo no estaba enfocado a ironizar al género, cuyas películas siempre están protagonizadas por superhombres vehementes e infalibles.
El espíritu de autopreservación parece no funcionar y la toxina liberada por los vegetales nada tiene que ver con esto. Todos actúan en consecuencia a la aceleración vertiginosa en la que viven, nadie se detiene a pensar o a reflexionar. Sólo intentan buscar algún tipo de respuesta en los noticieros, o a un líder en un soldado raso desorientado. Hasta que el mismo Wahlberg se hace cargo, clamando por un segundo de tiempo para esgrimir un plan ante la desesperación de sus ya reducidos seguidores. Una imagen fugaz y a simple vista ridícula muestra a dos señoras de edad tejiendo en el living de su casa con máscaras exageradas pero convenientes; ellas terminan siendo los únicos seres sensatos en toda la película. El humano no accede a su poder de raciocinio, ni tampoco parece funcionarle bien su esencia emocional. Sí en cambio se preocupa por opinar sobre las teorías conspirativas de los medios, fugarse en éxodo hacia cualquier lugar, ir a comprar un regalo de cumpleaños en medio de estos eventos, sentarse a desayunar o hacer una extensa cola para pasar al baño por si acaso. En la revisión actual, los correlaciones son inevitables.
La poca credibilidad de sus (sobre)actuaciones, con gestos en planos cercanos como el de aquel conocido meme de Wahlberg, se ponen en juego para explicar la falta de sensatez y empatía, con varias escenas que llegan en estos términos hasta el paroxismo. Queda en evidencia en la resolución de la trama, donde el humano sigue creyendo que puede desafiar a la naturaleza y ganarle con la fuerza del amor. En cierta forma, The Happening pone en jaque al cine excedido en efectos especiales donde las innecesarias historias románticas sostienen monumentales argumentos.
Repleto de analogías, como la fisura en el techo del jeep que bien podría simular el agujero de la capa de ozono o la casa modelo repleta de objetos de plástico que figuran ser auténticos, este híbrido de géneros es una pequeña producción que abarca mucho más de lo que se aprecia a simple vista. Shyamalan, siempre polémico para algunos, tuvo con esta obra su pico de detractores. Bien vale reconsiderarla para entender que no es solo una película de catástrofes filmada con fluidez y calidad, sino las causas y consecuencias (demasiado) humanas de la misma. Así dedicó esta oda medioambiental a evidenciar el posible comportamiento de una sociedad poco preparada ante un suceso que, salvando las distancias de lo gore, bien podríamos cotejar con algunas escenas recientes de este 2020 en cuarentena.
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