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CRÍTICAS - CINE

Avatar, según Matías Orta

Proyect 880

James Cameron concibió Avatar hace quince años. Luego de terminar Mentiras Verdaderas, e influido por la ciencia-ficción que había leído de pequeño —sobre todo Edgar Rice Burroughs y su saga de John Carter—, se puso a escribir una suerte de novela de 220 sobre una raza alienígena similar a la humana. La historia trazaba un paralelo con la invasión del Hombre Blanco a las culturas indígenas, en los tiempos de Colón y compañía, y que solían implicar el exterminio de los aborígenes.

Enseguida supo que no contaba con la tecnología indispensable para dar vida cinematográfica a sus nuevas criaturas. Entonces se dedicó a triunfar con Titanic y a filmar documentales, ambientados mayormente en las profundidades marinas.

Todo cambió cuando vio a Gollum en la trilogía de El Señor de los Anillos. Un ser computarizado, perfectamente convincente… En 2005 Cameron puso manos a la obra y anunció no uno sino dos proyectos que incluían personajes animados de manera digital y serían filmadas en 3D: Battle Angel, adaptación de un manga ambientado en el siglo XXVI y protagonizado por Alita, una ciborg (Por si no se dieron cuenta, Jim es un enamorado de la sci-fi) y Proyect 880, luego conocido como Avatar. En una entrevista realizada por Sebastián Tabany para la revista La Cosa, el director contó: “Estuvimos desarrollando Battle Angel y Avatar simultáneamente, escribiendo y diseñando ambos proyectos a la vez. Pero cuando probamos nuestra tecnología de captura de movimiento, la pregunta en un momento fue: ‘¿Hacemos una prueba de Battle Angel o de Avatar?’. Al principio no me podía decidir del todo, pero después pensé que debíamos iniciar nuestras pruebas con una escena simple, así que me puse a buscar una en la que los personajes hablaran Y como había una escena así en Avatar, dije: “Filmemos esa escena”. Y ahí sí se decidió.

A pesar de ser, junto al fallecido Stan Winston, creador de la empresa de FX Digital Domain (que terminó vendiendo a un grupo encabezado por Michael Bay), Cameron recurrió a Weta Digital, creada por Peter Jackson, y justamente culpable de Gollum. Además, supo que trabajaría con la Fusion Camera, una versión de la cámara Sony Alta desarrollada por él mismo para filmar en tercera dimensión. Es sabido el espíritu innovador de James Cameron, principalmente en lo que se refiere al aspecto visual. Pero no por eso deja de ser perfeccionista en el terreno narrativo. Para desarrollar el lenguaje y la cultura de los Na’vy, recurrió a Paul Frommer, lingüista y director del Centro de Gestión de Comunicación en la USC. Y con la finalidad de crear la cultura musical de los ET’s acudió a la etnomusicóloga Wanda Bryant.

En cuanto al argumento de Avatar, fue secreto se sumario hasta hace unos pocos meses, cuando empezaron a aparecer detalles de la historia y de los personajes.

El rodaje se llevó a cabo en locaciones de California, Wellington (Nueva Zelanda) y Hawai. Si bien Cameron es un semidios del cine, el autor de varias de las películas más entretenidas de las últimas décadas, varios cinéfilos dudaban. La premisa (humanos haciendo contacto con extraterrestres) fue explorado por el dire por última vez en El Abismo, que, a pesar de ser de lo mejor de su obra y un prodigio técnico —sobre todo la serpiente hecha de agua—, en su momento fue considerada un fracaso. Y la capacidad de Jim a la hora de manejar una historia de amor en Titanic sigue sin ser muy bien vista.

Pero ya se acabaron las especulaciones. El día del estreno ya llegó.

 

“Pero, ¿y qué te pareció?”

Avatar es una experiencia. Seguro es una frase ya usada para referirse a esta película, pero es así. Una experiencia visual, como pocas. Un viaje a un Edén interplanetario, fascinante, vertiginoso.

James Cameron vuelve a demostrar su amor por el género y por los detalles. Basta con admirarse con la flora y la fauna de Pandora. Se reconocen plantas y animales de la Tierra (basados en dinosaurios, lobos y caballos, entre otros), pero con un giro en su apariencia, y algo más original incluso: una suerte de dispositivo que permite la conexión entre cada elemento de la Naturaleza Pandoreña (¿?) con los Na’vy, conformando un todo. Por eso a cada-ser-tipo-pterodáctilo le corresponde determinado aborigen. Y nada es nunca ornamental ni un mero paisaje ni hay regodeos geográficos: todo está en función de algo.

Como pudieron notar cuando leyeron la sinopsis, la historia es hartoconocida. Ya la vimos en, Danza con Lobos, El Último Samurai… aunque el ejemplo más claro y más mencionado es Pocahontas. Pero esto no es una mala crítica para Cameron ni para su película. Al contrario. Siempre es muy bueno disfrutar de un cuentito que seguro no sea genial pero sí clásico, bien contado, entretenido, repleto de impactantes enfrentamientos y de dramáticas batallas, antes que padecer una desmesura pretenciosa y soporífera.

El bueno de Jim sigue fiel a sus obsesiones. Para empezar el color azul, presente en toda su obra. Ahora los Na’vy son directamente de ese color. Luego está el alarde tecnológico, evidente tanto en los laboratorios como en el campo de batalla. El agua, aunque no hay tantas secuencias que la involucren. Si bien no aparecen sus típicos actores fetiches —Lance Henricksen, Bill Paxton, Michael Bienh, quien casi hace del milico malo—, está Sigourney Weaver, a quien dirigiera en Alien: El Regreso.

De hecho, Cameron repite varios elementos de ese film: los gigantescos robots-uniformes, la violencia encarnizada entre humanos y alienígenas. Por su parte, la oficial varonil que interpreta Michelle Rodríguez remite a la soldado Vázquez (Jenette Goldstein) de la secuela de Alien: el Octavo Pasajero.

Sam Worthington es Jake, quien, una vez avatarizado, entra en confianza con Neytiri y su gente, y hace del doble papel de colaborador de los científicos y espía de las fuerzas militares (hasta que descubre de qué lado quiere estar). Este actor australiano —algo inexpresivo, pero confiable— va camino a ser el héroe de acción de la nueva década. Ya fue un robot bueno en Terminator: la Salvación, y se lo verá como Perseo en la remake de Furia de Titanes, dirigida por Louis Leterrier, y es candidato a protagonizar una nueva versión de Mad Max.

Zoë Saldana le aporta un aire salvaje y a la vez compasivo a su Neytiri. Debido a su descendencia de dominicanos (el castellano fue su primer idioma), le resultó fácil adaptarse al idioma Na’vy, una mezcla de lenguas tribales de tribus de Indonesia, Brasil y de partes de África. Igual, la actriz —físicamente muy parecida a una redactora de A Sala Llena— dijo: “Hablar inglés en un acento Na’vy fue lo más difícil creo que para todos. Me salía mejor saltar desde caballos y tirar con el arco que esto”.

200 marcó el regreso a lo grande de Stephen Lang. El actor neoyorkino apareció recientemente como un duro texano en Enemigos Públicos. En Avatar compone al Coronel Miles Quaritch. Sobre su personaje confesó: “Muchas veces los personajes de villanos son pintorescos y el mío en Avatar posee un sentido de la misión y de la protección, protege a su gente, es leal. Es interesante ese tipo de cosas. A veces los buenos no son interesantes”. Si bien es verdad que tanto este personaje como el inescrupuloso empresario interpretado por Giovanni Ribisi están bastante estereotipados, nunca perjudica a la narración, que sigue funcionando como una ambiciosa puesta al día de los clásicos de Sábado de Súper Acción.

Como el padre de Neytiri podemos encontrar a Wes Studi. Un enorme actor, muy desaprovechado aquí, y que supo actuar de indio en obras como… ¡Danza con Lobos!

Avatar también incluye una bajada de línea antibélica y proecológica (de hecho, se dice que la vida en la Tierra es casi historia debido a que arrasaron con sus recurso naturales, cosa que pretenden repetir en Pandora con tal de conseguir unos minerales demasiado valiosos). Y es verdad que hay situaciones que no estuvieron del todo bien trabajadas desde el guión. Pero, una vez más, nada de eso opaca el sentido del espectáculo.

Eso sí: la única manera de disfrutar de la Experiencia Avatar es en 3D, sobre todo en Imax. Así fue como Cameron la concibió, y verla en otra clase de pantalla carecería de sentido.

La idea de JC (Jesucristo no, James Cameron) es filmar un documental en la Luna, él mismo. Seguro que esa también será el escenario de algún futuro proyecto de ficción. Porque Cameron no conoce límites, ni siquiera en el espacio de verdad. Por suerte.

 

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