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#CANNES76 | Cannibalismos 04: Auschwitz

#CANNES76 | Cannibalismos 04: Auschwitz

Una familia alemana bañándose y pasando un día de campo en la ribera de un río. Aún tardaremos unos minutos en contextualizar esta imagen, cuando veamos los símbolos de las SS en los coches que trasladan a la familia a su casa. Y todavía mucho más para que podamos confirmar que las torretas de vigilancia y los edificios de ladrillo que se vislumbran detrás de su casa son los del campo de concentración y exterminio de Auschwitz. En The Zone of Interest (Competición), Jonathan Glazer adapta (tangencialmente, me dicen) la novela homónima del recientemente fallecido Martin Amis sobre la familia del comandante del campo, Rudolf Höss. Por lo tanto, su película es una película sobre Auschwitz, ese subgénero tan peligroso en el que tantos se han estrellado. No es el caso de Glazer, que nos propone uno de los acercamientos más fascinantes y conceptuales a ese delicado objeto de interés de artistas de todas las disciplinas. Su gran ventaja es que Glazer nunca entra en Auschwitz (bueno, sí, como veremos), dejando que la esposa de Höss, Hedwig, encantada con su jardín, tape con sus árboles y plantas trepadoras el muro del campo. Es imposible dejar de ver ciertas cosas, como las chimeneas de los crematorios trabajando a toda mecha, o de oír disparos y gritos. Pero Auschwitz sí entra en la casa de los Höss, desde los criados rescatados entre los deportados, a las joyas y abrigos con los que Hedwig se aprovisiona en “Canadá”. Inevitablemente, la casa es porosa a todo el trabajo burocrático de Höss, al fin y al cabo The Zone of Interest cumple la máxima godardiana de que la única película posible sobre Auschwitz es aquella en la que se plantea el conflicto de cómo implementar el propio exterminio. Eso es lo que más preocupa a Höss, ampliar los crematorios y multiplicar la eficacia de la factoría de la muerte. Película de una gran frialdad y desnudez, The Zone of Interest se aventura episódicamente por otros territorios, el de los sueños y ese flash-forward en el que Höss parece mirar al futuro del campo, a las encargadas del mantenimiento de los crematorios o de “Canadá” en el Museo de Auschwitz de la actualidad. La banda sonora de Mica Levi, episódica, que se descarga como un trueno apocalíptico, es la de una película de terror. Lo que debiera ser toda película sobre este tema.

No, The Zone of Interest no es una película fácil ni mucho menos cómoda. Incluso creo que es una película atípica en el contexto histórico de la Competición de Cannes, una película conceptual que corre el riesgo de ser malinterpretada. No es el caso, pero la tunecina Les filles d’Olfa, de Kaouther Ben Hania, debe de ser una de las más inesperadas sorpresas de los últimos años en Cannes, particularmente por su propio dispositivo entre el documental y la ficción, un modelo poco cultivado en Cannes, mucho menos en su Competición. Ben Hania relata la historia de Olfa, madre de cuatro hijas, hasta que las dos mayores desaparecen un día. Pero esa historia nos la contará con las armas del documental en el que introduce algunos elementos explícitos de ficción. El primer referente que me vino a la cabeza fue el de Los rubios, de Albertina Carri: la voz del director que interroga a su personajes le dice a Olfa que, dada la desaparición de sus dos hijas, estas van a ser interpretadas por dos actrices; del mismo modo, a ella también la “interpretará” una actriz en determinadas recreaciones del pasado. Es así como por delante de la cámara de  Ben Hania pasan testimonios y recreaciones, los actores que incorporan los papeles de los dos hombres de la familia (el padre y el posterior amante de la madre) y muchas escenas en las que se discute la propia puesta en escena. De esta amalgama surge un descubrimiento inesperado, la conversión al islamismo de las hijas de Olfa, en particular de las dos mayores que un día abandonan a su familia y se alistan en Daesh. No es un spoiler, su destino final lo cuenta la película (y creo que eso es lo que posibilita este acto de confesión y catarsis por parte estas tres mujeres) y, en tanto que noticia de cierto calado, fue ampliamente divulgado en su momento.

Otra película de la Competición aborda también un suceso real, una mera anécdota en este caso, el de una profesora norteamericana de 36 años acusada de mantener relaciones sexuales con un alumno de 13. Ella pasó por la cárcel donde crió al hijo que tuvo con el adolescente para, al cumplir condena, casarse con él y fundar una familia. Este es el tema que aborda May December de Todd Haynes, película a medio camino entre el melodrama y su parodia. No es una reconstrucción del caso, ni mucho menos, sino que se trata de acercamiento mucho más original y productivo: una propuesta sobre cómo abordar la recreación de un hecho real. Es así cómo en May December tenemos a una actriz famosa, Elisabeth (Natalie Portman), que acude a visitar a Gracie (Julianne Moore) y Joe (Charles Melton), que veinte años atrás protagonizaron un escandaloso suceso, ese suceso. Los va a visitar porque va a ser ella quien encarne a Gracie en una película que va a rodar sobre el caso. La visita tiene como fin conocer mejor sus circunstancias, a los personajes y lo que les deparó el futuro. En consecuencia, lo que tenemos en pantalla no es la reconstrucción del caso, sino una suerte de investigación de la que Elizabeth se servirá para interpretar su papel. Ni que decir tiene que la visita influirá tanto en ella como en la propia familia de Gracie. Este enfrentamiento podría estar en la raíz de un poderoso melodrama de los años cincuenta, pero Haynes siempre se ha inclinado por subvertir el género, algo que en May December pone en práctica por dos vías: una es la del humor a partir de la torpeza e ingenuidad de sus personajes, la otra es la música, una variación sobre el tema principal de The Go-Between de Michel Legrand que la banda sonora repite machaconamente, no para subrayar y apoyar las imágenes, sino, precisamente, como contrapunto irónico. Esto no impide que Haynes filme con una elegancia que parecía ausente de su cine desde al menos Carol (2015), casi siempre en planos frontales que confrontan a los dos personajes, Gracie y su doble o Elizabeth y su modelo, en muchas ocasiones sirviéndose de unos espejos que nos enfatizan la ambigüedad de una película que en todo momento nos está confundiendo sobre su propia naturaleza, en la que el melo y el drama parecen condenados a no entenderse.

May December es una película de la puesta en escena, en la misma medida que Killers of the Flower Moon (Fuera de Concurso) lo es del montaje. Por eso mismo, su agilidad narrativa, que hace que sus tres horas y media (y van…) pasen en un suspiro, debe tanto a la montadora, Thelma Schoonmaker, como a su director, Martin Scorsese. En efecto, esta es una película en la que todo pasa muy rápido, en la que dominan las escenas muy cortas y los montajes paralelos (¿la antítesis de Nuri Bilge Ceylan?), como si toda la película fuese una única y muy extensa secuencia de montaje. Pero también es una película de planos impersonales (¡esos planos de dron, impropios de una producción de 200 millones de dólares!), algo que ya sucedía en El irlandés, como si Scorsese tuviese muy presente que no es lo mismo trabajar para una plataforma que para  el cine. Es esta impersonalidad de la puesta en escena (la única escena realmente memorable es la del epílogo, la lectura radiofónica de la sentencia) la que lastra Killers of the Flower Moon, también algunas cuestiones de punto de vista que, aunque puede que deriven de la investigación periodística de David Grann que dio lugar a la película: Killers of the Flower Moon: The Osage Murders and the Birth of the FBI, son responsabilidad de su director.

La nación Osage (Oklahoma) había descubierto petroleo en sus tierras, lo que los convirtió en la población más rica per cápita de Estados Unidos. Los terratenientes del lugar fueron asesinando a los Osage para hacerse con sus tierras, y esta investigación criminal fue la que dio lugar al nacimiento del FBI. Inicialmente el proyecto de Scorsese estaba concebido desde la misma perspectiva del libro, un investigador del FBI que interpretaría Leonardo DiCaprio. Hasta que este optó por otro personaje, Ernst Buckhart, el sobrino de Bill Hale (Robert de Niro), el terrateniente que está detrás de todos los crímenes. Es así cómo la película adopta el punto de vista de los criminales y no el del FBI, que ahora entra en acción mediada la película. Al fondo quedan siempre los Osage, a los que Scorsese, más allá del personaje de Mollie (Lily Gladstone), apenas les dedica atención. Contada desde la perspectiva de Buckhart y Hale, la película carece de intriga y de dramatismo. Y, realmente, poco nos importa qué les pase a los personajes, ya sean las víctimas o los asesinos, pues estos, en su profunda idiotez (con la excepción de Hale, todos son idiotas) son la causa de abundantes apuntes cómicos. Killers of the Flower, con su ambientación a principios de la década de 1920, apuntaba a una suerte de western contemporáneo, pero al final lo que nos ha entregado Scorsese es otra de sus películas de gangsters. Ese western contemporáneo, un verdadero retrato de la nación india, está mejor reflejado en el extraordinario episodio de Pine Ridge de Eureka de Lisandro Alonso.

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