Christine es una película sobre puentes rotos y puentes
construidos. Sobre esta imagen simbólica, la del puente, el relato se armará en
sus múltiples aspectos: la relación entre los protagonistas, la historia
americana, la figura del héroe, el cine, el mito. Veremos que estos puentes
comunicantes no necesariamente llevan a un buen sitio. En ocasiones, del otro
lado, esperan monstruos.
Las dos primeras escenas resumen todo el mecanismo narrativo de la
película. La primera es el nacimiento del auto Christine en una fabrica de
Detroit en el año 1957. La segunda es en el pueblo donde sucederá nuestra
historia hacia 1978. Entre estos dos espacios temporales se tienden los
múltiples sentidos del film.
Christine nace en Detroit. Hacia 1957 esa ciudad era una de las más
importantes del mundo en la fabricación de automóviles (paralelismo directo con
Hollywood, “la fábrica de los sueños”, donde, siempre nos recuerda el maestro
Ángel Faretta: “Hasta Bette Davis tenía que marcar tarjeta”). Lo que vemos es
el esplendor del ideal industrial americano: desarrollo interno, trabajo limpio
y eficiente. Este lugar se conecta de manera crítica con su espacio inverso: el
garage de Darnell, una mirada profética a los que es Detroit hoy día. Lo que
vemos en este garage son los restos de la industria. Pedazos de autos
destruidos, suciedad, desorden. Provechoso en este aspecto es comparar la
vestimenta de los obreros de 1957, de moño y camisa, con el grotesco aspecto de
Darnell. Cuando la escena de la fabrica se inicia, y también la película, el
primer elemento que contemplamos es un ventilador encendido. Algo que airea,
que está en movimiento. Si prestamos atención dentro de la oficina de Darnell
habrá otro ventilador, pero apagado y viejo. Christine nace en una fábrica y la
canción señala que la enfermera tuvo miedo. Pasamos de la nursery de los
automóviles a su cementerio. Más adelante, en ese garage-cementerio, ella y su
amante encontrarán el final (al menos hasta que la pasión vuelva a renacer). La
última imagen de la película es justamente la del movimiento del automóvil. Al
comparar el inicio y el final vemos dos máquinas en movimiento, el ventilador y
el automóvil, la primera movida por energía física, la segunda por el empuje de
“otra cosa”. Este pasaje de la ciencia a la otredad es la lección esencial y
política que todo film fantástico contiene.
Entre el 57´ y el 78´ se tiende un puente crítico de por lo menos 20
años. Entre ambas islas temporales sucede la decadencia del automóvil hecho en
Estados Unidos, la guerra de Vietnam, la caída de los grandes estudios de cine
clásico. De lo primero da cuenta el odiado auto de la madre de nuestro
protagonista Arnie, un Volvo, la marca que brindó el auto familiar y seguro por
antonomasia, con sede originaria en Suecia, de donde también proviene el
director de cine favorito de quienes se oponen a Hollywood y su concepto. De lo
segundo la relación entre generaciones que el film relata. La generación de los
padres y los abuelos, la que no solo perdió la guerra sino también el sueño
americano. La que se desquita con la más joven: Darrell es un explotador, la
madre de Arnie una castradora, su padre un débil, el detective un inútil, el
profesor un agresivo con sus propios alumnos y hasta el viejo George Lebay el
mismísimo entregador del Mal. No hay en Christine un solo gesto de comprensión
por parte de los adultos hacia los más jóvenes. Un puente generacional, como el
industrial, que ha sido destruido. Con temible lucidez el protagonista
preguntará a su amigo: “¿Nunca se te ocurrió que parte de ser padres es tratar
de matar a tus hijos?” (guiño hacia El Pueblo
de los Malditos). De lo tercero el mismo film que estamos viendo, hecho por
un autor en la etapa de la autoconciencia, cuando la gran mayoría del cine
industrial se vulgariza y los nuevos autores deben volver al origen, es decir,
a la idea de lo que fue Hollywood.
Este puente crítico entre los dos polos opuestos de nuestra película se
traza gracias a una canción. En Christine todas las canciones son potentes
centros narrativos que lejos están de funcionar como mera ilustración. Cuando
el obrero negro muere dentro de Christine se escucha la clásica canción rock
“Not fade away” de Buddy Holly, lanzada en 1957. Cuando en la escena
siguiente estemos en 1978 escucharemos la misma canción pero interpretada por
Tanya Tucker, lanzada también ese mismo año. En un período tenemos la original,
en el otro la reversión, que no sería ni la primera ni la última. Carpenter ya
nos señala que ellos “Están Vivos” y necesitan brindarnos cualquier cosa con
tal de que consumamos para ser consumidos.
Cuando pasemos a 1978 Carpenter nos refuerza la idea del puente como
elemento para comprender las múltiples uniones de la historia, y el lugar
destacado que las canciones y letras del rock cumplen para tal fin, con el
mismísimo nombre que la pone a su ciudad ficticia: Rockbridge. Además hay un
chiste a lo Carpenter: una historia de amor por los autos sucederá en un pueblo
bautizado por un símil paródico a una importante marca de neumáticos: la Bridgestone.
Veamos ahora los distintos puentes de relación que se levantan entre
nuestros protagonistas, prestando una especial atención a las canciones que dan
cuenta de ellos. Christine es un melodrama oscuro, un thriller rojo, una
película de terror. Toda historia de amor sostiene entre sus dientes a la
muerte. Arnie y Christine parecen estar destinados el uno para el otro,
conectados desde siempre. El día que se encuentran ella está en un jardín que
parece ser un basurero. Esa misma mañana a Arnie se le rompe la bolsa de basura
en el frente de la casa de sus padres. Eso son ambos para el resto del mundo:
basura, los marginados, los despreciados. Y cuando se encuentran se elijen,
siendo la llave del viejo Lebay el símbolo de esa unión y la seña que abre un
nuevo mundo. Tan profunda es la unión de esta pareja que el día que se conocen
Christine tiene su parabrisas roto, mientras que Arnie tiene en el mismo estado
sus anteojos luego del ataque de un compañero de clase. Cuando Arnie le coloque
a ella un par nuevo de limpiaparabrisas, él podrá sacarse los anteojos y
mostrarse al mundo con orgullo. Entonces, mientras más bella se pone Christine,
más bello se vuelve Arnie. Mientras más crece la crueldad de Christine, más
crece la de Arnie. Si como algunos creen amor es fundirse con el otro en una
misma unidad, Christine cuenta la trágica historia de ese intento de unión
hasta sus últimas consecuencias.
Arnie ama a Christine a primera vista. Christine ama a Arnie al primer
contacto. La canción inicial que ella le dedica a él en el garage es muy clara
al respecto:
“Por siempre, querido
Mi amor será tuyo
Siempre y por siempre
Te amaré sólo a ti.
Sólo promete, querido
Que me darás tu amor
Que este fuego en mi alma
Siempre arderá”.
Queda claro que Christine solo sabe amar con fuego apasionado. Por eso
es roja. Por eso se venga de sus atacantes y los de Arnie vestida con llamas.
Por eso, en palabras del viejo George Lebay, es capaz de ir con sus amantes
hasta el mismísimo infierno. Creemos que esto último no fue una mera forma de
expresarse, sino una total realidad. Christine es capaz de amar, pero lo hace
como la chica mala que es.
Cuando la bella Leigh llega a la escuela parece estar destinada para
Dennis, el mejor amigo de Arnie, el chico popular y hermoso. Pero no. Leigh
elije a Arnie, cae encantada ante la personalidad agresiva del chico con el
auto rojo. Por supuesto que Christine esto no lo acepta y agarra del cuello a
esta competencia femenina mientras le hace escuchar la canción que piensa para
su novio:
“Eres mío.
Y debemos estar juntos.
Sí, debemos estar juntos.
Sí, me perteneces sólo a mí”.
Esta escena, la del autocine, es muy rica en todos los puentes
temáticos que traza. Comencemos por el puente hacia el pasado. El fantasma
presente son los años cincuenta: el auto de esa época, el autocine, las
hamburguesas, el rock clásico. Pero como todo eso ya ha pasado, y el presente
es una historia de terror, el auto es vengativo, la comida rápida te puede
atragantar y la música y el cine ya no son los de antes. ¿Dónde se expresa
esto? En el film que van a ver. Carpenter ya había recorrido de manera clásica
los cincuentas y parte de los sesenta musicales con la biografía Elvis. El cine comienza su lento declive,
mientras el rock articula su primer gran apogeo. 1978 es masivamente la época
de la música disco. El amor trágico de las baladas da paso al hedonismo. El disco será el puente que permita llegar
hacia el pop y lo electrónico. Lo musical abandona lo pasión humana y camina
hacia la pura expresión maquinal y seriada. Hacia 1978 ya no se ve en el cine
los musicales de Elvis (ni los de Minnelli), sino los de Donna Summer. El film
que están viendo se llama Gracias a Dios
es Viernes de Robert
Klane, protagonizado por la popular cantante. Si sostenemos que Christine relata la unión imposible
entre un auto y un hombre, esta escena es otro claro ejemplo de ello. Arnie y
Christine están molestos por las acciones de Leigh, pero también por la
película que están viendo. En un brillante juego de sutilezas, Arnie se baja
del auto luego de la discusión con Leigh
para arreglar el limpiaparabrisas. Pero mientras tanto, detrás del vidrio, lo
que está contemplando es una escena de música disco donde un bailarín hace una
larga coreografía pisando el techo de unos automóviles. Recordemos que
Christine solamente sintoniza canciones viejas de rock. Recordemos que Leigh
las odia. Recordemos que Leigh, en la frase final de la película, dice: “Dios,
odio el rock and roll”. Recordemos que en contrapartida los amantes del rock
sabían propagar la famosa frase “Disco Sucks”.
Arnie y Christine no están solamente enojados con Leigh por lo que hace,
sino también por lo que representa. Es algo en un fuera de campo total, pero no
creemos equivocarnos si decimos que esa película no fue elegida por Arnie y
Christine.
El otro puente que podemos trazar con esta escena se da
en relación con el cine, su puesta y su historia. Carpenter en toda su filmografía, desde el
comienzo, mira hacia el cine clásico. Veamos por ejemplo la escena en que
Christine se repara si misma delante de Arnie. El protagonista que camina en
plano general hasta debajo de la luz de un foco (eje vertical que marca no solo
el cambio trágico de la historia sino también el exacto punto medio de la
estructura). Corte a un travelling in hacia el su rostro, la cámara se detiene
y Arnie que dice: “Muéstrame”. Corte hacia su espalda en plano general
incorporando a Christine, las luces del auto que se encienden, arranca la música
y la cámara se acerca lenta hacia el personaje y el auto mientras este se
repara solo. Con tres planos Carpenter nos hizo vivir el paso hacia el mundo de
lo fantástico y, al mismo tiempo, siguió el camino de Hawks, de Ford, de
Hitchcock, de Ray: hacer de una acción un evento visual y épico, con la
modestia y la sutileza de los verdaderos sabios. Ni que decir que hoy día la
multiplicidad de planos en un montaje frenético solo da cuenta de la
desesperación ante no saber que narrar.
Con la escena del autocine Carpenter mira hacia su propia
película, dando lugar a eso que conocemos como Simetrías desde la teoría de
Ángel Faretta. Simetrías son los elementos de la puesta que se repiten y
permiten al espectador activo realizar lecturas operativas de la puesta del
director. Dentro del auto Leigh es asfixiada por Christine. Pero prestemos
atención a un elemento clave: la luz. La radio se enciende y la luz
sobreilumina el rostro aterrorizado de Leigh mientras es asfixiada por una
potencia invisible. Escenas más adelante Arnie discute con su padre y llegan a
los manotazos. La pelea provoca que la pantalla de una lámpara se caiga y la
luz del foco sobreilumina el rostro del padre desde abajo, como la radio,
mientras Arnie lo toma del cuello para ahorcarlo. Lo planificado de la puesta
se evidencia además en que en estos planos, comparativamente, Leigh y el padre
de Arnie ocupan el mismo sector derecho del encuadre, mientras que la fuerza
invisible de Christine y Arnie tienen el opuesto. Todo eso nos permite leer la escena
como un nuevo indicio de la unión inevitable que se está operando entre el
hombre y su enamorada. Pero hay además un elemento más que nos lleva hacia la
historia del cine y nos devuelve otra vez a la película con una nueva llave
interpretativa. Arnie en la escena del intento de estrangulamiento lleva una
campera roja, es decir, en ese momento es Christine. Pero además la película
expone con ese vestuario a otra película del período clásico de los cincuenta
sobre generaciones enfrentadas, autos que llevan a la muerte y amores prohibidos.
Estamos hablando de Rebelde sin Causa
de Nicholas Ray. Esta mención no es tan solo una mera cita. Es un indicio de la
postura de Carpenter sobre el cine, Estados Unidos, la juventud y la tragedia.
Pero es también una herramienta operativa para leer una de las relaciones más
secretas de Christine. Rebelde sin Causa es, en el vínculo
ambiguo entre los personajes de James Dean y Sal Mineo, un reflejo originario
de la ambigua relación entre Arnie y Dennis, su mejor amigo.
Dennis ama a Arnie. El amor es tan extraño que el chico lindo y popular
está obsesionado con su amigo feo. Rebelde
sin Causa pero al revés. ¿Cómo nos dice esto Carpenter? De manera
inteligente, es decir, dándonos pistas para que lo podamos comprender. Dennis
está demasiado interesado en la sexualidad de su amigo, insiste mucho en que es
tiempo que tenga relaciones. Pero esta insistencia sobre el despertar sexual
del otro contrasta con su propia actividad heterosexual, que es nula. Dennis se
interesa de Leigh solo por el empuje de los demás, él, por su propia cuenta,
jamás la busca. Y solo la ve por si mismo cuando ella y Arnie se besan en el
partido de football americano. Lo que a Dennis le sorprende no es la elección
de Leigh, sino la independencia que de él muestra Arnie.
Pero además, y acá está lo importante, durante toda la película hay una
mujer que se le está ofreciendo constantemente a Dennis, y ante la cual él actúa
como si ella fuera invisible. Estamos hablando de Roseanne, una chica incluso
más bella que Leigh, ante la cual Carpenter se detiene en cada uno de sus
intentos por llamar en vano la atención de Dennis, sea en los pasillos de la
escuela, la biblioteca o el partido de football, donde se destaca por ser la
única porrista que se adelanta a todas las demás ante el accidente del joven.
Cuando Arnie ya se encuentra en pleno idilio con Christine, él y Dennis tienen
este sugerente diálogo donde Dennis da a entender lo que pretende de su amigo.
Prestemos atención a la reacción de Arnie ante su propia sexualidad:
Dennis: ¿Qué te pasa con ese auto?
Arnie: Tal vez es la primera vez que encuentro algo más feo que yo. Y
sé que puedo arreglarlo.
Dennis: No eres feo, Arnie.
Arnie: Yo sé lo que soy.
Dennis: Raro (queer), tal vez, pero no feo.
Arnie: ¡Jodete!
Esta relación fracasa por una cuestión de fidelidad. Christine y Arnie
son fieles entre si aún en las peores circunstancias. Dennis defiende a Arnie
de sus agresores, pero ante la temible madre de este retrocede y no se pone del
lado de su amigo por la compra del auto, sino que lo entrega. Es interesante
notar que esta entrega que hace Dennis la ejecuta mientras bebe un vaso de
leche, como un buen chico obediente de la autoridad (son los malos los que
beben antes de subirse a un auto). Arnie, en un maravilloso gesto, le devolverá
la cortesía a su amigo cuando lo visite en el hospital por unos pocos minutos
y, contándole sobre el gran trabajo que hizo sobre Christine, le ponga un vaso
dado vuelta sobre en dedo descubierto de su pie. Más adelante, en la última
conversación que tendrán, Arnie tiene razón cuando le dice a Dennis que está
celoso de su relación con Christine. Dennis demostró esto en los reclamos que
le hizo a su amigo porque no lo visitó en el hospital o por no acompañarlo al
cine como habían planeado. Pero al dato más revelador de todos solo nosotros
tenemos acceso. Arnie confiesa a Dennis su preferencia por Christine y se baja
del auto de su amigo. Dennis arranca y pensativo se marcha mientras escucha una
balada que suena en la radio y dice:
“Al caminar me pregunto
Qué sucedió con nuestro amor.
Un amor tan fuerte…”
El amor fuerte, el puente, se quebró, como después se quebrará Dennis
en sus huesos, mientras Christine más fuerte se hace en los suyos, esos que son
tan malvados según la canción. La cruel ironía del destino hará que Dennis se
haga esta pregunta para siempre, pero de una manera herida, ya que nunca
volverá a caminar como antes.
Vimos distintos puentes que se tienden en Christine: históricos,
cinematográficos, dramáticos. Prestemos atención ahora al último y quizás al
más complejo de todos: el mítico. Dijimos que Christine y Arnie se están
convirtiendo en uno solo, unión que por imposible, se vuelve trágica. Arnie,
como la protagonista de “Carrie” de Brian de Palma, también es un héroe
trágico. Él es el distinto, el particular. Pero si Carrie acepta su don heroico
para limpiar al mundo de los malvados y pagarlo con su propia vida, Arnie se
entrega al poder de lo sagrado para realizar una transformación diabólica, invertida,
que enfrenta a cualquiera que se interponga en su camino. Carrie ordena el
mundo y Arnie se encierra en uno propio, donde solo dos, que quieren ser uno,
pueden vivir, aplastando necesariamente a todos los demás. Esta religión a la
que se entrega Arnie es una siniestra, y su diosa amorosa es Christine, para
nosotros Cristina, paródicamente, la que eligió a Cristo. La religión de
Christine es contraria a la cristiana. Aquí el amor no se entiende como
sacrificio sino como posesión. El perdón muere ante la venganza y la paciencia
frente a la ira. Incluso podríamos incluir que es contraria a la católica.
Recordemos que originalmente Christine es un auto marca Plymouth. Plymouth es
la colonia que fundaron los colonos ingleses cuando llegaron a Estados Unidos
arriba del barco Mayflower (verdadero logo de la marca Plymouth). Pero además
es en Plymouth Massachusetts donde se da ese famoso almuerzo entre los colonos
e indios llamado Día de acción de gracias. Artie visitará a Dennis en el
hospital para esa celebración, pero no compartirán el brindis. Christine, como
emblema, se opone a lo católico, y aún dentro de lo protestante muestra su
vacío cristiano.
Son cuatro, por lo menos, las señas crísticas que siguen a nuestro
protagonista. Cuando los compañeros de colegio humillan a Arnie, este es
empujado contra un portón que tiene dibujada una cruz. En ese mismo plano,
mientras Arnie baja la mirada con resignación, su agresor jura por Dios ante un
profesor que él no tiene ninguna navaja, cosa que es mentira. Arnie, en todo
esta secuencia, pone la otra mejilla frente a sus enemigos, diciendo solo la
verdad cuando la autoridad se lo pregunta. Es esa misma humildad la que
despertó desde hace años la compasión de Dennis. Y lo vuelve a Artie odioso
para la gran mayoría. A partir de la aparición de la diosa diabólica Arnie hará
un camino hacia otra cruz, una oscura, de venganza e ira. Cuando Arnie le
explica a Dennis su nueva fe, lo invita a brindar con la cerveza ficticia “Cruz
Sureña”. Y recordemos que no casualmente eso sucede en plena época navideña
(ver la decoración en la casa de Dennis), celebración del nacimiento sagrado
esencial. Finalmente Arnie se sacrifica por su diosa al morir, como un Cristo
invertido, con una herida de lanza vidriada en su costado izquierdo.
Preguntémonos finalmente si Artie nació puro y fue pervertido o
Christine no fue más que la mera expresión de su corazón secreto. Creemos que
Arnie tenía un destino y lo trastocó libremente por uno opuesto y siniestro,
convirtiéndose en un héroe de causas oscuras. Es que justamente son los más
puros los que más expuestos están a los ataques del Mal y sus tentaciones. Pero la elección es siempre individual. La
malignidad devoró el corazón de Arnie con el disfraz del amor. Un amor
hambriento e imposible de satisfacer. Recordamos uno de los últimos aspectos de
la trompa de Christine como un monstruo dentado listo para devorar. Recordemos
también la frase de un ya derrumbado Arnie: “Deja que te diga algo acerca del
amor. Tiene un apetito voraz. Se come todo. La amistad, la familia. Es
increíble todo lo que come”. Arnie se sorprende en el mundo contemporáneo de
los monstruosos alcances a los que puede llegar la pasión desatada. Y así
estamos. En el camino y a la deriva. Montados sobre demonios rojos que nos tientan
con sus dulces canciones y muy pocos artistas capaces de hacernos comprender nuestra
tan delicada situación.