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CRÍTICAS - STREAMING

Burning

(Corea del Sur, 2018)

Dirección: Lee Chang-Dong. Guion: Oh Jung-Mi, Lee Chang-Dong. Elenco: Yoo Ah-in, Steven Yeun, Jun Jong-seo, Kim Soo-kyung, Moon Sung-keun, ChoI Seung-ho. Producción: Lee Joon-Dong, Hamano Takahiro, Matsudaira Morihisa, Nakamura, Masato, Kotani Ryota. Duración: 148 minutos.

AMORES, PISTAS Y (SOBRE TODO) FRUSTRACIONES

Si el mundo de la exhibición y distribución cinematográfica fuera un poco, aunque sea un poco más justo y menos concentrado de lo que es ahora, probablemente el nombre de Lee Chan Dong sería conocido para la mayoría del público. Tal y como pasaba hace unas décadas con cineastas como Bergman, Fellini o Antonioni, realizadores que no llevaban -salvo raras excepciones- grandes masas de gente a los cines, pero que aun así eran conocidos por hacer un cine distinto del que se veía habitualmente. Me atrevería a decir que hoy Lee Chan Dong es uno de los mejores cineastas del mundo; de sus seis largometrajes, cuatro son extraordinarios: la notable y política Peppermint Candy, la ácida Secret Sunshine, el melodrama brutal de Oasis (suerte de milagro fílmico que cuenta un drama amoroso entre un débil mental y una cuadripléjica sin caer en un solo golpe bajo), y la presente Burning. Su cine suele tener varias características comunes: un contraste fuerte entre el desborde emocional de sus personajes y una puesta en escena distante, que observa el comportamiento de sus criaturas con una mirada clínica, y una tendencia en su narración a introducirnos en lo que pareciera un clishé  para luego desviarse a lugares impredecibles. Burning, su última película, parece ser en principio dos cosas: la historia de un triángulo amoroso entre una chica excéntrica (Shin), un joven aspirante a escritor (Lee) y otro joven millonario sin mucho que hacer en la vida (Ben), y un policial centralizado en la repentina desaparición de Shin. Sin embargo, ninguno de estos dos factores termina por salir como uno espera, y chocan con una narración que no nos da lo que esperamos.

Pienso que en algún punto esto tiene que ver con una película que está marcada por un sentimiento de frustración; frustración que tiene que ver tanto con lo que le pasa a uno como espectador, que espera una cosa y termina recibiendo otra, como con personajes que tienen deseos que una vez concretados no terminan de producir lo que ellos esperan. Hay incluso un momento de este film que parece condensar un poco este mismo espíritu frustrante.

Se trata de la escena de sexo entre Lee y Shin. Aquí Dong plantea un momento entre un chico que se ve fuertemente atraído por una chica preciosa y con una personalidad seductora y excéntrica; y por otro lado, una chica que está teniendo sexo con un joven que a ella le gustaba desde hacía años.

Sin embargo, la escena está lejos de tener ese carácter espectacularmente erótico que podría esperarse. Lee se comporta de manera nerviosa y unos planos subjetivos de él nos muestran que se encuentra a veces más concentrado en las cosas que tiene Shin en su departamento o en lo que se ve desde su ventana que en el acto en sí. Por otro lado, Dong despoja esa escena de toda música, volviendo al acto sexual aún más desprovisto de sensualidad, y queda claro que el lugar que elige para filmar este acto (un departamento pequeño, de clase media baja, en una película que expresa magistralmente las diferencias sociales a partir de los espacios en los que habitan sus personajes), atenta contra todo erotismo.

Es cierto que igual esto no impedirá que Lee se obsesione con esta chica, pero también es cierto que parece pasarla mejor cuando se masturba pensando en ella (algo que por supuesto tiene que ver más con la fantasía que con la realidad) que cuando tuvo esa relación física. Esto hablaría muy bien de un personaje que parece construir mucho de su percepción de las cosas a partir de lo que imagina y no tanto a partir de lo que realmente vive.

Como si la frondosa imaginación de Lee no fuese suficiente para confundirlo, la película jugará a la idea de que el protagonista pueda estar viviendo en un mundo de ilusiones y engaños donde nada es lo que parece.

Shin por ejemplo parece mostrarse como una persona engañosa: su rostro tiene cirugías que no pueden notarse; se nota que le gusta actuar y su sentido de lo espiritual parece -al menos- sospechosamente banal e impostado; y Lee se encuentra más de una vez ante hechos que podrían o no ser falsos (como un gato que supuestamente nunca aparece, o pozos que pudieron o no haber provocado un accidente). Incluso en un momento de la película el propio Lee compara a Ben con El Gran Gatsby, personaje de la literatura americana famoso justamente por ser un gran simulador (y de paso, al igual que Ben, hacerse llamar por un nombre que no es el propio).

Uno podría hasta describir argumentalmente a Burning como si fuese una policial de Brian de Palma, con sus personajes débiles inmersos en tramas donde todos parecen estar actuando en pos de un fin particularmente vil.

Sin embargo, en De Palma todo se exacerba y se multiplica, y las escenas de sexo y violencia parecen tan exageradas que rozan (cuando no tocan) lo paródico. Burning, en cambio, tiene el estilo seco de Dong, y la única escena de violencia tiene la misma sequedad que la mencionada escena de sexo entre Shin y Lee. Son todos momentos donde lo trascendente de un instante para un personaje choca con una realidad que se presenta de forma mucho más imperfecta.

Algo así no pasa, por supuesto, en De Palma, donde tanto lo sexual como lo violento se ven filmados de modo tal que el director parece insistirnos en el carácter especialmente trascendente y memorable de ese instante.

En Burning, en cambio, ninguna de estas acciones parece esconder ni una revelación ni un comienzo de ella; son instantes indudablemente claves para el personaje, pero que filmados como están tienen algo desconcertantemente ordinario.

Si uno está familiarizado con la filmografía de Dong, puede reconocer en este aspecto algo que englobaría casi todas sus películas: su cine abunda en personajes que parecen estar buscando en algún hecho una verdad última, algo que dé sentido a sus existencias. Sea el cristianismo en Secret Sunshine, un amor imposible en Oasis o la poesía en Poetry. En Burning esto se daría por un Lee que está dispuesto a resolver un crimen que acaso nunca sucedió, todo en una trama policial que nunca termina de formarse y donde incluso se habla de verdades en un sentido casi existencial y metafísico, pero finalmente inalcanzable. Acaso, si uno lo piensa, Burning no es un policial pero sí quizás una reflexión secreta sobre las tramas policiales como una forma de esperanza: después de todo, allí se plantea una ficción dedicada a darnos un montón de pistas que derivarán en una verdad última que desenmascare no solo un caso sino una serie de comportamientos enigmáticos. Quienes descubren por otro lado estos enigmas son detectives o ciudadanos comunes dispuestos a llegar a las últimas consecuencias.

Lee en cambio oficia menos de detective que de joven alimentado por fantasías amorosas y posiblemente movido por un resentimiento social (la forma sutil en la que Burning explora las tensiones de clase en Corea del Sur es uno de los puntos más extraordinarios de este largometraje). Lo que resulta de esto es, finalmente, una sensación que oscila entre la angustia y el extrañamiento, en un film cuyo carácter derivativo y enigmático justifica con creces la necesidad de su realizador de sumergirlo en un relato de dos horas y media. Una de esas películas impredecibles y desgastantes, marcadas por la angustia pero también por esa cualidad de un cine magistral y distinto, que solo saben hacer aquellos directores excelentes que se encuentran en sus picos creativos. En definitiva, lo que se conoce como una obra maestra.

 

 

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