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CRÍTICAS

Crítica: El Gato De Schrödinger, por Natasha Ivannova

El gato de Schrödinger o paradoja de Schrödinger fue un experimento imaginario creado por el físico austríaco Erwin Schrödinger en 1935, para formular una de las interpretaciones más contra-intuitivas de la mecánica cuántica. Tomando esta teoría, el uruguayo Santiago Sanguinetti desarrolla la idea en el plano de lo real, apelando a la ficción. Por su lado, el director argentino Pablo Seijo sostiene semejante derroche de delirio con el más absoluto naturalismo que tanto caracteriza a Buenos Aires. El resultado es una comedia bastante genial, de cierta complejidad (que no se nota), llena de planos y contraplanos en las interpretaciones y estéticas, decididamente divertida.

En la sinopsis todo acontece en el medio de un partido de fútbol de dos ligas menores. En escena, frente a nosotros, los vestuarios, atinado contexto para todo lo que sucederá en la historia. El diseño espacial se compone de un par de lockers, unos bancos sin respaldo y un excelente trabajo sonoro que recrea el campo de juego (a cargo nada menos que del gran Zypce). Dos personajes vestidos de gatos gigantes de peluche, con sus cabezas en la mano, pelean por el café y otras cotidianidades sin importancia. Un jugador abandona el campo de juego entrando a los vestuarios. Tras él, luego de unos minutos, el DT, y tras él, algún inversor millonario que resulta frustrado por situaciones maritales. Todos juntos o por separado, en paralelo o desde el más allá van a expresar su angustia existencial, sus emociones a flor de piel, su fragilidad humana. Esa que ni la física, ni la religión,  ni la literatura dramática pueden describir nunca del todo.

El jugador comienza a explicar el experimento del gato de Schrödinger y un poco más tarde otro jugador con su misma ropa irrumpe a los vestuarios desde la cancha. Dice ser el primero, el público puede observar que es otro actor pero, aunque algo confundido, entra en el código queriendo saber más. Los elementos comienzan a multiplicarse, hay gatos gigantes y gatos normales, gatos vivos y gatos muertos, gatos muertos por error a manos de gatos gigantes. El argumento se complejiza. Muere un gato gigante que era un ser humano disfrazado. Aunque más tarde re-aparece. Entonces habla un gato pero la voz sale del otro: esas posibilidades para algunos trucos que se potencian con el evento vivo, siempre un acierto prodigioso. Y la trama ya hace elipsis, arrojándonos la física cuántica por la cabeza y sumando -por si había poco- una persecución zombie. Todo esto sin dejar un segundo ese estado ‘’re natural’’ de decir las cosas propio de la actuación argentina, que en un texto como éste funciona tan bien porque se concluye como complemento de la ciencia ficción, generando equilibrio hacia la verosimilitud.

El delirio estalló y también las carcajadas, aunque el cerebro de los concurrentes todavía intenta dilucidar la travesía del guión. Y mientras pareciera una comedia más por sus modos actorales, no le ofrece al público nada masticado. Ahí reside la mayor fortaleza de esta obra, a pesar de todas esas sensibilidades que parecen descontroladas y ‘’ya vistas’’. Por momentos da la sensación de que la temática de la sexualidad gay se escurre como sin que eso haya sido buscado expresamente desde la dramaturgia, quizá algunos de los rasgos de debilidad emocional sean un poco exagerados o redundantes en unos personajes masculinos que lloran su suerte, pero no podemos evitar comprender todo grito existencial en un mundo que, tanto desde la física cuántica como desde la ficción teatral, parece repetido a la vez que disparatado.

En una perspicaz guía de la dirección, los actores dan la impresión de moverse con plena libertad, como si cada uno de sus pasos no estuvieran previamente diagramados. Imposible no mencionar a Juan Isola, que descolla especialmente, pero todos los actores dejan una energía apoteósica.

Por último, un diez para los vestuarios de gato, cuyas formidables cabezas no podemos dejar de admirar durante toda la obra, al lado de las humanas, creando unas postales surrealistas para lamerse los dedos.

Por fin el género de la ciencia ficción juntándose con el naturalismo para hacer comedia. Estupenda amalgama por la que se destaca la comodidad, en la hermandad identitaria de Uruguay y Argentina.

Teatro: Timbre 4 –  México 3554

Funciones: Lunes 4 y 11 de junio. Horario: 21 hs. Continúa su temporada: Lunes, del 18 de junio al 3 de septiembre, 21 hs.

Entradas: Valor promocional $120.

© Natasha Ivannova, 2018 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

Coproducción entre el Festival Internacional de Dramaturgia, INAE, TIMBRe 4 y Plataforma Fluorescente. Autoría: Santiago Sanguinetti. Elenco: Juan Isola, Guido Losantos, Facundo Aquinos, Pablo Cura, Horacio Acosta, Emanuel Parga y Mauro Malaspina. Vestuario: Magda Banach. Asistencia de vestuario: Luciana Hernández.  Realización disfraces mascotas: Ricardo Rosas. Escenografía: Ariel Vaccaro. Iluminación: Matías Sendón. Diseño sonoro: Zypce. Fotografía en gráfica: Nacho Iasparra. Producción: Poppy Murray. Asistente de dirección: Arturo Alonso. Dirección: Pablo Seijo. Prensa: Marisol Cambre.

 

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