PUPPET MASTER
La madre del blues es una película fallida. Un film de esos que tienen todo, absolutamente todo a favor, pero que a medio camino van dejando una estela de malas decisiones, sean estas narrativas o estéticas, evidenciando un peso mayor a sus aciertos. La película desde los primeros minutos deja a la vista los hilos del producto “made in Netflix” que desde hace unos años venimos masticando: una especie de chicle de esos que duran poco, cuyo sabor se va enseguida. Porque los hilos en el cine de plataforma son bien importantes: se tiene que notar que es Disney, o Netflix, o Shudder o cualquiera de estas megaempresas virtuales que tanto captan la atención del espectador. El lugar del autor quedó relegado en pos del producto ultraprocesado y gastado del streaming, a tal punto que la atención hoy día es la procedencia capital. Ya no vemos la película de fulano o fulana, vemos la película de Netflix, de Disney, de Amazon y así ad infinitum. Los hilos siempre existieron, el problema es que ahora estos están más visibles que la propia marioneta, la cual parece aburrirnos a mitad del show con sus ocurrencias.
La madre del blues parece atractiva desde el vamos: narra, allá por 1927, la intrincada grabación de un disco de blues por parte de la cantante Ma Rainey (Viola Davis) y su banda. La personalidad conflictiva de la mujer se ve afectada tanto por los dueños del estudio como por un trompetista tan arrogante e histriónico como ella (Chadwick Boseman). El espacio reducido, casi claustrofóbico, donde se ejecutan los ensayos y la cargada tensión que va in crescendo en su hora y media de duración están ejecutados con pulso decente.
El problema más grande con La madre del blues es la necesidad de largos monólogos teatrales (el film es ciertamente teatral); los cuales, advertimos, son el mejor afrodisíaco para los jueces de la Academia y el otrora festival de supuesto buen gusto. Tales pasajes alteran el ritmo y lo alargan innecesariamente. Las charlas filosóficas sobre las tristes historias de los protagonistas por momentos se vuelven densas, muy de teatro, ¡pero esto es cine, joder! El histrionismo de Boseman por momentos es digno del peor Sean Penn, con cambios de humor repentino, furia, sonrisas y una triste historia contada con lágrimas contenidas. Se nota su talento, pero los excesos de composición son notorios. En ese sentido, Viola Davis parece más moderada a pesar de la fuerte presencia en su caracterización. Tal vez se deba a que el film está más atravesado por la presencia de Boseman que por la suya.
Otro problema grave es la estética “limpia”, híper calculada, hasta preciosista pero casi abyecta, teniendo en cuenta la historia a la que quiere apuntar: estamos en años del Ku Klux Klan, donde mandan la segregación, la intolerancia, la supremacía blanca y el horror racial; todo sumado a una situación (la de la banda en conflicto) devenida en terrible tragedia. Hay lugares sucios, casi lúgubres (la puerta que conduce a ningún lado) y aun así el esteticismo puede más que cualquier intento por dejar en claro la dramática posición emocional, social y psicológica que atraviesan los personajes, solo remarcada por las actuaciones. La puesta en escena no solo pasa por saber hacer un encuadre e iluminar bien la toma; pero esto, señoras y señores, es otra historia.
(Estados Unidos, 2020)
Dirección: George C. Wolfe. Guion: Ruben Santiago-Hudson. Elenco: Viola Davis, Chadwick Boseman, Colman Domingo, Glynn Turman, Michael Potts. Producción: Todd Black, Denzel Washington, Dany Wolf. Duración: 94 minutos.