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CRÍTICAS - STREAMING

Whitney

El contraste técnico en Whitney (2018) entrama la pregunta de qué relevancia tiene la perfección artística dentro de la vida. Con el montaje del material de archivo, las entrevistas a las personas cercanas y la situación actual de los lugares donde vivió Whitney Houston, Kevin Macdonald halla respuestas en el contexto de una voz perfecta como la de ella. Además esboza inquietudes sobre qué importa tal perfección en medio de un éxito tan desaforado.

Quienes seguimos su carrera o todavía vemos en YouTube sus videoclips, observamos que el realizador reconoce la fluidez en la voz mezzosoprano por su rango de tonalidades. Dicha voz enriquece la llaneza de letras sencillas, según dice uno de los compositores entrevistados. Pero Macdonald, también guionista y productor del documental, va más allá y remarca esta impronta vocal con el diseño sonoro de Glenn Freemantle. 

La primera vez que escuchamos en el documental la intro de “I Wanna Dance with Somebody” no suenan los bajos. Sus “ah”, “yeah” y el canto nos llevan audiovisualmente al éxito de una artista que no solo fue una “entertainer of the year”, como la reconoció la prensa en su momento. Los entrevistados, cada uno a su turno, hablan de su temple, así como una grabación de la voz de Whitney reconocía en los primeros minutos la impronta de su madre.

De hecho, poco antes del final, un video de un concierto casi dos décadas después con su voz destruida nos advierte del fallecimiento de la artista en la escena siguiente. Aquí uno de los entrevistados habla de su sorpresa por los miles de personas en el sepelio a pesar de ese esfuerzo publicitado en 2012 como su “regreso”.

Esa decisión de montaje no es una simple elipsis o un salto temporal. Es la declaración de que si un artista falla con su instrumento, ya no existe y el público lo condena. Esa severidad está evidenciada desde varios niveles. La forma de entrevistar a los familiares con planos medios, colores opacos y una calidad de imagen diáfana brindan un contraste delicado con el material de archivo. Este, con una imagen más granulosa, de todas maneras ilustra complicidades entre sus tías, sus hermanos o su manager Robyn, quien grabó algunos de esos videos.

Kevin evita la pérdida de los matices de su Whitney alternando grabaciones íntimas de la cantante, noticias de sus éxitos y fracasos, e incluso fragmentos más perturbadores. Así desnuda los descaros familiares y profesionales de gente que aceptaba sus consumos de crack, cocaína y marihuana o no se daba por enterada, como el director de la disquera. Incluso cortar esta última confesión para enfrentar el descaro moral no demoniza las contradicciones de su entorno sino que reconoce lo fundamental en esos vicios: que la propia artista recaía una y otra vez sin escape, que se hundía en sí misma.

Al final, el realizador no romantiza ni siquiera la figura recia de la mamá de Whitney, por más que no aparece en la parte más demoledora. En este sentido, la recurrencia del color rojo, tonalidad nunca accesoria en los videoclips, es clave en los segmentos de la madre. Recordemos los rojos en los labios de la cantante en el video de “I Will Always Love You” o el vestido carmesí en el ya mencionado “I Wanna Dance With Somebody”. Esta no es una pista cualquiera ni un dato simbólico nada más. Las sillas rojas de la iglesia donde entrevistan a Cissy Houston hablan de una entereza que también buscó la hija con su talento y que al final no sostuvo. Esto no tiene que ver nada más con su relación tormentosa con Bobby Brown, tampoco con los intentos infructuosos de cuidar a su hija; ni siquiera con la adicción que hizo de Whitney un hazmerreír de programas de televisión que Kevin incluye como una muestra de lo imperdonable que es la sociedad ante los fracasos.

Lo más tajante del documental de Madonald es que no cierra con la voz de la cantante, tampoco con los colores firmes de su madre. El final abrupto es una postura ante las distancias irreconciliables entre una artista y su obra. Muestra de este abismo está en la narración de la mañana de su fallecimiento. Esos lugares que ella habitó con la grandilocuencia efímera de su voz contrastan con la época actual donde lo que queda es el vacío. Con los créditos, el realizador nos abandona a la expectativa así como ella nos atrapó cantando, entregados a un romanticismo que era en realidad una liberación inalcanzable.

 

 

 

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Reino Unido, Estados Unidos, 2018)

Guion y dirección: Kevin Macdonald. Producción: Jonathan Chinn, Simon Chinn, Lisa Erspamer. Duración: 120 minutos.

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