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CRÍTICAS - CINE

Dos Tipos Peligrosos, según Emiliano Fernández

El porno versus el capitalismo automotriz.

En una época no muy lejana las buddy movies constituyeron el “estándar” de Hollywood ya que por un lado demostraron ser en extremo populares y por el otro permitieron a muchas estrellas reposicionarse dentro de la industria, volcando su perfil hacia territorios hasta ese momento inexplorados. Durante los últimos lustros hemos presenciado un repliegue del formato gracias a una serie de fracasos en taquilla, lo que a su vez se explica por la pobreza y negligencia del promedio de los productos actuales y la falta de guionistas avezados en la materia o con algo valioso para decir. Por supuesto que el policial -uno de los géneros que siempre adoró el engranje narrativo en cuestión- no escapó a la regla general y también fue testigo del declive, sin embargo en estos últimos meses nos topamos con dos obras que retoman con astucia la estructura, los excesos y las ironías de aquellas “parejas desparejas”.

Hasta cierto punto se puede trazar un paralelo entre War on Everyone (2016) y Dos Tipos Peligrosos (The Nice Guys, 2016), las pruebas que tenemos a mano para dar cuenta de que todavía es posible construir buddy movies eficaces, diferencias de criterio incluidas: si War on Everyone funciona como una epopeya sucia, caótica, sinuosa y profundamente cínica para con las fuerzas de seguridad del Estado, Dos Tipos Peligrosos es -en cambio- el súmmum de la prolijidad formal y desde el vamos abraza los leitmotivs del film noir y un sinnúmero de chistes clásicos provenientes del slapstick. El responsable de esta última no es otro que Shane Black, un señor cuya carrera como director es bastante anodina si la comparamos con la generosa amplitud de su desempeño como guionista (posee tantos opus “potables” en su haber como trabajos fallidos, en los que la experimentación no dio frutos).

Aquí por suerte la balanza está más cerca de sus guiones más recordados, los de Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987) y El Último Boy Scout (The Last Boy Scout, 1991), y lejos de films problemáticos como El Último Gran Héroe (Last Action Hero, 1993) y El Largo Beso del Adiós (The Long Kiss Goodnight, 1996), todas películas que marcaron el tono del cine tracción a testosterona de las décadas de los 80 y 90. La historia gira alrededor de una pesquisa -en la Los Ángeles de los 70- encabezada por el matón Jackson Healy (Russell Crowe) y el detective privado Holland March (Ryan Gosling), quienes se pasan gran parte del relato buscando a Amelia (Margaret Qualley), una joven que parece ser la clave para revelar un misterio que involucra al microcosmos del porno, la militancia ambientalista y una nueva cadena de golpizas, fracturas, asesinatos y encuentros por demás desafortunados.

Resulta muy interesante ver cómo Black explota en pantalla la fama de Crowe fuera de pantalla de recio/ pendenciero y al mismo tiempo la contrapone con el acervo cómico de un Gosling extraordinario que una vez más demuestra su ductilidad, ahora construyendo a la perfección un personaje tan payasesco como mordaz. El guión del también realizador pone el acento en la investigación, evita caer en una alternancia hueca -y cronometrada- con las escenas de acción y en todo momento se mantiene al servicio del dúo de protagonistas, redondeando asimismo un retrato de índole circense de la política, la industria automotriz y hasta el mundo del espectáculo: las citas al “porno de autor” de los 70, y su reconversión como enemigo del capitalismo, sacan a relucir la potencialidad del arte y su claridad de intenciones en oposición a la podredumbre y la corrupción metropolitanas circundantes…

calificacion_4

Por Emiliano Fernández

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