La grandeza del espíritu.
Si nos guiamos por el estilo del cine infantil actual, es imposible no percibir un ritmo vertiginoso y lleno de personajes altisonantes que invade a la gran mayoría de las producciones. Parece haber mucho temor de aburrir a los más chicos, inmersos en el mundo de los celulares, las tablets, los dibujitos animados psicotrópicos y la sobreestimulación constante. ¿Pero qué sucederá si los exponemos a una forma más tradicional de relato, con una historia que avanza a un ritmo completamente distinto? Tal vez sea este el mayor desafío que enfrente en nuestros días El Buen Amigo Gigante (The BFG, 2016), primera colaboración entre dos verdaderos gigantes de la industria: Steven Spielberg y la factoría Disney.
El film es la adaptación de uno de los cuentos más populares de Roald Dahl, quién ya tuvo historias suyas llevadas al cine como Charlie y la Fábrica de Chocolate, Matilda y Jim y el Durazno Gigante, entre otras. En esta ocasión Spielberg vuelve a ponerse al mando de un relato infantil y a desplegar su talento como narrador para contar la historia de Sophie, una huérfana que conoce a un gigante gentil, gracias al cual descubrirá un mundo fantástico al mismo tiempo que ambos emprenden un camino de aprendizaje mutuo, elemento clave de todo relato clásico.
La producción, que estuvo prácticamente 25 años en proceso, cuenta con el último guión de la fallecida Melissa Mathison, quien también pusiera su talento al servicio de Spielberg en E.T. El Extraterrestre (1982), otra de las películas del director que involucra a un niño en una situación fantástica o mágica. Como decíamos al principio, el presente parece un film hecho para infantes, pero para quienes fueron infantes en otra época. El ritmo de la narración y la naturaleza de sus personajes le infieren un tempo que en primera instancia no parece asemejarse al de otras producciones contemporáneas, algo que podrá jugarle tanto a favor como en contra, dependiendo en qué vereda elijamos pararnos.
Sin duda Spielberg es un hombre con una habilidad inmensa para dar vida a este tipo de historias, y se nota su mano en el modo en que se despliega el relato, con un estilo muy propio que eleva aquello que de por sí ya era un material original con peso. John Williams vuelve a colaborar con el director para aportar otro de los elementos característicos dentro de su estilo.
El uso de actores de carne y hueso -complementado con una tecnología de captura de alto nivel- permiten que la estética del film dé un salto de calidad y se destaque por sobre otras producciones similares. Al mismo tiempo las actuaciones de la pequeña Ruby Barnhill, debutando en la pantalla grande interpretando a Sophie, y el ganador del Oscar Mark Rylance, dándole su voz al gigante (además de gestos y muecas que se transfieren asombrosamente a su homónimo digital), proveen esa humanidad tan necesaria a una obra cuya temática central es justamente la relación entre seres, tanto humanos como gigantes encantados.
La parsimonia de la primera mitad del film, que se toma todo el tiempo necesario para desarrollar la relación entre Sophie y el gigante, se pierde un poco en el tercer acto, al mismo tiempo que se apoya demasiado en chistes un tanto más caricaturescos que buscan meramente sacarle una sonrisa al espectador, perdiéndose el costado más reflexivo de la obra. Estamos ante una película que probablemente disfruten más los chicos de 35 años que los de 10, pero no hay que perder las esperanzas.
Por Alejandro Turdó