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CRÍTICAS - CINE

El Cisne Negro, Según Edith Guerrero

La verdad no tenía muchas expectativas sobre El Cisne Negro, pues se ha súper publicitado y ha tenido bastantes comentarios sobre ser la gran ganadora de los premios Oscar. No me quise armar de tanta expectativa para no quedar defraudada, como me pasó hace un año con alguna que otra película nominada y ganadora del Oscar. Si bien las películas de Aronofsky se conocen por la cantidad de efectos visuales, como Réquiem por un Sueño y La Fuente de la Vida, que despiertan amores y odios entre sus espectadores pero nunca un lado intermedio. El hecho de que no haya tenido expectativas sobre este film no significa que haya tenido desinterés por verlo; todo lo contrario, siempre está la ilusión de salir del cine y quedar maravillada.

Pantalla negra, letras blancas sutiles con el nombre de la película, fondo de música clásica tenue; empieza la película, escenario negro y una delicada figura de una bailarina de ballet vestida de blanco a lo lejos, sus diminutos pies son enfocados en esta encantadora danza, hasta que la pantalla se ilumina cuando vemos a la bellísima Natalie Portman que personifica a esta bailarina, La entrada de un personaje vestido de negro la vigila y empieza a danzar con ella; ella se siente algo manejada por este personaje pero lucha, hasta que este personaje se vuelve en una figura aún más oscura, aún más diabólica, en medio de la ahora hechizante danza; ella se entrega convirtiéndose así en una princesa cisne que levanta su suave vuelo y se va…. así empieza El Cisne Negro (Black Swan), un film donde se conjugan la danza, el suspenso,  la música y los ires y venires de una cámara que fluctúa en el espacio.

Este tráiler psicológico de Darren Aronofsky nos envuelve en el mundo trastocado de Nina Sayers (Natalie Portman), una bailarina perteneciente a una compañía de danza clásica de Nueva York, que compite por el papel principal de “El Lago de los Cisnes”; el obstáculo que tiene es que tan solo puede interpretar una parte de su papel, que consiste en hacer dos roles: por un lado, un delicado e inocente Cisne Blanco y, por otro, un sensual y espontáneo Cisne Negro. Esta doble interpretación empieza a menoscabar los lados más profundos de su psiquis, a tal punto que empieza a tener manifestaciones de ella misma. Esta manifestación no se va mostrando como una evolución personal o como una elección propia, sino más bien como una fuerza exterior macabra. Pues aunque parece que lo que pasa alrededor es lo que la trastoca y la atormenta, es ella misma la que se convierte en su propia enemiga.

La actuación de N. Portman es de extremos; casi la mayoría del tiempo como la Nina inocente, a tal punto de parecer virginal, tan frágil, delicada y, sumado a todo esto, una voz y actitud de niña sumisa, que uno realmente creería que Natalie es una chica no mayor de 18 años. A contra posición de los pequeños momentos en que despierta o aparece la Nina oscura, perversa, sensual y erótica, que realmente la hacen ver como toda una Mujer. Aunque uno, como espectador, sabe que estos pequeños momentos la conducirían a su autodestrucción, desespera en parte el puritanismo de la Nina que se nos presenta, en un principio, deseando y dejando que el film nos lleve al lado más oscuro de este personaje.

La fotografía es muy certera; esa textura medio grisácea en la imagen da una sensación de suspense, propio de las películas de los setentas, o alude a la atmósfera londinense, donde un velo gris en la ciudad inunda la imagen. Me sorprendió y me alegró, ya que las películas de Aronofsky tienen saturación de color y tonos muy vivos (a excepción de Pi, que es a blanco y negro, aunque también contrastados), que no incomodan puesto que la lógica de sus películas así lo requerían, pero en el caso de El Cisne Negro, donde se jugaba el pudor y la delicadeza, estuvo más que certera esta elección. La imagen brilla también por la sutileza de los efectos, sutiles e igualmente impactantes, para nada pretenciosos. El manejo de cámara tiene un concepto único ya que danza con los personajes, no de una manera demasiado obvia, sino como si fuese un baile armónico y suave a la vez, siendo El Cisne Negro una danza macabra, donde Aronofsky saca la belleza dentro de la oscuridad, y da como resultado una película delicada, fuerte y exquisita a la vez.

Tengo que admitir que al salir de la película quedé con muchas emociones encontradas y a pesar del calor del medio día tuve que prenderme un cigarro y pensar en cómo voy a empezar a escribir sobre una película que me dejó pensando. Y es que eso sucede cuando ves una película que realmente te gustó a tal punto que sabes que la vas a volver a ver y a ver y a ver, porque con una sola vez no bastó, no porque no la entendieras, si no porque necesitas volver a tener cita con esas imágenes, con esa música, con esos personajes, con esa historia. (Al cine muchas veces no hay que saber entenderlo si no que hay que dejarse deleitar por él).

 

 


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