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CRÍTICAS - CINE

Él me Nombró Malala (He Named Me Malala)

(Emiratos Árabes/ Estados Unidos, 2015)

Dirección y Guión: Davis Guggenheim. Elenco: Malala Yousafzai, Ziauddin Yousafzai, Toor Pekai Yousafzai, Khushal Yousafzai, Atal Yousafzai, Mobin Khan. Producción: Davis Guggenheim, Laurie MacDonald y Walter F. Parkes. Distribuidora: Fox. Duración: 88 minutos.

Militancia y posicionamiento mediático.

El caso de Davis Guggenheim es bastante curioso si lo pensamos como parte constituyente del contexto cinematográfico de nuestros días, que tiende a repetir el mismo patrón ad infinitum sin mayores cambios a lo largo de los años: el señor comenzó su carrera dirigiendo capítulos de una multitud de series televisivas y nada hacía prever que de a poco se volcaría a la comarca de los documentales de muy alto perfil. En esta fase de su periplo, la estrategia del norteamericano está delimitada con claridad y en esencia abarca dos recurrencias formales que va adaptando según el opus, la primera centrada en el dualismo “personajes/ tópicos candentes” y la segunda en la parafernalia de las controversias y/ o polémicas que terminan difuminándose a expensas de un planteo nunca explotado del todo.

Precisamente, otro de los rasgos de estilo de Guggenheim -artífice de las correctas A Todo Volumen (It Might Get Loud, 2008) y Esperando a Superman (Waiting for Superman, 2010)- es su perspectiva simplista, siempre aportando un inicio interesante que luego decae debido a la falta de profundidad en el análisis y a la presencia de vicios del lenguaje de la pantalla chica, en especial los vinculados a las “notas de color” y al esquema meloso. En Él me Nombró Malala (He Named Me Malala, 2015) lleva a cabo un procedimiento de ensalzamiento similar al de La Verdad Incómoda (An Inconvenient Truth, 2006): lo que antes hizo por Al Gore y su advertencia sobre el cambio climático, hoy lo hace por Malala Yousafzai, una adolescente pakistaní defensora del derecho de las mujeres a la educación.

La joven, que sufrió un ataque a manos de las hordas talibanes por osar hablar en público acerca de la necesidad de una transformación en las sociedades musulmanas que iguale a los hombres y las mujeres, tiene la mitad de su rostro paralizada, realiza conferencias por todo el globo y ha ganado el Premio Nobel de la Paz en 2014. Guggenheim acompaña a la protagonista en sus presentaciones mediáticas, la intimidad de su hogar en Gran Bretaña y sus discursos en foros internacionales, tomando como núcleo la estrecha relación entre Malala y su padre Ziauddin. A partir de un tono un tanto esquizofrénico que pasa del dolor a la alegría y viceversa sin demasiadas sutilezas, la película utiliza mucho material de archivo, entrevistas al círculo familiar y animaciones que ilustran las historias individuales.

Considerando que el film en su conjunto forma parte de un popurrí -entre comercial y militante- que incluye una organización benéfica y las memorias I Am Malala, coescritas con Christina Lamb, a decir verdad no hay mucho para reprocharle al realizador por fuera de sus limitaciones retóricas de siempre, ya que una vez más entrega una obra prolija que constituye una puerta de entrada “amigable” a la temática en cuestión. Por supuesto que aquí se dejan de lado las contradicciones del caso (casi todas las figuras políticas con las que se reúne Yousafzai son responsables del poder del que hoy gozan los talibanes en determinadas regiones de Medio Oriente), no obstante la táctica de humanizar a la señorita rinde sus frutos en función del posicionamiento comunicacional de su persona y su lucha…

calificacion_3

Por Emiliano Fernández

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