Los pingüinos no son grises.
Si bien a Hollywood siempre le encantó mirarse el ombligo y sacar conclusiones agridulces sobre sus mecanismos de legitimación comercial y artística, recientemente la industria cinematográfica norteamericana ha optado por enfocarse en períodos específicos de algunas de sus leyendas, como lo son los casos de Marilyn Monroe durante el rodaje de El Príncipe y la Corista (The Prince and the Showgirl, 1957), en Mi Semana con Marilyn (My Week with Marilyn, 2011), y Alfred Hitchcock en la concepción de la inmortal Psicosis (Psycho, 1960), en Hitchcock (2012). Las “biopics por etapas” permiten darle al público exactamente lo que quiere y escapar al tour de force de una vida prolongada y -a veces- contradictoria.
Como las anteriores, El Sueño de Walt Disney (Saving Mr. Banks, 2013) ofrece un punto de vista alternativo para abordar a la figura de turno (en Hitchcock era la esposa, en Mi Semana con Marilyn un asistente de producción), no obstante en este caso esta estrategia narrativa está profundizada al extremo de centrarse en el “personaje secundario”. Dejando de lado el título en castellano, el cual recuerda a El Ladrón de Orquídeas (Adaptation, 2002) porque traiciona el mismo espíritu del film, el opus en cuestión presenta un retrato certero de P. L. Travers, la autora de los libros en los que se basó Mary Poppins (1964), considerada por muchos la obra maestra del inefable Walt (hoy encarnado por Tom Hanks).
La historia en esencia analiza las dos semanas que la australiana pasó en Los Angeles tratando de defender su creación e intercambiando diversas opiniones con el guionista y los compositores de las canciones, con vistas a decidir si efectivamente cedía los derechos para la realización de la película o no. La genial Emma Thompson interpreta a Travers y construye con precisión a una misántropa que gusta de llamar a las cosas por su nombre. En este sentido, resulta sumamente extraño ver en un proyecto mainstream que se acuse a Disney de ser la cara visible de un imperio, de producir dibujos “tontos” y de tener un parque de diversiones que funciona como una simple “máquina de impresión de billetes”.
Los diálogos de Thompson son gloriosamente fulminantes y su valentía radica en que no ofrecen soluciones intermedias: todo es blanco o negro, los pingüinos no son grises (dicho sea de paso, una de las mejores escenas es la de su negativa a la “opción animada” de las recordadas aves). El cineasta John Lee Hancock supera lo hecho en Un Sueño Posible (The Blind Side, 2009) y le permite a Hanks continuar su buena racha, comenzada con Capitán Phillips (Captain Phillips, 2013). El Sueño de Walt Disney adopta la estructura de un telefilm de los 90 -hasta incluye una sistematización del pasado de Travers vía flashbacks- para redondear una propuesta quizás menor aunque eficaz según sus propios términos…
Por Emiliano Fernández