La construcción que ejerce Spielberg sobre el cine en Ready Player One reclama la abstracción inmediata, instantánea, del espectador. Esa abstracción responde a una lógica apabullante sobre el procedimiento visual y las formas arquitectónicas, más por acumulación casi sinfónica de citas que por la necesidad de saturación y sobreexposición de un tratamiento superficial hacia la imagen y sus demandas estéticas.
La experiencia al ojo nos dice que esa fisicidad adquirida, más que tomarnos de rehenes en la butaca para ser prisioneros de la nostalgia reaccionaria hacia la cultura pop norteamericana (y universal) de los extintos 80 y 90, es el puente más convincente hacia un discurso en contra. No por rechazar esa génesis de la cual Spielberg fue parte y pieza fundamental, sino porque expone una mirada actual y radical sobre una realidad que busca desesperadamente la inocencia perdida de una década muy cercana a esta (en términos políticos, básicamente de derecha) y que sirve como escapismo a una época reivindicada por razones equivocadas.
La actualidad se halla, artística y popularmente hablando, casi sin formas propias. Lo actual es desplazado y solo encuentra resguardo en los avances tecnológicos y todo lo referente a esa veta (redes sociales, celulares, tablets, drones, simuladores virtuales, etc.). Ready Player One (RPO) conforma una cosmovisión absoluta sobre la actualidad, uniendo generaciones (los que crecimos rebobinando casetes o alquilando películas en extintos videoclubes barriales, por un lado; los jóvenes que se niegan a abandonar sus computadoras y sus hipnóticos videojuegos, por el otro) y conformando una visión propia del mundo, más actual que cualquier otra película o serie. Es ahí donde RPO juega con una autoconsciencia necesaria, real, palpable, dejando de lado todo homenaje estéril pues, como antes mencioné, las citas son funcionales al discurso y no una distracción superficial de nerd en estado automático -en parte lo soy, pero no me dejo engañar fácilmente.
Spielberg es consciente también de que los 80 fueron la década dorada del terror. Es más, sabemos que Poltergeist (1982) es su tarjeta de presentación ochentera al género. La secuencia del rapto del niño en Encuentros cercanos del tercer tipo (1977), así como el escualo asesino de Tiburón (1975) lo habían acercado al terror de manera directa. Lo maldito, lo macabro, no le es ajeno.
Es por eso que decide reinventar el terror (y de paso el cine) con la secuencia donde se introduce literalmente en El resplandor (1980), quizá la mejor película de Kubrick. En dicha secuencia, que nos llena de asombro por su idéntica puesta en escena, la yuxtaposición con la épica spielbergiana -tanto The Shining como RPO responden a una épica en géneros que muchas veces son despreciados: el terror y la ciencia ficción- se refleja en una fisicidad no vista en la película de Kubrick, que se ajusta a un imaginario visual actual donde los fantasmas existen por gracia y obra de los efectos digitales. Estos dan la libertad de expresar terrores más aptos para las nuevas generaciones. Es decir, esa secuencia une al artesano con el virtuoso. The Shining de Spielberg se transforma en videojuego.
RPO es una extensión involuntaria del mito del cine total (augurado por el mítico André Bazin) ya que reconstruye el cine y su imaginario gracias a nuevas herramientas tecnológicas, y no solo por la carga digital que hoy en día es moneda corriente. Las incursiones temáticas en la realidad virtual, los videojuegos y la imposibilidad de existir sin ellos implican nuevas maneras de ver el cine. Desde ahora nada será igual. El primer paso es imaginarlo mediante diversas ideas y algunos recursos formales. Le pasó a Terminator 2 (1991), a Jurassic Park (1993) y a The Matrix (1999). RPO no entra directamente en la teoría baziniana, y por eso utilicé la palabra “extensión” al inicio del párrafo.
Todo lo que Spielberg parece decirnos es “vivamos una actualidad palpable, física y dejemos de reivindicar el pasado”. Es por eso que aparecen Volver al futuro (1985), Christine (1983), El gigante de hierro (1998), El club de los cinco (1985), Robocop (1987), Chucky (1988), Pesadilla en Elm Street (1984), una marquesina que promociona la Jack Slater 3 protagonizada por Schwarzenegger en El Último Gran Héroe (1993) y el arma de Ripley en Aliens (1986). Hay homenajes a Tron (1982) y Terminator 2 pero de forma menos directa. RPO entrelaza la actualidad del cine (y por qué no, todo lo referido a la cultura popular) barnizada de ofrendas retro con un discurso que no reviste hipocresía (no vemos a Indiana Jones ni a ET, y el tiranosaurio en la carrera se asemeja más a un terópodo genérico que al de Jurassic Park). Manifiesto cuasi revolucionario, vital para los tiempos que corren. Vuelta a un tipo de cine poderoso, lleno de intertextualidades, subversivo. Las razones de RPO no son las mismas que en Stranger Things, serie cuya maquinaria nostálgica responde más a una demanda de mercado que a una respuesta discursiva.
Los personajes en RPO anhelan ser otro. Esa otredad virtual, impulsada por avatares, los acerca a un mundo de peligros menos mortales y nefastos que los de la vida real. La realidad en RPO, así como sucede en The Matrix, está ligada a la realidad del espectador medio, que utiliza el cine como escape del mundo que lo rodea. Esa función espectatorial de anhelar una otredad extraordinaria, o menos dolorosa que la vida misma, parece crecer en cantidad con el tipo de cine al que se apunta en el presente. Es por ello que emerge una necesidad de inocencia adoptando las formas de lo retro (sucedió en los Estados Unidos de los 80 con la década del 50, antes de que el sueño americano fuera destruido) y elaborando nuestro propio avatar ligado a una vida quizá no tan digital, pero sí más nostálgica. Esa inocencia antes mencionada es la inocencia de nuestra infancia o adolescencia, cuando los problemas del mundo parecían tener menor relevancia que aprender a andar en bicicleta o dar el primer beso.
Spielberg volvió a despertar a la bestia. Se subió al DeLorean y trazó el camino nuevamente; veremos quién le sigue los pasos. Por lo pronto esperemos que RPO sea un nuevo clásico, de esos que se toman revancha con los años cuando a la sociedad ciega no le es fácil quitarse la venda y ver la realidad.
© Daniel Nuñez, 2018
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