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CRÍTICAS - CINE

Infancia Clandestina, según Tomás Maito

Para enfrentar el horror, el cine por sobre todas las cosas

A lo largo de los últimos quince años el cine argentino expuso historias distintas e interesantes sobre los trágicos hechos sucedidos en la última Dictadura Militar de 1976. Desde la impactante Garage Olimpo de Marco Bechis, la experimental Los Rubios de Albertina Carri, la intrigante Crónica de una Fuga de Adrián Caetano o la lúcida Cordero de Dios de Lucía Cedrón, todas han ahondado en un tema más que recurrente y necesario en la filmografía nacional.

Los nombrados son todos films correctos y, a pesar de unos ser más arriesgados que otros, ninguno se había podido destacar como una pieza fundamental para enmarcar definitivamente el nefasto pasado conjugando una gran calidad cinematográfica con la denuncia social.

Esto sí sucede con Infancia Clandestina, una película moderna, minuciosa y encantadora -a pesar del horror de los hechos que retrata-, dirigida por Benjamín Ávila, que cuenta otra historia más desarrollada en la época de la Dictadura con una magnitud cinematográfica pocas veces vista y un nivel de producción inusual en el cine argentino en general.

La historia gira en torno a Juan (Teo Gutiérrez Romero), un chico que, junto a sus padres Horacio (César Troncoso) y Cristina (Natalia Oreiro), vuelve de su exilio en Cuba, ya que los progenitores quieren retornar al país para enfrentar el Golpe de Estado y mantener latentes sus principios. Lo primero que llama la atención de la película es que, desde el comienzo, Ávila construye un universo completamente cinematográfico sin demasiados precedentes en el cine nacional. Aquí la fotografía y los planos detalle hacen que cada encuadre del film tenga una función dramática destacada, mientras la música de Marta Roca Alonso y Pedro Onetto acompañan las imágenes de manera poética.

Pero si hay algo destacado en Infancia Clandestina es el virtuosismo con que se manejan los contrastes en función del relato. Por un lado, los trágicos inconvenientes, miedos y nervios que deben enfrentar los protagonistas; por el otro, la más pura inocencia del niño. Después de todo, el film siempre parte de la visión del chico y de su enfoque subjetivo de las cosas. No por nada, Ávila, ante situaciones de extrema violencia, opta por mostrar las acciones en forma animada a través de dibujos que parecieran salir de una viñeta de historieta, no solo para alivianar tensiones, sino como una especie de visión del joven para huir mentalmente del horror que lo rodea.

Juan vive su realidad un poco confusa, ya que por seguridad tiene que hacerse llamar por otro nombre y, a pesar de no desentenderse del propósito de sus padres, opta muchas veces por escapar a un mundo mágico que lo hace olvidarse de la realidad y decide, además, evadirse interactuando con María (Violeta Palukas), una compañera de la escuela. Mientras esto sucede es notable cómo el realizador retrata cada momento de la perturbada infancia del niño con el contraste de todos sus sueños.

Bella y encantadora, Infancia Clandestina no solo es la película más interesante que se haya hecho sobre la última Dictadura Militar, sino una de las mejores de los últimos veinte años del cine argentino, un film que, mediante de una denuncia social justa y necesaria, concreta una historia que enternece a pesar de la catástrofe. Una película digna de verse, no solo por la destacada historia que cuenta, sino por sus logros formales que provocan que a lo largo de la obra se aprecie una idea cinematográfica en todos sus sentidos.

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