(Reino Unido/ Francia/ Italia/ Bélgica, 2012)
Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Elenco: Paul Brannigan, John Henshaw, Gary Maitland. Producción: Rebecca O’Brien. Distribuidora: Ifa. Duración: 101 minutos.
Otro veterano de presencia habitual y ya galardonado en Cannes, Ken Loach, presentó su último film en competencia. Una película pequeña pero muy graciosa, con la que el director vuelva a la comedia tras el drama bélico Route Inish, con reminiscencias de trabajos como Looking for Eric, otro film que también fue presentado en Cannes, y en Buenos Aires en la Semana de Cine Europeo.
El film va de un grupo de chicos que malviven, roban, son violentos y, en un momento, entran a un programa de servicio a la comunidad donde conocen a un chofer y guía que los lleva a visitar diversos lugares como pasatiempo, entre ellos una bodega de whisky, donde se enteran que se ha encontrado un barril con uno de los más antiguos y preciados líquidos, de valor indescifrable. El barril entraría en subasta al cabo de una semana.
Uno de los chicos se da cuenta de que tiene un sentido del olfato muy desarrollado y eso lo lleva a comenzar a trabajar ideando nuevos sabores o copiándolos y, en el caso de la subasta, ver si puede organizar un atraco a la bodega para robar el preciado destilado. Loach, director de 76 años de edad, se vale de un elenco con un nivel parejo y actuaciones muy destacables.
Por José Luis De Lorenzo
Loach nos transporta a Glasgow, para que conozcamos a Robbie, un joven que está tratando de salir adelante y reestablecer su vida, después de haber tenido varios problemas con la ley. Luego de un incidente, es condenado a trabajo comunitario, mientras, se prepara para ser padre, sin embargo los fantasmas de su pasado, lo vienen a buscar de forma constante, y tratará de encontrar la forma de poder hacerse cargo de su familia y llevar adelante una vida normal.
Lo que podría ser con total facilidad un melodrama, Loach lo toma como una comedia ligera, con algunos momentos de tristeza. La belleza de su cine está en que no juzga a sus personajes, sino que los acepta como son. Ken es la clase de director admira a los personajes por sus virtudes, pero los ama por sus defectos, y en La Parte de los Angeles se percibe claramente.
La sencillez de los personajes y las pequeñas, pero originales, vueltas de tuerca, hacen que La Parte de los Angeles se vuelva encantadora. Tal vez esté lejos del Loach más grandilocuente y efectivo, pero esta obra lo muestra capaz de adaptarse y acercarse a una generación que tal vez no lo conozca, pero que debería escucharlo, puesto que Ken los plasma en la pantalla mejor, incluso, que algunos cineastas más jóvenes de renombre.
Por Tomás Luzzani
La solución está en la bebida.
Ken Loach pertenece a una generación de cineastas europeos, que han dedicado la mayor parte de su carrera cinematográfica a cuestionar al sistema y observar diversos procesos históricos que desencadenaron conflictos civiles y sociales, criticando la desigualdad económica y posando su mirada en regiones marginalizadas. La filmografía en particular de Loach incluye obras grandilocuentes, como Agenda Secreta, Tierra y Libertad o El Viento que Sacude el Prado, y otras más minimalistas, donde prefiere contar la historia de pequeños personajes de barrios de los suburbios industriales, que generalmente son los menos favorecidos a nivel económico. La observación del crecimiento de los jóvenes en dichas regiones es una parte fundamental de su cine.
Por eso no es de extrañar que tras la inédita Route Irish, que mostraba la participación del ejército irlandés en Irak, Loach prefiera contar una pequeña fábula de personajes que son más afines a él. En esta oportunidad, los protagonistas son un grupo de personas que deben cumplir horas de trabajo comunitario. El principal personaje es Robbie, un joven que acaba de salir de prisión y tras una pelea callejera, debe elegir entre hacer dicho trabajo o volver a la cárcel, abandonando a su novia, que está a punto de parir su primogénito. Sin embargo, Robbie no puede quitarse fácilmente de encima su pasado. Sus enemigos del barrio, que a la vez fueron los enemigos de sus antepasados lo provocan. La salida de Robbie está en su propia voluntad por escaparse, pero sin abandonar a su nueva familia. Su tutor en el grupo le ofrece ayuda, y pronto Robbie descubre un talento innato como catador de whiskeys.
Sin abandonar una dura mirada social sobre la vida en las zonas más industriales de Inglaterra, como es Glasglow en este caso, Loach le aporta mucho sentido del humor al drama, e incluso cierta tensión convirtiendo al film en una suerte de policial con comedia, que termina teniendo similitudes con la película argentina Vino para Robar. Si bien el guión de Paul Laverty, habitual colaborador del realizador, no presenta demasiadas sorpresas y es bastante clásica, e incluso ingenua en su concepción, es acertado el retrato de los personajes, y la humanidad que el director con el elenco imprimen a este grupo de perdedores, marginales, que terminan siendo tan adorables como la banda de Vittorio Gassman en Los Desconocidos de Siempre.
En la propia irresponsabilidad de los actos de los personajes, pero a la vez las buenas intenciones de sus acciones, reside el atractivo del film. Loach no juzga a sus protagonistas por los “actos criminales” que podría llegar a ocasionar, sino que los promueve en cierta manera, convirtiéndolos en una suerte de Robin Hoods modernos bastante patéticos pero simpáticos. Loach ridiculiza al sistema, los burgueses y la policía, pero a la vez deja una pequeña lección moralizante a favor de la voluntad para salir adelante y cambiar el destino, demostrando que las personas pueden llegar a cambiar cuando tienen enfrente un conflicto que puede perjudicar a sus seres queridos. Casi como un Frank Capra británico, Loach construye un relato divertido y optimista, en donde el trabajo en equipo cobra vital importancia. Con la fluidez para narrar que constituye un estilo visual prácticamente transparente, el director se juega por un elenco de intérpretes casi noveles, que transmiten esa sensación vivencial, ese sentimiento de lucha, de querer cambiar de vida a través de pasiones, que un actor de terreno más industrial no podría transmitir.
Es una obra menor, a comparación de otras más complejas, más sutil y sencilla en su lenguaje, amable y menos política. Más cercana al espíritu seudohumorístico de Buscando a Eric, pero más profunda en sus pretensiones sociales. Es difícil que Loach decepcione. La Parte de los Ángeles nos muestra un director que todavía tiene historias para contar, que al igual que Costa Gavras (otro gran representante de cine social europeo) no se cansa de demostrar un verdadero talento como artista cinematográfico y director de actores.
Por Rodolfo Weisskirch