A Sala Llena

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CRÍTICAS

La Terquedad

La inconmensurabilidad de la obra artística

Asistir a una función de La terquedad es un acontecimiento que resignifica el ritual de ir al teatro. El Teatro Nacional Cervantes ha decidido poner en escena un real hecho artístico, una pieza cuya complejidad deja pensando y empuja al debate y –por qué no- hasta invita a una segunda vista para comprenderla en su multiplicidad. Este es el cierre de una heptalogía inspirada en una obra del pintor El Bosco, la Mesa de los pecados capitales. Escrita para la Bienal de Frankfurt hace 10 años, el disparador tenía que ver con dos preguntas fundamentales: ¿Por qué hay tantos adelantos tecnológicos para alargar la vida, biológicos o científicos, y por qué hay tan pocos adelantos o ninguno para alargar la ética? y ¿Por qué no hay un adelanto para el espíritu? A partir de ahí, el universo que Rafael Spregelburd pone en marcha se asemeja a una ancestral y precisa maquinaria de relojería, en donde cada pieza cumple una función específica que le da sentido a un todo de características gestálticas.

En su carácter de autor, director e intérprete, Spregelburd presenta los primeros minutos de su obra como un match erudito entre el público y lo que sucede en escena. En la imponente sala María Guerrero, el desafío primero es mantener la atención constante durante más de tres horas. Pero este es a la vez un reto placentero, en donde el alma y el espíritu se sienten alimentados por una ficción que mezcla los grandes temas de la historia, una dosis de realidad y un mensaje político que conforma un mix de alto vuelo intelectual.

Spregelburd encarna a Jaume Planc, un comisario de la policía valenciana, un fascista de pura cepa con un delirio místico: crear una lengua artificial, una suerte de mecanismo superador del esperanto que roza las aristas de la ciencia ficción. La acción se localiza en plena Guerra Civil Española, y en casa de la pueblerina autoridad se dan cita un traductor ruso, un miliciano inglés, una sirvienta francesa, un cura, un editor rojo y un escritor borracho, entre otros extravagantes personajes. La gracia del argumento reside en sus múltiples niveles extrapolables a la época actual: la utopía del fascismo como nuevo humanismo; el planteo de la propiedad de la tierra y los medios de producción; el problema del lenguaje a través de sus múltiples interpretaciones, inflexiones y variedades; y la siempre interesante trama de amores, odios y complots entre los distintos personajes.

La puesta, la escenografía y la performance son monumentales: el espacio escénico muestra las distintas perspectivas y permite dividir la obra en tres actos. Pero más allá de ello, la vista de acciones en segundo plano –que luego son representadas con pequeñas modificaciones de vestuario que inquietan y que son parte del juego que propone el autor– resignifican constantemente la trama y el papel de los actores dentro de ella. Con encanto, la casa gira y muestra al espectador sus caras de traición, deseo, ira, lujuria. Un caleidoscopio pecados capitales en donde Spregelburd monta una pieza de arte de inconmensurabilidad kuhniana.

Teatro: Teatro Nacional Cervantes – Libertad 815 – C.A.B.A.

 Funciones: Jueves a domingos 20 hs

 Entrada: Desde $60

calificacion_5

 

 

Pilar González | @MaPilarGonzalez

 Libro y dirección: Rafael Spregelburd. Vestuario: Julieta Álvarez. Escenografía e iluminación: Santiago Badillo. Música: Nicolás Varchausky. Asistencia de dirección: Juan Doumecq. Producción: Yamila Rabinovich y Ana Riveros. Actúan: Paloma Contreras, Analía Couceyro, Javier Drolas, Pilar Gamboa, Andrea Garrote, Santiago Gobernori, Guido Losantos, Mónica Raiola, Lalo Rotaveria, Pablo Seijo, Rafael Spregelburd, Alberto Suárez, Diego Velázquez. Prensa: Enrique Iturralde.

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