¿Puede una mamá vengar a su hijo? ¿Puede ella misma vengarse de él? Estas son solo algunas de las muchas inquietudes despiertas durante y después del visionado de La venganza (Vogter, “Guardia” o “Guardián”, en danés). Las respuestas a todas ellas son necias frente a las ambigüedades entramadas allí con la progresión simbólica¹ y la riqueza interpretativa de Sidse Babett Knudsen.
Eva (Knudsen) es una funcionaria que cuida de los presidiarios del pabellón cinco como si fueran sus hijos. Cuando llega un nuevo interno, ella lo reconoce, no sabemos de qué, y pide un cambio al pabellón donde él, Mikkel (Sebastian Bull), está encerrado. Luego y tarde, sabremos cuáles son sus motivos tras esta solicitud.
Uno de los primeros elementos visuales para simbolizar el extravío de Eva son las ventanas cerradas y las rejas alineadas al cuerpo de la actriz en el plano. Esto es mostrado dos veces ya al inicio cuando ella está moviéndose entre pabellones. Por momentos la intriga frente a sus roles y sus planes opaca la puesta en escena. Probablemente debido a eso cueste sentir empatía por el personaje. Su manera de controlar viene de la mano con proteger. Pero qué o a quién. La dilación de estas respuestas, y su incapacidad final para vengar la muerte de un ser querido, apuntan a su dificultad más honda: romper las normas de la prisión, sitio por excelencia de vigilancia y castigo, es solo para ella mantenerse en la fina ambigüedad.
Durante toda la película persiste la sensación de que la protagonista está reflejada en ‘la sentencia’ final de uno de sus colegas: “Hay gente que no se puede salvar”. Él se refiere a Mikkel. Las tomas posteriores a tales palabras, y las insistencias previas de Eva por estar cerca del presidiario, delatan que ella también está condenada. Para remate, su decisión final es volver al pabellón anterior, no jubilarse o cambiar de laburo.
Gustav Möller ya abordó en su ópera prima los dilemas de un ‘anónimo’ en una posición de relativo poder. La gran diferencia con La culpa (2018) es la quietud de aquel protagonista. Al estar sentado en una silla atendiendo llamadas de emergencia el guion volvía evidente el corto alcance de sus acciones. Eva, en cambio, mientras más se mueve, física y estratégicamente, más muestra su ineptitud latente. Esa diferencia espacial es tan clara que aun la expresividad facial de Sidse puede pasar desapercibida si no fuera por sus miradas. En sus ojos la rabia, la tristeza, la desolación, la alegría y el orgullo son oportunidades para seguir escabullendo lo que está en sus manos. Nadie más que ella sabe que yéndose estaría obligada a lidiar con los dilemas de la culpa y el duelo.
¹ En este contexto, la ‘progresión simbólica’ se refiere al uso significativo de elementos en el plano a medida que transcurre la obra.
(Dinamarca, Suecia, Francia, 2024)
Dirección: Gustav Möller. Guion: Gustav Möller, Emil Nygaard Albertsen. Elenco: Sidse Babett Knudsen, Sebastian Bull. Producción: Lina Flint. Duración: 110 minutos.