EL AMOR Y EL ESPANTO
La idea de llevar a cabo una reversión de un clásico supone para un director una desventaja comparativa porque la acción de ubicar una obra nueva al lado de la obra fuente es inevitable. La película original casi siempre tiene a su favor el factor tiempo, no por el hecho de tener más años sino por lo construido en un lapso, que permite hacer lecturas reflexivas hasta incluso resignificaciones. Ese es el caso de Caracortada de Brian De Palma, su película es una remake de la dirigida por Howard Hawks medio siglo después, y así y todo la que se recuerda es esa versión: la más nueva. Tal excepción puede explicarse de la misma manera que se puede pensar la canonización de cualquier otra película, la de De Palma fue mal interpretada y recién una generación más tarde la rescató. Ahora, ¿qué sucede con Nosferatu? La primera, la de F.W. Murneau fue una reversión desde el inicio porque, como es conocida la historia, el director alemán no logró conseguir los derechos de la novela Drácula de Bram Stoker y entonces lo que hizo fue mantener la estructura narrativa con variaciones ligeras del relato original. La transposición indirecta -por no decir plagio- de Murnau tuvo un éxito enorme, al punto de convertirse en un clásico del terror y de un período particular como lo fue el Expresionismo alemán, de esta forma el primer Drácula de Universal quedó a la misma altura de importancia, incluso para algunos resulta más trascendente.
Robert Eggers ya presenta rasgos particulares después de tres películas, quizá por ese motivo se explique la decisión de ir tras una obra inmaculada del cine, uno de esas que están un panteón especial porque Nosferatu se estudia en escuelas de cine como así también se la presenta como una opción para entender el terror. Siendo Eggers un director que abraza también las tradiciones formales del hacer cine desde el uso del fílmico y el aspecto ratio (como en El faro), además de ubicar sus historias en momentos específicos donde lo primitivo y arcaico se hace carne en sus narrativas, resulta algo extraño, al mismo tiempo, que decida rehacer una película que él podría creer perfecta. Su Nosferatu es casi una reproducción estructural de la historia de Murneau -a pesar de una duración notoriamente superior- porque los puntos nodales de situaciones y acontecimientos se repiten. El estiramiento narrativo por momentos aduce una elasticidad cuando se pretende crear un ambiente terrorífico, mientras que en otros pasajes hay un espiralamiento discursivo, por ejemplo, en la escena en la que a Thomas Hutter le comunican que debe ir a Transilvania para finiquitar el negocio inmobiliario con el Conde Orlok.
Eggers a pesar de una narración pretérita que lo influye logra imponer un trazo personal dentro de la historia, que es el de la variable pasional exacerbada a un nivel más cercano al de la melodramática Drácula de Francis Ford Coppola, sin la recarga artificial a rodillo limpio de la fotografía de Michael Ballahus, sin embargo, la conexión entre Ellen Hutter y el Conde tiene la fortaleza del vínculo contaminado e irrompible a la vez. Desde el prólogo se combina el terror puro de Eggers con esta unión demoníaca, bien entendida por el rostro de Lily-Rose Depp. Que Willem Dafoe sea el Van Helsing tiene su gracia por partida doble, primero por la capacidad de construir un personaje border que tiene el intérprete y segundo por haber pasado por la historia de Nosferatu al hacer del propio conde Orlock, pero no en una versión oficial sino en “La sombra del vampiro”, una reconstrucción muy libre de la filmación de la mítica obra de Murneau.
El primer gran triunfo de Eggers en esta expedición transpositiva es sortear la abreviatura de un relato conocido, casi como un cuento de transmisión oral, para poder remodelar narrativamente la historia original con sus propios tiempos que están bien aceitados, algo que ya se apreciaba desde La bruja. Los desperfectos están en lo inevitable, en la necesidad de recorrer los caminos ya transitados que proponen, en cierta forma, un desafío por alterar sustancialmente el relato, otra opción es la de reconstruir a modo de ejercicio técnico. El director de El faro tantea ambos territorios, hay una tentación por desdoblarse de la tradición, pero el mayor sesgo personal está en lo socavado, en lo intangible en términos de guión.
Son pocas las oportunidades para ver obras tan personales y deudoras de un cine pasado el cual aparece diluido, en tiempos actuales, es así que el Nosferatu de Eggers tiene el celofán de la raigambre propia de un clásico y -casi en un balance simétrico- se acopla la propia fisonomía de su cine. Existen grandes chances de que esta película sea un meridiano en la filmografía de un director que en sus dos primeras películas presentó una estela de novedad, y ahora con dos películas posteriores se comienza a vislumbrar un deslizamiento a universos populares o pertenecientes a historias conocidas de antemano.
(Estados Unidos, Reino Unido, Hungría, 2024)
Guion, dirección: Robert Eggers. Elenco: Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Lily-Rose Depp, Willem Dafoe, Aaron Taylor-Johnson. Producción: Chris Columbus, Eleanor Columbus, Robert Eggers, John Graham, Jeff Robinov. Duración: 132 minutos.