A Maricruz y Mitzi
Nosotros vivimos rodeados de representación
Nicolás Pereda (entrevista en el FICM, 2014)
Fauna (2020) está compuesta por escenas parecidas a ensayos teatrales. Sus protagonistas, Luisa y Paco, son una pareja de actores que visitan a la familia de ella. Cada segmento engrana una dinámica comprensible por sí sola.
La película ya desde la primera escena plantea una extrañeza: a dónde va todo esto. “Ha llegado a su destino” señala el GPS del carro donde va la pareja. Entendemos que la indicación los confunde por lo que dicen, pero todavía no vemos sus caras, solo el paisaje a través del parabrisas. Algo similar ocurrirá con Gabino, el hermano de Luisa, en la escena posterior aunque sí vemos su desconcierto en el rostro.
De esta manera se nos invita a sentir cada escena como un proceso improvisado en medio de lo cotidiano. Estos episodios absurdos se hilan con gracia. Acudimos a la práctica actoral de Luisa con su madre; Paco “improvisa una escena” por insistencia del suegro; hay un enredo para comprarle los cigarrillos al cuñado y finalmente Gabino narra una parte de un libro interpretada por el elenco.
La película ensaya así lo cotidiano de las relaciones humanas desde distintas perspectivas. Llamarlas metadiscursivas no concreta la fluidez de estos vínculos. Y podríamos cuestionarle las intenciones experimentales de estos ejercicios. Pero aquí el histrionismo y la técnica están matizadas, no son simple fascinación. Los primeros planos escasean y cuando estos resaltan las destrezas actorales, el montaje los enlaza con una falta de asombro de parte de los personajes presentes.
Parece entonces que acudimos a ejercicios desprovistos de pretensiones artísticas. ¿Cómo es esto posible si se trata de una película montada y pensada para proyectarse en salas (a pesar de tantas coyunturas) que compite en festivales como Toronto o San Sebastián? Pues los mismos elementos creativos y circunstanciales están desplazados dentro de la realidad cinematográfica.
Hay varias muestras de ello. Al final Gabino le regala a Luisa ese libro sin saber su final. Paco estuvo en la primera temporada de Narcos (2015-2017) pero sin diálogos. Y la escena improvisada frente al hermano y el padre de su novia será aún más irrepetible de lo que ya podría ser en una función teatral. El mano a mano actoral entre actriz y madre cita a Sonata de otoño (1978) de manera diluida por el efecto sonoro de ladrido al fondo. Están además en un pueblo donde no hay WiFi y hasta cuesta conseguir una mundana cajetilla de cigarrillos.
Esas líneas practicadas entre madre e hija revierten la postura de que esta solo sea una revisión de la violencia y el narcotráfico en México. Primero, esta escena reinterpreta el clásico melodrama de Bergman de una forma más doméstica. Si con el maestro sueco el vínculo madre e hija estaba casi amputado por el ego virtuoso del personaje de Ingrid Bergman, aquí el diálogo se ensaya en la cocina y es la madre quien brinda una lectura más franca de las líneas. Ya en una escena previa, la aparición maternal es la que brinda el primer dinamismo de la cámara..
Al mismo tiempo, Pereda ejercita la universalidad reinterpretando al autor. Allá el foco eran los rostros de las actrices articulando su dolor en primeros planos. Aquí el encuadre le da más aire a las intérpretes, la representación está evidenciada y así la fragilidad de los rostros, más iluminados, halla complicidad. Bergman era implacable con el divismo de ambas mujeres. En cambio, Nicolás ejercita a través de la representación el juego latente en cada vínculo humano.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2020 | @EElechiguerra
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.
(Mexico, Canada, 2020)
Dirección: Nicolás Pereda. Elenco: Gabino Rodríguez, Luisa Pardo, Francisco Barreiro, Teresa Sánchez, José Rodriguez López. Producción: Nicolás Pereda. Duración: 70 minutos.
