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CRÍTICAS - CINE

Silencio (Silence)

(Estados Unidos / Taiwan / México, 2016)

Dirección: Martin Scorsese. Guión: Jay Cocks, Kenneth Lonergan y Steven Zaillian, basado en la novela de Shūsaku Endō. Elenco: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Tadanobu Asano, Ciarán Hinds. Producción: Paul Breuls, Vittorio Cecchi Gori, Barbara De Fina, Randall Emmett, George Furla, Emma Tillinger Koskoff, Irwin Winkler. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 161 minutos.

Apóstatas

A esta altura es indiscutible que el realizador norteamericano Martin Scorsese –La Invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011)-, además de tomar riesgos, tiene como premisa combinar su pasión por el rescate y la difusión de films poco conocidos en Estados Unidos a un público actual con la dirección, una profesión en la que se destaca como un artesano en la puesta en escena de dramas en los que los grandes conflictos de las relaciones humanas cobran forma a través de las instituciones actuales.

Silencio (Silence, 2016) es la remake del film homónimo japonés, Chinmoku (1971), la obra maestra de Masahiro Shinoda, basado en la extraordinaria novela publicada en 1966 por el escritor nipón, Shûsaku Endô, uno de los más refinados exponentes de la literatura japonesa de posguerra, que participó junto a Shinoda en la adaptación de la historia al cine.

El film de Scorsese se centra en la llegada de dos sacerdotes jesuitas de La Compañía de Jesús a las aldeas alrededor de Nagasaki, en el suroeste de Japón, tras las persecuciones contra los creyentes cristianos producto de los levantamientos de Shimabara por el aumento de los impuestos a los campesinos por parte del señor feudal durante el periodo del shogunato Tokugawa, en el Siglo XVII.

En este contexto de persecución, dos curas jesuitas portugueses, Rodrígues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) arriban a Japón para buscar a su antiguo mentor, Ferreira (Liam Neeson), desaparecido en medio de las purgas, a través de Macao, con la ayuda de un atormentado pescador alcohólico, Kichijiro (Yôsuke Kubozuka). Allí los campesinos los reciben con grandes esperanzas que superan las expectativas de los jóvenes sacerdotes idealistas, pero los inquisidores feudales no tardarán en descubrir que los misioneros están predicando nuevamente en la isla.

Scorsese regresa con un homenaje cinematográfico que cobra valor propio gracias a escenas realmente estremecedoras y de gran belleza, en un film que plantea la cuestión del nacionalismo, la colonización y las misiones religiosas desde un punto de vista crítico y analítico que desglosa los discursos para contrastarlos con las ideas y la fuerza en una lucha ideológica encarnizada entre la tradición budista, sostenida por el orden Shogun, y la fe católica jesuítica, representada en la brutal historia del calvario de Jesús.

Con gran delicadeza, el director de fotografía Rodrigo Prieto (Argo, 2012) trabaja cada escena de forma umbría y elegiaca para transmitir la distancia cultural, la aflicción y la desesperación ante la persecución y el tomento ante la tortura física y psicológica. Las actuaciones son extraordinarias, al igual que la adaptación de la obra de Endô y Shinoda por parte de Jay Cocks –Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002)-, Kenneth Lonergan –Manchester Frente al Mar (Manchester by the Sea, 2016)- y Steven Zaillian (Moneyball, 2011), que demuestran un gran talento al respetar la obra original a nivel discursivo y artístico, pero agregando maravillosas sutilezas y detalles tan magníficos como perturbadores.

El film se destaca por su sobriedad estética y su narración parca y mesurada, que busca en los detalles de la imagen y las profundas argumentaciones de los discursos la construcción de un sentido dialéctico entre lo espiritual y lo material, creando así una obra de gran complejidad que modera la intensidad de su interpelación de acuerdo a la necesidad artística para crear escenas de gran trascendencia y valor estético, lo que demuestra una vez más que Martin Scorsese es uno de los grandes artistas de nuestra época.

calificacion_5

 

 

Martín Chiavarino

 

La parábola de la fe

Silencio (Silence, 2016) es una transposición del libro homónimo de Shûsaku Endô, el cual ya tuvo una primera versión cinematográfica en 1971, dirigida por Masahiro Shinoda. Luego de El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), Martin Scorsese decide concretar uno de sus proyectos más postergados: una nueva versión del libro de Endo, sobre la proscripción del cristianismo en el Japón del siglo XVII por parte del shogun Lemitsu. Dos misioneros católicos, los padres Garupe (Andrew Garfield) y Rodrigues (Adam Driver), a pesar de esta prohibición, deciden emprender un viaje a tierras japonesas para localizar a su mentor: el padre Ferreira (Liam Neeson), de quien no se tienen noticias desde hace un largo tiempo. El riesgo de una condena a muerte es más que probable, indirectamente proporcional a la posibilidad de lograr con éxito el objetivo.

La comparación con La Última Tentación de Cristo (The Last Tentation of Christ, 1986) resulta inevitable por la línea temática que atraviesa a ambas películas. Sin embargo, la diferencia parte de la mirada de Scorsese. En la primera película, la crítica parte desde un punto de vista teológico sobre la condición divina de Jesucristo, una preocupación que se asienta en primer plano bajo el paño de una reflexión ensalsada en lo bizarro y el mal gusto. El libro de Endo no es el de Nicholas Kazantzakis (el escritor del libro sobre el que se basó La Última Tentación de Cristo), la doble sustancia de Cristo y la provocación se sustituyen por la fe estudiada, cuestionada, pisoteada y hasta dudada en hombres que la poseen (a priori) y tiene como único fin en este mundo propagarla, tal es el caso de estos dos misioneros portugueses. La parábola de la fe cruza, en este relato, la frontera de la humillación de los hombres embebidos en un fanatismo que posee poco y nada de material en esa creencia ciega, la cual paradójicamente sale de la agonía ante la llegada de Garupe y Rodrigues, quienes no tienen nada que ofrecer, más que palabras y esperanzas en el aire a los pobres aldeanos japoneses… y cristianos.

En cierta manera, Silencio es un enderezamiento de lo que fue su acercamiento más profundo y directo a sus preocupaciones religiosas, hace unas tres décadas, porque su posicionamiento respecto del tema es más blanco, ya que el enfoque sobre la fortaleza de la fe no posee capas que la opaquen. Así es que la película, en definitiva, prioriza la estructura del cuestionamiento de la fe en la primera mitad y el drama existencial del padre Garupe en la segunda; un abordaje denso en lo dialogal que no alcanza a descansar en la estrategia visual del fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto, la que en la primera mitad embellecen esos planos generales gracias a un particular uso del color y los puntos de fuga en ciertos espacios inconmensurables del cielo y el mar. Scorsese vuelve a trastabillar, en otro intento por volcar sus intereses religiosos en una empresa que pone casi todos sus esfuerzos en la densidad de sus diálogos y muy poco en la estructuras narrativas. Vidas al Límite (Bringing Out the Dead, 1999) continúa siendo la mejor película de este director en la que trabaja estas ideas críticas sobre el cristianismo, las cuales están en un segundo plano, porque utiliza operaciones de producción de sentido, en términos visuales y narrativos, elaboradas con mucha mayor astucia. Probablemente la causa de ello esté en el nombre que aparece como guionista: Paul Schrader.

calificacion_3

 

 

José Tripodero | jtripodero

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