(Estados Unidos, 2016)
Dirección: David MacKenzie. Guión: Taylor Sheridan. Elenco: Chris Pine, Ben Foster, Jeff Bridges, Gil Birmingham. Producción: Peter Berg, Carla Hacken, Sidney Kimmel, Julie Yorn. Distribuidora: Energía. Duración: 102 minutos.
Las grandes planicies
Así como los antropólogos toman una distancia epistemológica sobre su objeto de estudio, el realizador escocés David MacKenzie (Starred up, 2013) logra encontrar el tono perfecto para analizar la idiosincrasia norteamericana en todo su esplendor en su último film, Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016). La historia del guionista estadounidense Taylor Sheridan (Sicario, 2015) se centra en una intriga delictiva producto de la recesión económica y la crisis social en el estado de Texas, uno de los estados más retrógrados de los Estados Unidos.
Dos hermanos comienzan un itinerario de robos bancarios para saldar una deuda contraída por la madre, que acaba de morir hace unas semanas. Para no perder la granja de la familia a manos de la empresa Chevron, que ha descubierto petróleo en sus tierras, Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster), que salió de la cárcel hace poco, desarrollan un plan para crear un fideicomiso tras pagar la deuda con el dinero robado y dejarle así un legado a los hijos de Toby para que no repitan los pasos de su padre.
El oficial Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y su compañero, Alberto Parker (Gil Birmingham) elucubran durante la investigación sobre los posibles motivos mientras persiguen la sombra de los delincuentes y se divierten insultándose con bromas racistas como viejos amigos y camaradas de armas.
Con algunas reminiscencias narrativas y visuales a Sin Lugar para los Débiles (No Country for Old Men, 2007) de Joel y Ethan Coen, el film de MacKenzie se adentra en la profundidad de Estados Unidos con un espíritu de denuncia para entrever la desolación, el miedo, la soledad, la ira y desesperanza en un territorio quebrado moralmente.
Al maravilloso, lóbrego y diestro guión de Sheridan, y a una dirección expresiva y aquiescente de MacKenzie, se le suma el talento intempestivo de un Jeff Bridges único, el acompañamiento extraordinario de Gil Birmingham y una gran actuación de Ben Foster y Chris Pine. La fotografía de Gill Nuttgens busca en el terreno desértico las imágenes de una sociedad a la deriva que demanda la revisión del contrato social que sustentaba la esperanza de libertad y prosperidad.
Sin Nada que Perder es un antipolicial que se burla de los Rangers de Texas, de los los ladrones de bancos, y propone una relación tensa entre dos parejas que antagonizan en sus personalidades alrededor de la taciturnidad y la extroversión descarada. La dialéctica entre estas dos relaciones compone una extraña química que combina la fraternidad de dos hermanos abusados por su padre y la amistad de dos policías con muchos años de servicio para crear una alegoría sobre la camaradería y la intimidad del aprecio fraterno.
Con un final que homenajea a Lonely are the Brave (1962), el film de David Miller escrito por Dalton Trumbo, Sin Nada que Perder entrega indefectiblemente a sus personajes a una tierra yerma para generar una metáfora tan inocua como perturbadora sobre el alicaído sueño americano y sus esquirlas. La vida se asienta en el desierto como una gota que se evapora sin valor ni posibilidad de sobrevivir en medio de un territorio hostil y así se extingue sin pena ni gloria ni nada que perder.
Martín Chiavarino
Hay un famoso dicho que reza: “Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”. Podría decirse que de esta premisa parte Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016) que acaba de ser estrenada en las salas argentinas.
Desde que la película comienza, la cámara entabla una complicidad con nosotros, los espectadores. La primera escena reconstruye el recorrido diario de una de las encargadas de un banco. Las imágenes se desplazan con fluidez para tentarnos, incluso; tentarnos a seguir observando y ser consumidos por la emoción. Después, con el desarrollo de la trama, y mientras conocemos a Tanner (Chris Pine) y a Toby (Ben Foster), caemos en cuenta de que también está siendo empleada la inteligencia en este plan, y no por llevar a cabo un robo, sino por cómo llevarlo, a quién perjudicar al final en todo esto.
Esta historia, donde los hombres están tan presentes, no exuda un machismo como sería de esperarse. Mackenzie no se intimida en mostrar el cuerpo desnudo del hombre a las puertas de su retiro en el caso de Marcus (Jeff Bridges), en contraste con la energía sexual de Toby o la calma de Tanner. Cada uno tiene su temor que lo acompaña. Y aunque los roles de las mujeres son circunstanciales, dejan en claro su valor en la trama. Tienen cierta tristeza en sus ojos, aún la camarera, quien es la más animosa.
A fin de cuentas, esta historia texana muestra todas las aristas de un robo, y no solamente desde el punto de vista de los perseguidos y los perseguidores. Tampoco olvida que todo robo viene dado por la presión que ejerce el contexto económico. No se trata de víctimas aquí, sino de personas que intentan subsistir. Todos lo intentan desde su trinchera.
Como curiosidad, la película acaba de ser nominada a cuatro Oscars: Mejor Película, Mejor Actor de Reparto para Jeff Bridges, Mejor Guión Original para Taylor Sheridan y una muy merecida para Mejor Edición. Es improbable que gane en alguna de estas categorías, pero son nominaciones donde la película adquiere valor. Los giros de la trama son contados con precisión y el elenco, encabezado por Bridges, se amalgama con naturalidad.
Eduardo Elechiguerra Rodríguez | @EElechiguerra