Soleada es la ópera prima de la directora cordobesa Gabriela Trettel, donde se cuenta la historia de Adriana, una mujer quien pareciera tenerlo todo para ser feliz: un marido, dos hijos, una casa situada en las sierras de Córdoba. Ahora bien, existe una pregunta que nos llega desde la gráfica del film: ¿Qué te falta cuando no te falta nada? Y así una simple pregunta dispara no solo innumerables respuestas, sino también una crisis, un vacío personal, una sensación de angustia que pareciera hacer un pase mágico entre las letras del título y convertir esa palabra en soledad.
El argumento inicia con la familia yendo de vacaciones de verano a su nueva casa; el primer plano que nos regala la pantalla habla de eso, de un viaje, de un camino por recorrer, en parte externo, y en mayor parte, interno, de la protagonista y sus sentires.
Al pasar los días, la familia se va acomodando a su nuevo hogar, al pueblo, a nuevas costumbres, hasta que un cambio en la rutina obliga al marido a volverse a Buenos Aires. Allí comienza entonces la historia en sí.
Hay al principio algún dejo de fastidio o molestia en Adriana, por quedarse en esa nueva casa sin su marido. Sin embargo, a medida que pasan los días, todo va tomando su curso, y es en esa soledad de la que hablábamos antes donde Adriana encuentra un tipo de paz, de calma, de sensación de bienestar con ella misma que irá creciendo.
Finalmente, la vuelta de su marido, quien uno espera llene de felicidad a la familia, produce un quiebre en la logística interna del clan, ejemplificado metafóricamente con la rotura de un vidrio que toda la película es nombrado, y una vez que llega, que se hace presente, se rompe en mil pedazos, como la protagonista. Luego de eso podrá repararse, pero nunca más volverá a ser la misma.
Muchos pequeños grandes detalles hacen de Soleada una buena película: la sutileza, la mano delicada dirigiendo lo que se quiere contar y cómo se lo quiere contar. Su directora está presente, se la siente en los planos, en las sombras que dan la pausa en el relato. Un acierto destacado está en la dirección de fotografía de Hugo Colace. Es opinión personal de quien escribe, la sensación que al cine argentino siempre le queda algo por mejorar en cuanto a este rubro, algún tipo de visión plana o chata; nada de eso sucede aquí, hay una estética cuidada, marcada, que se aprecia y se agradece visualmente.
En trabajo a dúo con Gabriela Aguirre, la calidad actoral crece desde los actores secundarios, y encuentra su punto álgido en la genialidad y versatilidad de Laura Ortiz, una gema entre tanta cara repetida de gestos similares. Laura impone, propone desde sus gestos todo el mundo interior que batalla dentro de ella, a través de su mirada conocemos aquello que la hace feliz, y sobre todo, lo angustiante que puede ser una realidad que, según los cánones de la sociedad, no debería serlo. Se logra una empatía desde su trabajo actoral, que fluye y crece en cada momento, y al llegar a los últimos minutos de película, merece aplauso sostenido por todo aquello que nos brinda.
Acompañan impecable el resto de los personajes logrados de cada integrante de la familia, y nos damos el lujo de escuchar en escena a Raly Barrionuevo, con una versión soñada de “Luna cautiva”. El autor y cantante es también responsable de “Hoy”, la banda sonora de Soleada.
De índole completamente subjetivo y personal, el clima logrado se asemeja a otra excelente película de climas y momentos como Los Puentes de Madison, de Clint Eastwood, compartiendo sintonía en dos mujeres que parecen tenerlo todo (el combo perfecto de familia y casa), y sin embargo, en su intimidad, sienten ese silencio que grita desde muy adentro, ese pedido por un cambio, un pedido de auxilio, de algo o alguien que las rescate de la soledad compartida, porque nada quema más que estar solo estando en compañía.
Los finales de ambas películas son dispares, quizás si Soleada durara algunos minutos más tendrían alguna que otra semejanza más, pero los puntos fuertes son los que comparten: historias bien contadas, de gente sencilla con sentimientos complejos.
Un placer la experiencia de esta primera película de Gabriela Trettel, y un pedido repetido de la continuidad de buenas películas nacionales en nuestras salas. La ecuación permanencia en cartel + calidad cinematográfica siempre termina dando negativa para nuestro querido cine nacional.
Mary Putrueli