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DOSSIER

True Detective: Verdaderos Inquisidores

La serie True Detective, del guionista Nic Pizzolatto y el director Cary Joji Fukunaga, es una obra maestra. Una verdadera máquina de política, conceptos, enseñanzas, mitos y cine. Analizaremos la historia y puesta de esta serie desde distintos puntos de vista, tratando de sacar a la superficie su sentido final, aquel que la pone como una obra de arte orgullosamente católica.

Atención, todo el siguiente texto está plagado de SPOILERS. Leer a conciencia.

Primera parte: Cine y televisión

Ya desde el primer capítulo nos enteramos que Rust, nuestro protagonista principal, no mira la televisión, cosa que le hace desconocer quién es el invisible pero siempre presente Eddie Tuttle, senador con ambiciones de gobernador. Esta referencia a la televisión es muy interesante, más aún cuando reflexionamos que el medio para el que está pensada originalmente nuestra serie es ese.

Antes que nada marquemos la ironía sobre Eddie: se lo debe conocer más por sus apariciones mediáticas que por otra cosa. Y encima todos lo nombran por su nombre de pila, esa falsa ilusión de cercanía que los medios con insistencia saben vendernos. En el capítulo final Rust escucha desde su habitación en el hospital como los medios y la justicia cubren al senador Tuttle, por lo que decide apagar su televisor. Prefiere quedarse mirando por la ventana, a la noche y las estrellas. Poco después Rust y Martin se encuentran tomando aire a las afueras del edificio. Luego de la catarsis final del protagonista, Martin le recuerda a Rust que una vez le contó que cuando era niño miraba las estrellas para contarse historias. Rust confirma que así era, hasta los 17 años no tuvo televisión, no había mucho más por hacer, salvo inventar historias, explorar… (vivir, en otras palabras).

Señalemos primero lo más evidente: dos estrellas del firmamento cinematográfico actual se desplazaron de la gran pantalla a la pequeña para contarnos una verdadera historia. Pero por sobretodo, con este momento, se nos señala toda una postura sobre el medio. True Detective utiliza el medio de la televisión pero no para hacer concursos idiotas, sitcoms que giran alrededor del mismo chiste por diez años, noticieros que actúan como centros de campaña o extorsión. True Detective utiliza la televisión para recrear míticamente la lucha eterna, esa que hasta hace un tiempo tan solo resguardaba el cine.

True Detective es cine que se pasa por televisión, cosa que desde hace varios años viene sucediendo, escapando el cine a otro medio frente al infantilismo que las corporaciones quieren imponerle. Rust desprecia la televisión convencional y por eso estamos ante otra cosa, algo que nos recuerda, finalmente a Hawks y esas amistades masculinas que se descubren eternas. Frente a algo así ahora se entiende bien el motivo para que el senador Eddie Tuttle se mantenga fuera de campo: el cine no es el terreno del diablo.

 

Segunda parte: La cruz

True Detective desde su secuencia de títulos nos muestra -aunque más apropiado sería decir nos “enseña” porque esto tiene una utilidad enorme-, una gran variedad de formas en que la cruz puede ser representada.

Recordemos primero que para que un símbolo sea tal primero debe estar entramado en la lógica de la trama, sino sería una burda alegoría. Los creadores de la serie utilizan el paisaje donde su historia ocurre (el paraje gótico de Louisiana) para configurar de distintas maneras la forma de la cruz. Hablamos de las autopistas, los palos de luz, las miras telescópicas, las manijas de las cañerías, los cruces de los tubos de luz, la combinación del horizonte con las chimeneas de las fábricas.

Esta recurrencia de la cruz no es casual, por supuesto. En True Detective, como se dice en su capítulo final, todo se trata de la lucha entre la luz y la oscuridad. Las estrellas y la noche. El nihilismo y el cristianismo (expresamente en forma católica). La cruz y los símbolos del mal (la espiral, la osamenta, la máscara animal). Si en el capítulo final se nos expresa cabalmente esta lucha, es desde el mismísimo inicio de la serie, con su secuencia de títulos, donde esta contienda aguardaba por ser aceptada.

 

Tercera parte: Lo católico

¿Por qué True Detective es una serie católica? Mencionemos primero un fuera de campo que no es necesariamente indiscutible pero al menos nos da algunas pistas. El creador de la serie, Nic Pizzolatto, de obvio origen italiano, fue criado en una familia católica, como De Palma, Scorsese y Coppola (el maestro Faretta siempre nos señala que para aprender de cine clásico hay que saber leer los apellidos en los títulos de los films, una amplia galería de origen judío y católico).

Sabemos que el paso de nuestro detective Rust va del nihilismo (que es anticristiano) a una conversión total gracias a una epifanía de lo sagrado. Frente al mal, luego de sacrificarse, ve algo más, algo en la oscuridad, algo que no puede explicar racionalmente, pero si sentir y comprender. Luego de esta conversión nos encontramos con la imagen de Rust en el hospital, en plena concordancia con la iconografía cristiana del Jesús Misericordioso (en la noche, trayendo luz, de manto blanco, pelo largo suelto y una sombra a modo de Sagrado Corazón).

La conversión cristiana de Rust solo pudo efectuarse a partir del sacrificio. Cuando se enfrenta a su adversario sufre una herida en el costado, como Jesús, y es a partir de este padecimiento que se puede iluminar para atacar al mal en su única vulnerabilidad: su falsa realeza. Al Rey Amarillo sólo se lo puede derrotar venciéndolo en su cabeza, volcando su corona, expulsándolo del reinado del mundo, poniendo en su lugar al verdadero Rey. Toda la serie puede ser leída desde la majestad de las coronas, desde la falsedad de las osamentas diabólicas hasta las elevadas y verdaderas, que solo las almas inocentes contemplan en lo alto de un árbol.

El valor de True Detective, su más alto gesto de polémica, es hacerse cargo de la tradición católica en un país (¿solo un país?) donde la Iglesia se ha convertido y reducido aparentemente en una organización que tan solo comete y cubre crímenes sexuales contra niños. Negar que estos hechos sucedieron sería inmoral, pero también lo es condenar a toda una Iglesia por la maldad de algunos de sus miembros, por muy altos y poderosos que sean. Esto mismo lo dejó muy en claro el mismísimo Papa Francisco cuando hace poco salió a defender a sus curas de tan terrible estigmatización. En un país como Estados Unidos, donde el verdadero poder se concentra en las iglesias protestantes, en gran parte verdaderas sectas siniestras, poner el tema de la pederastia fuera de lo católico es tan incómodo como valeroso. El mal puede aparecer en cualquier organización de lo sagrado, con evidente razón. Pero el mal es, por sobre todo, la separación: del cristianismo en su reforma, de los fieles y la confianza en sus iglesias, del hombre y su ansía por trascendencia. En esta separación el mal encuentra su espacio y poder.

¿Pero por qué True Detective sería una serie católica y no solo cristiana? ¿Por qué esta diferencia cuando en todo este mundo protestante casi una nula aparición de lo católico hemos tenido? Por los nombres. En ese detalle está la clave. Cuando el Rey Amarillo (que es el demonio sin más) se enfrenta a nuestro héroe, no lo llama ni detective, ni ministro, ni pastor. Lo llama Sacerdote. Pequeño Sacerdote. Sacerdotito. En esta burla se cifra la comprensión de que ha aparecido su único oponente. Rust es un gran detective. En otra época hubiera sido un gran Inquisidor.

Luego que nuestro héroe Rust, ya convertido en todo un Inquisidor frente a los demonios del mundo, se recupera en el hospital Lafayette, sale una noche con su amigo Martin a contemplar las estrellas. Una vez reconocida la lucha entre la oscuridad y la luz, Rust decide que es hora de marcharse, es hora de partir del lugar.

Lo crístico vuelve a presentarse en esta escena: Rust, herido, vestido con su “toga”, carga una cruz invisible con los males del mundo y es su amigo quién lo ayuda a sostenerse en pie, como un nuevo Cirineo.

A las espaldas de Rust podemos contemplar la cruz del hospital. Esta cruz, como las que ya vimos en la secuencia de títulos, simboliza a la otra Cruz, la verdadera. Recordemos: el camino para la simbolización solo es posible con los elementos del mismo mundo donde la acción ocurre, sin forzamientos, con la inteligencia de la sutileza.

En ese sentido el dialogo final entre los personajes vuelve a ser una lección de operar simbólico, y por ende político. Toda nuestra lectura, sobre la preferencia de una cristianismo católico frente a uno reformista, se da en un dialogo en apariencia inocente entre los dos personajes. Un buen guionista aprovecha la naturalidad de un dialogo para contar “algo más”. Ese algo más solo será posible y fructífero si está dicho entre líneas, sin subrayados, con la esperanza de una lectura que aguarda su momento.

Recordemos que nuestros personajes están en pleno vía crucis. Salieron del lugar de descanso y decidieron salir al mundo y cargar con sus males. En este andar Rust le dice a Martin:


– He pasado bastante tiempo de mi maldita vida en los hospitales.

Aquí está hablando de esa enfermedad que los filósofos reconocen como nihilismo, y de la cual se ha salvado por el cristianismo. Pero no cualquiera, sino el que se presenta en su forma católica. Martin le responde, resignado:

– ¡Jesús! ¿Sabes qué? Yo protestaría, pero se me ocurre que eres imposible de matar.


En una serie que indaga tanto entre las formas del cristianismo, en la separación diabólica que la reforma ha logrado, en que la figura del Inquisidor sacerdote vuelve a ser puesta como la única capaz de enfrentarse al mal, esta aceptación ante el hijo de Dios de lo vano de la PROTESTA se convierte en el broche de oro para la posición religiosa desde donde la serie debe ser comprendida.

Cuarta parte: Lo fantástico

Como ya bien señaló el maestro Ángel Faretta, las menciones en la serie al El Rey Amarillo y Carcosa no son casuales. Ambos responden a textos esenciales de la literatura fantástica americana. El Rey Amarillo es una figura recurrente del escritor Robert William Chambers y Carcosa una ciudad ficticia del relato “Un habitante de Carcosa” de Ambrose Bierce. Pero lejos de ser meras citas estos nombres nos ponen en la pista sobre el verdadero trasfondo de la serie. True detective no es un policial. Ni tampoco es un melodrama o un relato fantástico. Como también señala Faretta este es un relato “Criminal-melodrama-fantástico” en su estudio sobre el thriller, donde pone de ejemplos films como Kiss Me Deadly y Nightmare Alley.

Nic Pizzolatto, creador de la serie, fue muy listo al decir que en su historia no habría elementos sobrenaturales. Esta misma declaración es lo que pone al relato en la corriente fantástica. Recordemos que en lo fantástico, que es opuesto tanto al realismo naturalista como a lo maravilloso, lo sobrenatural no es una certeza, sino una posibilidad, contrastada del otro lado por una explicación lógica y racional. Esa incertidumbre es su materia prima, la esencia del miedo que provoca. Veamos un ejemplo. En El Exorcista, el padre Karras está quebrado porque por un lado, como cura, comprende la presencia del demonio, pero como psiquiatra encuentra a todo una respuesta médica. La duda ante los fenómenos que ocurren es el máximo ataque que logra lo fantástico ante nuestra seguridad racional. Haciendo temblar nuestras certezas nos prepara para percibir “lo otro”.

Los elementos fantásticos en True Detective son varios. Enumeremos algunos y veamos cómo funcionan en el doble paradigma de lo fantástico. ¿Rust sufre un desorden mental o realmente ve fantasmas al lado de la ruta y llega a contemplar el majestuoso orden celestial (o demoníaco) que reina en el espacio? ¿Errol Childress tiene una voz omnipotente que aparece donde él lo desee o solo se trata de un truco acústico de su guarida final? ¿Reginald Ladoux es un hombre o un monstruo? ¿Qué los diferenciaría en cualquier caso? ¿Es casualidad que las niñas coloquen a las muñecas en la misma posición que ocurren los crímenes? ¿Tiene tan mala puntería Martin que con varios tiros de frente no puede detener a Errol o acaso él no está en condiciones espirituales de enfrentarse con un demonio? ¿Es la cruz que cuelga del cuarto de Rust una idea racional como él cree o un símbolo anticipatorio de sacrificio y salvación? ¿El ama de llaves de la familia Tuttle está demente o tuvo un contacto tan cercano con el Mal que quedó detenida en esa presencia?

Lo que nos lleva a otro de los puntos esenciales alrededor de la cuestión fantástica. Sabemos que el mal hasta hacer su aparición primero debe contaminar la zona que va a conquistar. En los guiones de terror esto sucede hasta el punto medio, cuando finalmente hace presencia con toda su potencia. Volvamos otra vez a El Exorcista. En ese film tenemos en su primera parte la dudosa presencia de ratas, los movimientos de la cama, el frío constante en las habitaciones. Hasta que finalmente Regan habla con otra voz, mueve muebles a voluntad y logra girar su cabeza 180 grados (¿la hace girar o es una ilusión de su madre luego de recibir tremendo golpe en la cabeza?). De lo que estamos seguros es que el mal, médico o demoníaco, ya se ha hecho presente por completo. En True Detective, esta contaminación del mal es constante. La tenemos en los paisajes de ruina, la fotografía fantasmagórica, la violencia constante en cada relación humana, la nada casual cantidad de personajes enfermos (¿se dieron cuenta del estado deplorable de los cuerpos y las cabezas? ¿La recurrencia constante a hospitales, drogas, internaciones y desahuciamientos?). Según palabras de Errol Childress, él estaba cada vez más cerca de su propósito final, de lograr ese viaje que tanto esperaba. ¿Será acaso que Rust detuvo a tiempo una contaminación que estaba a punto de convertirse en presencia completa? ¿Qué será eso que se avecinaba, eso que venía a tomar nuestro mundo luego de tanto ritual invocatorio en el que nosotros no éramos más que víctimas de pasaje y sacrificio? Aquí volvemos a El Rey Amarillo y Carcosa. Tanto Chambers como Bierce fueron los maestros de Howard Phillips Lovecraft, el creador de esas geniales historias donde suele haber un héroe descreído, la llegada a un sitio contaminado, un ritual oculto detrás de una fachada decente, la puerta que se abre para el ingreso de un mal inmemorial, y, en ocasiones, un salvataje a último momento. Pero temporario, claro. Tanto Lovecraft, como Rust, saben que aunque se los pueda detener ellos siempre estarán ahí afuera, aguardando por la llegada de su Tiempo.

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