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CRÍTICAS - CINE

Un Dios Salvaje, según Tomás Maito

Discusiones cinematográficamente teatrales

En un principio de posible cine teatral, no solo se trata de llevar la obra de un escenario por delante de las cámaras, ya que sería un error expresar que una película de estas características es únicamente una representación registrada por ciertos dispositivos.

Cuando se adapta una pieza teatral al cine es común que se trasladen determinados tópicos del teatro, ya sean el espacio, el tiempo y reducido reparto: los pocos escenarios, el dinamismo a la hora de resolver la acción dramática y el apocopado conjunto actoral son factores comunes que parten del escenario a una experiencia fílmica. Pero a partir de la transposición, se tienen que resolver ciertas situaciones debido al cambio de medio; el vivo, la catarsis o la improvisación son reemplazados por los movimientos de cámara y la ejecución de distintos tipos de planos propios de las características del nuevo dispositivo que focaliza el paso de la obra fuente a la meta.

El Ángel Exterminador de Luis Buñuel, Marat/Sade de Peter Weiss o Tape de Richard Linklater son destacados ejemplos de cómo esto se fue desarrollando en la historia del cine; hoy en día con Un Dios Salvaje de Roman Polanski, una nueva obra teatral sufre las mismas consecuencias.

En este nuevo film, adaptado de la obra de Yasmina Reza, se narra el encuentro de dos matrimonios. Alan (Christoph Waltz) y Nancy (Kate Winslet) visitan el departamento de Michael (John C. Reilly) y Penelope (Jodie Foster) para discutir acerca del porqué el hijo de los primeros golpeó al de los segundos.

Un Dios Salvaje se desarrolla casi por completo en un solo escenario: el departamento de la familia del niño agredido, y más precisamente en el living de éste. Entre los cuatro actores provocan un deleitoso duelo actoral, que en un principio abarca el tema inicial que enfrenta a una pareja contra la otra, para culminar con el intercambio de temas morales, existenciales y hasta de género, ya que la confrontación no solo pasa a ser de un matrimonio contra otro o de cada uno de sus componentes en sí, sino que abarca una constante discusión entre los espectros masculinos frente a los femeninos.

Polanski propone una sarcástica y satírica representación de la sociedad actual de clase media alta burlándose de cada ridícula ampulosidad que esta presenta. El film expone un guión dinámico lleno de brillantes diálogos que hacen que el ritmo de la narración sea constante y abarcado lucidamente por el cuarteto protagonista. Cada escena esta delicadamente moldeada en función de las acciones, siendo que cada plano complementa al anterior para procurar continuidad en el relato.

Con La Muerte y la Doncella de 1994, Polanski ya había llevado al cine una obra teatral y demostrado como se puede conjugar esta clase de film de una manera sumamente eficiente; con Un Dios Salvaje no solo ratifica esto, sino que concreta una película atrapante y destacada en el período de madurez del consagrado realizador de El Bebé de Rosemary y Barrio Chino.

 

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