(Estados Unidos, 2014)
Dirección: Craig Gillespie. Guión: Thomas McCarthy. Elenco: Jon Hamm, Suraj Sharma, Madhur Mittal, Alan Arkin, Lake Bell, Bill Paxton, Gregory Alan Williams. Producción: Mark Ciardi, Gordon Gray y Joe Roth. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 124 minutos.
Los brazos de las corporaciones.
Las leyes económicas del capitalismo conducen a una reducción de los márgenes de ganancia al interior de los distintos mercados. Los monopolios acumulan ganancias invirtiendo en activos que se sometan a sus lineamientos de seguridad mientras que los pequeños emprendedores quedan con la misión de expandir el mercado e innovar sin ayuda, fracasando en la mayoría de los casos pero generando una pequeña brecha en muy pocas ocasiones. Esta alianza económica permite el sometimiento total de los mercados nacionales a las corporaciones multinacionales mientras que a través de la publicidad y el marketing la pesadilla capitalista es vendida como sueño americano.
El deporte es una gran inversión dentro del capitalismo, ya que el público se compenetra con el deporte, sintiéndolo, de manera tal que lo económico pasa a un segundo plano en el imaginario individual y social, y la posibilidad de generar ganancias a través de venta de entradas, el merchandising y los derechos televisivos y publicidades produce un negocio muy rentable a corto y largo plazo. Las enormes ganancias generan un gran desequilibrio, ya que trabajadores con salarios mínimos pagan por ver jugadores millonarios y compran productos de empresas con grandes dividendos a otros trabajadores mal pagados en una espiral de pobreza que solo beneficia a las corporaciones.
Un Golpe de Talento (Million Dollar Arm, 2014) es una fabula deportiva sobre los manejos empresariales dentro del deporte en Estados Unidos. Basada en una historia real sobre unos deportistas de la India que ahora juegan en las ligas de beisbol norteamericanas, el film relata la búsqueda de talentos de un representante independiente, JB (Jon Hamm). Mirando la televisión después de un fracaso comercial, la idea de reconvertir a jugadores de cricket de India en jugadores de beisbol mediante un concurso de talentos surge en la mente de JB como la única posibilidad de mantenerse a flote tras la caída de su principal prospecto contractual. De esta manera comienza la búsqueda de inversores para su inesperado concurso.
El viaje a la India es un éxito y dos jóvenes de clase media son llevados a Estados Unidos para comenzar un entrenamiento intensivo con el fin de presentarlos a los reclutadores de los equipos. Con un gran elenco, en el que se destacan las actuaciones secundarias de Alan Arkin y Bill Paxton y un guión entretenido y cálido, el film conduce al espectador a través de la adaptación de Rinku y Dinesh a la cultura norteamericana de la chatarra y la opulencia y al nuevo deporte con sus reglas y habilidades.
La película ofrece una visión sobre el deporte como un negocio dejando entrever que no todo es inocente, pero no indaga en sus contradicciones ni en sus negociados, poniendo el énfasis en el factor humano y no en el deporte como negocio. Esta visión, a la vez que ofrece un enfoque humano, intenta limpiar la imagen de un deporte marcado por la especulación financiera y la concentración monetaria. La obra deja entrever la punta del iceberg pero no analiza el interesante impacto sociocultural del proyecto de imponer a mediano plazo el beisbol en un país que adoptó el deporte de la clase alta de la metrópoli imperial como deporte nacional, en una paradoja de un país cuya independencia fue un ejemplo de cambio pacífico y ahora es una nación emergente de dudosa independencia política y económica.
Por Martín Chiavarino
Un Golpe de Talento es una historia real. Esto tiene que quedar bien clarito. Disney quiere que quede bien claro; porque este cuento de hadas medio nabo no es un invento de una mente creativa sobre la tierra de las oportunidades. No. Esto es más progre. Es una historia real de un genio del marketing que ideó un reality para llevar a dos chicos de la India a jugar al baseball a los Estados Unidos. El genio es JB (Jon Hamm), un agente de deportistas que ante la imposibilidad de conseguir estrellas para su empresa idea el programa de TV y se la juega por dos pibes que nunca en su vida jugaron al baseball.
McCarthy y Gillespie, caras visibles de esta producción Disney, en unos lapsos bastante largos de esta especie de biopic (no sport movie, por desgracia) se olvidan del baseball, del cricket y de los indios para meternos en la cabeza como sea que la familia es lo más importante de la vida. Y JB es un soltero que está con una modelo diferente cada día y que formar una familia lo tiene sin cuidado. Oh pobre JB, qué infeliz, nos dicen una y otra vez los nuevos muchachos de Disney. Ellos o Disney o los productores o quien sea que tenga injerencia y deseos de transmitir tal subnormalidad constantemente durante las largas dos horas.
Y toda esta boludez de este subtexto, que de tan arriba molesta la superficie de una trama que pintaba bien, destruye todo. Porque no importa si la historia es real o si la pareja de beisbolistas indios hicieron las pavadas que hacen acá o no, importa la ficción, importa la trama, cómo nos cuentan este cuento de hadas real o irreal. Este neoclasicismo grasa y conservador tan común hoy en día nos tiene que brindar, al menos cada tanto, una buena trama bien narrada; y acá no hay nada mínimamente adulto en la manera en cómo nos lo cuentan, sólo queda la berretada de querer transformar a JB en un feliz hombre de familia hecho y derecho a toda costa. Y su viaje del espíritu donde de un día para el otro deja de importarle la guita y se transforma en un tipo considerado y familiero.
Y la película, en definitiva, es más un homenaje al pseudofilántropo JB que a los dos deportistas indios. Le hubieran puesto “El Gran JB”, compañeros, y nos ahorrábamos el caretaje. Paradójico que rompan tanto las pelotas con lo de la historia real si después no nos van a mostrar nada verdadero para el alma. Puro artificio del peor. Porque no hay verdad en ningún lado, pero eso sí, todo pasó. ¿Y? Nos hubieran mentido un poco.
Por Ernesto Gerez