OBSESIÓN, DISCIPLINA Y EMPATÍA
Una mirada sobre “Fuego contra fuego” de Michael Mann
La semana pasada se estrenó Ferrari, lo nuevo del realizador Michael Mann, y fiel a su estilo, es una historia sobre la obsesión como motor de la perfección profesional y en detrimento de su vida personal. Dicho esto, no pude evitar sentir lo mucho en común que tiene Enzo Ferrari (o por lo menos el retratado por el guion de Troy Kennedy Martin) con Vincent Hanna y Neil McCauley, los protagonistas de Fuego contra fuego.
Fuego contra fuego no es una película de tres horas por capricho. Necesita de esas tres horas para explorar los arcos de los dos personajes por igual. Analizar la estructura de guion de Fuego contra fuego requiere pensarla desde el punto de vista de ambos personajes, también porque ambos arcos tienen sus propias subtramas.
Podemos decir por un lado que el arco de McCauley (Robert De Niro) tiene como Historia A, o trama principal, el planear y ejecutar el asalto que ocurre cercano al cierre del segundo acto, donde su antagonista es Hanna (Al Pacino). Luego tiene una Historia B que es su romance con Eady (Amy Brenneman) y una Historia C que son los cabos sueltos del asalto que abre la película que son Waingro (Kevin Gage) y Roger Van Zant (William Fichtner).
Si a Fuego contra fuego le removemos íntegramente el arco de Hanna y quedase solo el de McCauley, nos queda la historia de un hombre cuya filosofía de vida es no haber tenido ni buscar tener cabos sueltos, y son esos cabos sueltos los que impulsan su caída.
En la otra cara de esa moneda tenemos el arco de Hanna, que tiene como Historia A el atrapar a McCauley, sirviendo este último como su antagonista. Su Historia B es el progresivo deterioro de su matrimonio con Justine (Diane Venora), que queda en segundo plano a medida que avanza más la pesquisa.
Si a Fuego contra fuego le removemos el arco de McCauley y dejamos solo el de Hanna, nos queda la historia de un hombre que no se detiene ante nada para conseguir a su presa, incluso si eso le cuesta su matrimonio.
No dejar cabos sueltos y no detenerse ante nada hasta conseguir la presa. Estas son las filosofías profesionales que movilizan a estos hombres, las cuales los hacen prácticamente perfectos en lo que hacen.
Fuego contra fuego es una historia sobre la obsesión, y eso es lo que atraviesa tanto a Vincent Hanna como a Neil McCauley. Una obsesión se refleja en el detallismo que tienen ambos personajes, que va desde lo técnico a lo psicológico. Una lectura constante de los movimientos del contrincante, en la búsqueda de adelantarse a los movimientos del otro.
Dicha obsesión es la clave de porqué los dos personajes son los mejores en los que hacen y el precio que pagan por ser los mejores en lo que hacen es tener sus vidas personales en un segundo plano, a menudo al borde de la destrucción.
“Eso no es vida, son sobras”, le sentencia Justine a su marido policía al recriminarle su ausencia. Por otro lado, Chris, el socio de McCauley, le pregunta cuándo va a conseguir muebles para su vacío departamento o una mujer. “Cuando tenga tiempo para ello” es la respuesta que McCauley da a ambas preguntas.
Para dos hombres que están definidos no solo por sus profesiones, sino por lo tremendamente eficientes que son en las mismas, la vida personal sobra. Todo lo que soy es aquello que persigo, es algo que Hanna concluye sobre sí mismo, pero que tranquilamente aplica a los objetivos y a la personalidad de McCauley.
Es una película sobre la pasión, y como uno no puede cambiarla. “No sé hacer otra cosa, ni tampoco quiero”, dice Hanna. “Yo tampoco” responde McCauley.
Si hablamos de la obsesión de ambos, también debe decirse que comparten el mismo sentido de la ambición y de la disciplina.
El tema de la ambición podemos resumirlo en la cuestión de que ambos utilizan a los gangbangers robando negocitos como analogías para describir objetivos de poco vuelo. Por otro lado, la cuestión de la disciplina de ambos se ve en la escena de la bodega. Hanna puede arrestar a McCauley en la bodega y no lo hace a pesar de que tiene todo para poder hacerlo de forma legítima, ya que sabe que el cargo va a ser menor y en seis meses empieza todo otra vez. No es simplemente el atrapar a su presa, sino tener la disciplina de hacerlo bien y para siempre. En la misma escena, sabiéndose observado por la policía, no pierde un solo minuto y le dice a Chris que van a abandonar la bodega ahora mismo.
La “obsesión” es lo que los hace iguales. Sin embargo, la “empatía” es lo que los diferencia, eso sí, no en términos tan categóricos, ya que una de las razones por las que Fuego contra fuego se disfruta tanto es precisamente por la multidimensionalidad de sus personajes. Ambos tienen empatía, pero la diferencia no pasa tanto por la presencia o ausencia, sino por el grado. Hanna tiene una empatía muy amplia, hacia cualquiera que sea una víctima de los crímenes que investiga, pero no le tiembla el pulso en decirle a su mujer que debe compartir a su marido con “todas las personas más horribles de este mundo”. McCauley, por otro lado, tiene una empatía más localizada; no le tiembla el pulso abandonar a su amante u ordenar con asentimiento la ejecución de un guardia de seguridad. Sin embargo, en medio de un tiroteo que presenta una retirada difícil, se detiene para sacar a Chris, su socio malherido, de la zona de peligro.
Parecería que Fuego contra fuego es una película que no toma lados, ya que el fracaso de un protagonista muchas veces implica el fracaso del otro. Cuando Hanna no puede atrapar a McCauley muchas veces le significa al último el tener que volver su plan desde cero. Lo único que se evitó es una captura.
Si bien Fuego contra fuego es una película que transita los grises de la moralidad, en el momento de la verdad es blanco y negro, porque es una película norteamericana, de un gran estudio, encabezada por los dos mejores actores de su generación (la de los 70, que se animaba a los grises, e incluso meterse hasta lo más oscuro), o sea que apunta a un coto masivo de espectadores, y la modernidad (o por lo menos lo que en 1995 se entendía como tal) exige que al final del día el bien se imponga frente al mal, que el policía deje abatido al maleante, que la luz prevalezca sobre las sombras. Esto nunca mejor dicho considerando que son las enormes luces de la pista de un aeropuerto las que delatan la posición de McCauley y permiten que muera bajo los tiros policiales, los tiros legales, de Hanna.
“Final feliz” no es lo mismo que decir “El bien prevaleciendo sobre el mal”. El primer y el último plano de una película resumen todo lo que esa película va a decir. No sé qué mucho querrá decir un tren entrando a la estación al principio del film, pero sí sé que un adversario caído pidiendo la mano de quien lo abatió dice muchísimo y resume perfectamente lo que acabamos de ver.
Puede ser que McCauley reconoce que lo venció el mejor, alguien tan obsesivo como lo fue él. Puede ser la empatía de Hanna por un hombre al que se está muriendo lo que lo obliga a tomar su mano. Sin embargo, existiendo esa diferencia, hay una cosa que es cierta y es lo que resume el plano final de la película: A estos hombres no los une solo la obsesión, sino el precio que tuvieron que pagar para consumarla.