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CRÍTICAS - CINE

Venganza silenciosa (Silent Night)

Venganza silenciosa, la vuelta de John Woo al cine luego de unos veinte años inactivo, es una película de acción que encuentra su mejor espacio en la rudeza de sus escenas de acción, muy elaboradas e implacables, pero que por momentos se deja arrastrar hacia una sensiblería que opaca mucho su intensa construcción. 

Acá una familia se ve afectada por la muerte de su pequeño hijo gracias a una bala perdida, producto de un enfrentamiento entre pandillas. El padre, intentando alcanzar a los criminales, es baleado por el más peligroso integrante de las dos bandas, dejándole como secuela física la pérdida del habla y una rehabilitación para poder caminar nuevamente. Cuando vuelve a su hogar, atormentado por la pérdida del niño, ahogándose en la bebida y hundido en una depresión, sólo le queda una cosa por hacer: vengarse. Como el trágico hecho ocurrió en navidad, espera, entrenándose para la cacería, a que se cumpla un año exactamente para perpetrar la esperada revancha como forma de tributo. 

Venganza silenciosa es una película que se va desarrollando lentamente, dejando al descubierto un drama intenso sobre la pérdida y la desintegración total de los vínculos a partir de una tragedia fatídica. Dicha construcción divide a la película en dos, polarizando por un lado la muerte de la institución familiar a manos de un problema de tintes sociales y por el otro el irrefrenable, iracundo arrebato de violencia que se desata cuando el protagonista, ya sin nada que perder, sale a devastar todo lo que encuentra a su paso. Es ahí donde la obra encuentra su mejor espacio para lucir no sólo las cualidades del autor, además, para hallar su esencia dentro de un cine, si se quiere, casi perdido en las profundidades de la explotación que triunfó en las décadas del 70 y 80: el de la justicia por mano propia, la de vigilantes americanos de clase media que, afectados por una sociedad violenta, salen a impartir plomo y romper huesos como respuesta a las injusticias del mundo. El vengador anónimo (1974) y Vigilante (1983) son dos claros ejemplos de ésto. 

Si bien la obra está barnizada por ciertas fantasías de clase media conservadora de derecha, en dónde al protagonista de marras se lo ve aplastando los bordes de la marginalidad, acá más cerca del mundo capitalista devorador, Woo manipula ésto con la reiteración de lo trágico como irrupción absoluta en la cotidianidad de dicha clase social, volviéndose la excusa perfecta para meter palo y a la bolsa y salir airoso del asunto. En la insistencia del drama es en dónde se pone en jaque esto, ya que la justificación a la venganza violenta es el dolor por la pérdida a la que asistimos constantemente por reiteración. Ésta estrategia, que se ajusta a las demandas de el cine actual, que como ya dijimos en otros análisis se preocupa más por hacer emocionar al espectador que por hacerlo pensar, es la peor de las formalidades narrativas del film ya que termina traicionándolo: un cóctel lacrimógeno que por momentos puede dispersar la visión que puede tener el espectador de aquello que quiere ver, acción. Eso sí, cuando arrancan los tiros, choques, explosiones y cosha golda, es demoledora y además se adueña de una fisicidad brutal que se extraña en éste tipo de cine sin intervención de trucos digitales baratos. 

Acá los golpes, las persecuciones, impactos de bala, los cortes y todo tipo de manifestaciones violentas se sienten como una representación de lo estrictamente cinematográfico, principalmente por el lirismo que imparte Woo a la hora de implementar su conocida técnica sin que ésta parezca un mero ejercicio o fetiche gratuito sin peso ni razón. Ésta forma de construir la acción como si fuese la continuidad autoconsciente, por momentos, de un Peckinpah o un Walter Hill, con la estilización de lo cinemático, parece hasta una respuesta política al mal que afecta a la sociedad en el film: si con la muerte del niño, amén de ese globo rojo que simboliza su alma que se eleva a los cielos asistimos a la muerte de lo espiritual en la obra, es justamente porque la modernidad se rige por parámetros materiales, palpables. Esta cuestión, del mundo materialista, se manifiesta en las guerras de pandillas y las ansias de conquista y poder, bajo el yugo del narcotráfico y todo tipo de movimientos ilícitos de esta índole. Si ese mal destruye entonces el último atisbo de espiritualidad en este mundo casi perdido, representado por un infante, que son puro símbolo del futuro, de nuestro futuro, entonces la respuesta es estrictamente material también: la destrucción total del cuerpo, vacío, sin alma ya, de dicha operación capitalista. Es así que, de esa especie de discurso de derecha, se termina transformando en una crítica a la invasión e intervención cada vez más grotesca e imparable del capitalismo operando en las sombras o en los ya nombrados bordes de la marginalidad y las consecuencias que arrastra con ello. Porque acá el líder de los malos es una especie de Tony Montana (latino, claro) a medio cocinar, que espera a sus enemigos en medio de lujos comandando un edificio en ruinas que sirve como escondite y pasar así desapercibido. Woo, con su técnica de hacer danzar la acción, en cámara lenta, plasma la total destrucción de lo material y acentúa dicha respuesta con ello. El foco de la atención entonces se vuelve discurso, se transforma en algo útil y escapa a la técnica vacía sin peso simbólico. 

Pese a sus fallas, Venganza silenciosa es un film impactante por momentos, entretenido y con un par de operaciones interesantes que la rescatan de tanto cine bien pensante de la actualidad, que imparte moral y ética a diestra y siniestra sin siquiera pensar en cómo entregar un buen producto. Este, al menos, nos mantiene al borde de la butaca un buen rato. 

(Estados Unidos, México, 2023)

Dirección: John Woo. Guion: Robert Archer Lynn. Elenco: Joel Kinnaman, Kid Cudi, Harold Torres, Catalina Sandino Moreno. Producción: Basil Iwanyk, Erica Lee, Christian Mercuri, Lori Tilkin, John Woo. Duración: 104 minutos.

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