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CRÍTICAS - CINE

Vino para Robar, según Rodolfo Weisskirch

Un brindis al homenaje.

Desde fines de los años 30 hasta mediados de los años 40, hubo un género que Hollywood hizo suyo y que en ningún otro país se pudo manifestar con más ingenio y delicadeza como en Estados Unidos. La comedia brillante. Porque seamos honestos, el film noir consiguió excelentes trabajos en Francia, y el western supo revitalizarse en Italia, pero la comedia brillante, aquella que consigue mezclar romance, enredos, humor sin apelar a golpes bajos, vulgaridades, sexo y mantener la tensión amorosa entre los personajes hasta el final del relato, escasea hoy en día en todo el mundo. Hay notables ejemplos sueltos: Un Día Muy Especial con George Clooney y Michelle Pfeiffer en los 90s, 500 Días con Ella, las comedias de Nancy Myers medianamente están inspiradas en las obras de aquellas décadas, pero ninguna consigue ser completamente redonda.

Es por eso que vale la pena destacar como en Argentina, con Música en EsperaMi Primera Boda, Hernán Godfrid y Ariel Winograd, lograron recuperar ese espíritu, ese humor, que en Hollywood está prácticamente perdido o pasa desapercibido. Vino para Robar, nuevo trabajo de Winograd nos lleva directamente a las comedias de Stanley Donen, Billy Wilder (con menos cinismo, en ese sentido Cara de Queso, se nutría más del director vienés), William Wyler o George Cukor. Inclusive de Peter Bogdanovich (¿Qué Pasa Doctor?).

Esta vez el director deja de lado la ironía y estructura coral, para concentrarse en dos personajes principalmente. Sebastian es un hábil ladrón, que ayudado por un hacker consigue entrar a cualquier bóveda o museo. Mariana es una estafadora clásica, chamuyadora, que consigue engañar a Sebastian para involucrarlo en el robo de una botella de vino, por la que un coleccionista es capaz de matar. La tensión entre ambos personajes funciona por los contrastes de ambos, por esta relación atracción-envidia-odio que se tienen mutuamente. Sin embargo, en vez de que la trama romántica, tome primer plano, Winograd decide enfocar inteligentemente la acción en el proceso de planeamiento y ejecución del robo, para que la relación romántica se construya sola, apelando a la sutileza, la elegancia y la fineza de los personajes.

Es un verdadero logro haber conseguido una química eficaz entre Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli, despegándolos un poco de otros roles, en los que los últimos tiempos parecían haber quedado encasillados. La ausencia de un tono localista, le permite al realizador jugar con la verosimilitud, a pensar a escala global las situaciones, y por ende la obra en sí logra evadir el lugar común de las comedias nacionales para parecerse más a una obra internacional, pero a la vez, sin perder modismos y costumbres autóctonas. Winograd de esta manera entra en el terreno de cine de género sin nacionalismo – a lo Szifrón o Bielinsky – que homenajea a los clásicos estadounidenses, pero se refuerza en la sutileza de la comedia francesa.

La historia es dinámica y no solo se destacan las interpretaciones, donde el dúo protagónico consigue buena compañía de Piroyansky, Rago, Alarcón y un fantástico Juan Leyrado en rol de villano, sino también una meticulosa puesta en escena, donde cobra relevancia la fotografía para generar climas adecuados, y un especial cuidado en la elección de colores del vestuario, el decorado y las pelucas. Las secuencias de acción no logran distraer de la historia o el conflicto romántico central, y por suerte, no se apela a situaciones sentimentaloides. El guión es suficientemente inteligente e ingenioso para evadirlas con salidas humorísticas efectivas. Apoyada por la banda sonora de Darío Eskenazi que suma tensión en los momentos adecuados. La geografía mendocina cobra vital importancia para dotar a las escenarios de personalidad. El aislamiento y los paisajes son parte esencial de la narración, generan situaciones, construyen gags incluso.

Cuando una comedia, aun bajo todo cálculo, consigue espontaneidad, empatizar con el espectador, conseguir que se enamore de y con los personajes, atarlo, provocar suspenso e incluso sorprenderlo, sin necesidad de localismos o guiños, es porque tenemos una obra intelectual, pero no pretenciosa, que no desenfunda sus secretos o trucos, pero a la vez es honesta y transparente. Vino para Robar es entretenimiento, es cinefilia, es romance, sensualidad, química y humor. Es verdad que muchos ya vimos este tipo de comedias numerosas veces en las décadas doradas de Hollywood, pero no se trata de robo. Es homenaje.

calificacion_4

Por Rodolfo Weisskirch

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