A Sala Llena

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CRÍTICAS

XXI Festival Santiago a Mil de Chile : Á Bras-le-corps

Coreografía: Boris Charmatz. Iluminación: Renaud Lapperousaz. Técnico de luces: Yves Godin.Música: Paganini Caprichos n 1, 10 y 16.Producción: Museé de la danse / Centre Choréographique National de Rennes et de Bretagne.Prensa: Pilar Subriabe.

Las artes escénicas se encuentran compuestas por dos disciplinas diferentes. Una de ellas es el teatro y la otra es la danza. Ambas son las únicas de todas las artes que comparten la desdichada y a la vez maravillosa instancia de “lo efímero”. Las únicas que no se pueden guardar en ningún formato. A las que  sólo puede atesorarlas la emoción del alma humana al observarlas.

La diferencia mayor entre el teatro y la danza es que en el primero, el lenguaje hablado se encuentra por sobre el lenguaje corporal y sucede lo inverso con la danza. Asimismo el espacio escénico de ambas artes puede variar, pero esta última disciplina, debido a su necesidad de movimiento, tenderá a los espacios más vacíos. Lo cual por su característica tradicional podrá intentar poner en jaque la vanguardia. En tanto el teatro será más de vanguardia si los personajes se mueven en un espacio totalmente vacío.

A-Bras-le-corps es un trabajo con dos intérpretes masculinos, muy coreografiado: esto significa que el diseño coreográfico es muy visible, sin pretensiones de pasar desapercibido. Con compases en los que ambos bailarines se mueven juntos o desde el opuesto y en espejo, demuestran esta intención.

Vestidos de igual modo, con un vestuario blanco que denota pureza y sencillez, junto con un pantalón de pescador y una remera de algodón, los dos personajes se mueven desde la sensación de fatiga. Se sostienen mutuamente, se apoyan uno en el otro y se cansan tanto de sostener como de apoyarse. En ese momento suena una música punzante. Es un climax: el del desequilibrio, el conflicto estallado. El de la falta de solidaridad y calidez. Pero deben continuar, separadamente o juntos. Por momentos parecen tener calor, gatear, arrastrarse hacia su destino, caerse, para siempre volver a levantarse. Se sientan a veces al lado del público, de la misma manera que éste, solo descansando un momento. Allí “un solo” toma la escena. Un único intérprete actuará el agotamiento y la fuerza, la necesidad de seguir, solo o acompañado. Aunque la compañía de “un otro” vuelve, incesante. Contiene el juego del poder de uno sobre el otro, del encuentro, el roce, la amistad o la sensación ante el desconocido. La superioridad o no, ante otra masa y ante la misma gravedad.

Cuarenta y cinco minutos de movimiento puro, que se hacen presentes sin brillos, sin luces y casi sin sonido. De estos cuarenta y cinco minutos los primeros cinco, creemos prejuiciosamente que nos van a aburrir. Pero no se sabe cómo, nos proporcionan el mismo relax que un masaje de esa duración sobre todo el cuerpo. Una sensación catártica y un sentimiento extraño de paz. El que transmite siempre cualquier arte escénica de calidad: el recordatorio de que no somos los únicos. En nada. En este caso que no somos los únicos que nos cansamos y que con la misma fuerza e intensidad que lo hicimos también nos podemos volver a levantar.

Teatro: Centro Cultural Matucana 100 – Espacio Patricio Bunster.

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