¡Todo lo alcanzarás, solemne loco, Siempre que lo permita tu estatura! Decía uno de los viejos poemas de Pedro Bonifacio Palacios (más conocido como Almafuerte) y es una frase que se puede pensar hasta para ver un partido de fútbol, pero hoy toca aplicarla al señor Steve McQueen y a su obra por el motivo del estreno de su última película, 12 Años de Esclavitud, a la que le dedicaremos las próximas líneas.
¿Cuál es la estatura de McQueen como director? ¿La pétrea e inmóvil Hunger o la gélida y vergonzosa Shame (calificar a Shame de vergonzosa no es jugar con las palabras ni adjetivar, cuando Michael Fassbender llora mientras coge la vergüenza ajena se apodera de cualquier ser humano con sentido común)? A priori parece una estatura bastante corta, y volviendo a la frase de Almafuerte y desarmándola, más cercano a lo solemne que a lo loco. No hay mejoras a la vista en 12 Años de Esclavitud, por el contrario, las pocas virtudes de sus anteriores películas se desvanecen y el relato se convierte esquemáticamente zonzo y televisivo.
12 Años de Esclavitud es una versión a destiempo de los clásicos televisivos de Hallmark de los 90, con el mismo nivel intelectual que esos films. El melodrama del tipo que vive una tragedia, es secuestrado y obligado a ser esclavo y vive en un infierno que McQueen se atreve a mostrar sin pudor y sin distancia es llevado con eficacia por Chiwetel Ejiofor, pero la película se convierte en una fórmula que vimos repetidas veces sobre el tema y en el peor de los modos. El tema de la esclavitud lo vimos con mucho más cinismo y vorágine cinética en Django sin Cadenas el año pasado, esa velocidad cinematográfica que descansaba en un conocido y pensado clasicismo. Pero no le pidamos peras al olmo, la distancia entre esta película televisiva y una que descansaba en el cine clásico es la misma que existe entre la dupla Tarantino-DiCaprio y McQueen-Fassbender: los primeros, yanquis, son versiones vivas del clasicismo, los segundos, europeos, nos atemorizan permanentemente con un manierismo solemne.
Y faltaba la desconfianza total hacia el cine y hacia el espectador y aparece Brad Pitt, 5 minutos, a contarnos lo mal que está el mundo. No, esa línea narrativa cazabobos, que atrapa a críticos desprevenidos y a la gente de la academia de cine, no se la dieron a un actor secundario, se la dieron a Pitt, una estrella de Hollywood y financista de la película, para que tenga mucho más peso simbólico del que corresponde.
Evidentemente, hay algo que le costará mucho a McQueen alcanzar, y es hacer una buena película. Parece ser que no se lo permite su estatura. Ni solemne ni loco.
Por Carlos Rey