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36º MDQ FILM FEST | Mar del Plata a lo lejos (07)

36º MDQ FILM FEST | Mar del Plata a lo lejos (07)

No logré entregar a tiempo ayer, porque me di cuenta de que la película sobre la que estaba escribiendo era un corto argentino que todavía no se había estrenado y hay un embargo sobre las películas en esa condición. Por otra parte, Marcelo Alderete, programador del festival y coreano honorario me recomendó Kim Min-young of the Report Card de Lim Ji-sun y Lee Jae-eun. Todavía no entendí muy bien por qué me recomendó la comedia más triste del mundo. No estoy muy seguro tampoco de que se trate de una comedia, tal vez se trate de la puesta a prueba de una idea: la de que las personas ordinarias, las que no tiene ningún relieve personal, son material idóneo para el cine. Tengo la sensación de que este es un asunto muy coreano, un asunto que Bong Joon Ho llevó a su paroxismo en The Host y, sobre todo, en Parasite para aclamación de sus compatriotas y de los extranjeros que le dieron un Oscar y una Palma de Oro. Aunque, en esas películas, si bien los personajes eran notoriamente bastos, tenían algunas cualidades relevantes y también pasaban por aventuras extraordinarios. Acá no.

La historia arranca con tres chicas que terminan el colegio secundario en una pequeña ciudad y deben pasar por ese momento traumático para los coreanos que es el examen de fin de curso, cuyo resultado decidirá el acceso a los estudios universitarios y, con toda probabilidad, su salario por el resto de sus vidas. Ayer se me ocurrió comparar esta película con Álbum para la juventud de Malena Solarz, que también participa de la competencia internacional y de la que no debo hablar porque es parte de las que juzga el Jurado Joven. En realidad, no comparaba las películas sino que me sorprendía de que en la Argentina no exista esa presión que divide en dos las vidas de la clase media. También pensé que Corea es un país más rico pero la vida es, en algunos sentidos, mucho más dura. Y además, si los argentinos sienten cada vez más que no tienen futuro, es porque desean tenerlo, mientras que los coreanos dan siempre la impresión de que cada uno ya atravesó su futuro en el pasado. Hay algo trágico en esa sensación.

Después del examen, las chicas se separan tras suspender (aunque uno sabe que la decisión será definitiva) lo que llaman su grupo de poesía, un ámbito ritual típicamente adolescente que las contenía. Una de ellas va a estudiar a Harvard, la segunda, Min-young, a una universidad coreana y la tercera, Jeong-hee no contesta las preguntas del examen y decide no seguir estudiando. Jeong-hee, la protagonista principal, es una chica dulce y tímida a la que le gusta dibujar pero no tiene muchas perspectivas de éxito (se me ocurre también comparar la gestión de la vocación artística con la de los personajes de Solarz: en Corea todo parece mucho más difícil, al menos desde la perspectiva de los interesados). Ni siquiera logra mantener su puesto como cuidadora de una cancha de tenis, trabajo que consiguió porque coincidió con el hijo del dueño en el famoso examen y le prestó su reloj. Hay un gran momento coreano cuando el dueño la echa, tras pedirle que se de vuelta porque le da vergüenza decirle en la cara que está despedida.

Poco después, Jeong-hee va a visitar a Min-young a Seúl, donde esta se está quedando en el departamento de su hermano que acaba de entrar en el ejército. La visita resulta una desilusión: Min-young, bastante antipática en general, la ignora, preocupada por sus asuntos, mientras la sufrida Jeong-hee intenta proponerle todo tipo de distracciones. Nada de lo que ocurre es terrible, pero sí la ocasión para espiar estas vidas en departamentos minúsculos, atiborrados de objetos acumulados por el consumo constante. Tampoco el final es terrible, solo aparece en él la nostalgia por tiempos más felices cuando Jeong-hee repasa el viejo diario de Min-young y termina poniéndole notas a su amiga en cada rubro de su relación, como para que la película gire siempre en torno a las calificaciones escolares que permiten o no progresar en la vida.

De todos modos, como si las directoras quisieran demostrar que pueden salirse del registro, hay un momento desopilante en esta película poco estimulante de la risa (bueno, tal vez en Corea se rían mucho). A partir de un episodio que vio por televisión en una serie (las series coreanas, hay que decirlo, empiezan a dominar el mundo) Jeong-hee imagina que las tres chicas y el muchacho de la cancha de tenis deciden ahorrar para pagarse el pasaje a la isla de Jeju, un destino turístico masivo en Corea. Pero solo logran sacar el pasaje más barato, que los obliga a quedarse apenas tres horas en la isla. Encima, las tres horas se reducen a cinco minutos porque la tormenta demora el aterrizaje y ya sale el vuelo de regreso. En esos cinco minutos, los cuatro amigos suben al piso más alto del aeropuerto y, detrás de un vidrio miran el lugar y gritan “qué lindo, las palmeras, las playas…” y abordan de nuevo el avión. Cuando Jeong-hee le cuenta su fantasía, desde su típico estado de desdén y mal humor, Min-young le contesta que le parece una idiotez, como le parecen idiotas los personajes de la serie. Jeong-hee replica: “Me gustan justamente porque son idiotas”. Esa invocación a la idiotez como último refugio frente a la locura social, el rechazo de la madurez entendida como ingreso definitivo en el mundo de los zombis implica un acto de resistencia, como bien lo sabía Gombrowicz.

Disfruté mucho más de la película mientras escribía sobre ella que cuando la veía. Y ahora pienso que la recomendación de Alderete haya sido tal vez un mensaje en una botella.

 

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